La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

domingo, 6 de junio de 2010

Intertextualidad en El árbol de la ciencia de Pío Baroja: Arthur Schopenhauer



Arthur Schopenhauer

Por Leonardo Venta


Intertextualidad en El árbol de la ciencia de Pío Baroja: Arthur Schopenhauer

“La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras, cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir... ".  Arthur Schopenhauer

“(…) Que la vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros”. El árbol de la ciencia, Pío Baroja


El árbol de la ciencia de Pío Baroja y Nessi (1872-1956), novela de Bildungsroman , si bien tañe notas de pesimismo e insatisfacción conformes al sentir de las disímiles personalidades literarias españolas agrupadas bajo el nombre de generación del 98, refleja un espectro filosófico más amplio que el de una simple postura generacional.

La novela está distribuida en tres partes primeras; una parte central (formada por los diálogos filosóficos entre Andrés Hurtado, el protagonista, e Iturrioz, su tío); y tres partes finales. La parte central es esencial para la compresión de las ideas que ésta discute, así como el desenlace certifica la propuesta filosófica de la novela. Es intención de este trabajo no sólo identificar algunos rasgos que patentizan la presencia del pensamiento de Arthur Schopenhauer en El árbol de la ciencia, algo sumamente palpable , sino además examinar y explicar el cómo,el porqué y algunas condiciones que generan dicha presencia.

A través de los diálogos establecidos entre Hurtado e Iturrioz, la novela examina temas como el dolor, el epicureismo , el matrimonio, la muerte, la ciencia, la religión , la prostitución , la pobreza , la soledad existencial , la predestinación o determinismo , la voluntad, el semitismo, la representación de la realidad, la existencia, en fin, la vida en sí, analizada desde diversos ángulos análogos al pesimismo contemplativo de Schopenhauer, como las enseñanzas y doctrinas budistas , las críticas a la ciencia, a la moral y al arte de Kant, la experiencia a través de la actividad pura y espontánea del ‘yo’ de Fitche , así como examina el llamado a la acción de Nietzsche.

Para el pensador y ensayista José Luis Abellán, “en la estructura de la novela hay una dialéctica encubierta entre Nietzche y Schopenhauer, aunque resulta clara la primacía del último frente al primero” (108). Para Vázquez-Bigui, “En El árbol de la ciencia hay correspondencias textuales con Nietzche (…) que sumadas al sentido filosófico del drama de Andrés Hurtado, apuntan concretamente a Menschliches, Allzumenschliches y Wille zur Match como fuentes de Baroja” (4). Según Abellán, la dialéctica Nietzche-Schopenhauer se manifiesta en la trama desde una perspectiva integral, si bien está oculta por las metáforas bíblicas del “árbol de la vida” y el “árbol de la ciencia” (Ibídem). “Tú quieres (…) una explicación del Universo físico y moral. ¿No es eso?” (Baroja 200), pregunta Iturrioz a Hurtado; y esté, al responderle afirmativamente, relaciona las fuentes de las que ha extraído sus principios filosóficas: “– Pues en Kant, y en Schopenhauer, sobre todo” (Ibídem). También Vázquez-Bigi se refiere a un tema filosófico “principal y deliberado Kant-Schopenhauer / Nietzche” (9).

La primera oración que aparece en El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer establece: “El mundo es mi representación” (19) . El sujeto de la representación (el que conoce) y el objeto de la misma (lo que se conoce), están condicionados por el espacio, el tiempo y la casualidad . “Change, i.e., variation which takes place according to the law of casualty, implies always a determined part of space and a determined part of time together in union ” (Schopenhauer 25). En El árbol de la ciencia, el joven Hurtado ve “sino fuerzas que obran por un principio de casualidad en los dominios del espacio y del tiempo” (203).

Por otra parte, Schopenhauer, al igual que Kant, sostiene que el objeto carece de existencia fuera de la representación: “(…) this whole world, is only object in relation to subject, perception of a perceiver, in a word, idea” (Schopenhauer 19). De igual forma lo percibe Hurtado: “(…) y es que el mundo no tiene realidad; es que ese espacio y ese tiempo y ese principio de casualidad no existe fuera de nosotros tal como nosotros lo vemos, que pueden ser distintos, que pueden no existir” (203). De ahí la percepción individual del espacio y el tiempo que deja de existir cuando deja de ser percibido por el individuo. “Acabado nuestro cerebro, se acabó el mundo”, (204), afirma Hurtado, más sosegado al no afligirse tanto con la idea de exclusión que le provoca la muerte: “(…) creer el mundo inacabable me producía una gran impresión; pensar que al día siguiente de mi muerte el espacio y el tiempo seguirían existiendo, me entristecía (…) pero cuando comprendí que la idea del espacio y el tiempo son necesidades de nuestro espíritu, pero que no tienen realidad (…) me tranquilicé ” (Baroja 204).

En la opinión de Abellán, el budismo es quien conduce a Baroja a Schopenhauer, “cuyas obras leyó con apasionamiento durante sus años de estudiante de medicina” (102). El mismo escritor vasco afirma en sus Memorias el haber estado “inclinado al budismo, cuyas doctrinas leí, influido por el filósofo alemán [Schopenhauer]” (qtd. in Abellán 102).
El pesimismo que hizo célebre a Schopenhauer, y que nutre la novela El árbol de la ciencia, sugiere la existencia asida al dolor, temática presente además en el Budismo. “La meditación de Gautama Buda se inicia precisamente con la contemplación del dolor” (Abellán 103). Según la cual el mundo está regido por el dolor y “la única salvación está en la anulación del deseo y de toda voluntad de vivir para acceder al estado de Nirvana, donde impera la Nada” (Ibídem 104).

No debe producir extrañeza la preferencia en Baroja por explorar el tema del dolor, quien además de haber sido médico, profesión relacionada estrecha y sistemáticamente con la aflicción del cuerpo, ya en 1893, a los 21 años, concluye su tesis doctoral en medicina con el tema “El dolor estudio psicofísico”, hecho que evoca Hurtado en El árbol de la ciencia: “Allí estudiaba, e iba tomando datos acerca de un punto de psicofísica que pensaba utilizar para la tesis del doctorado” (187).

Para el pesimismo de Schopenhauer, toda empresa en la vida es ilusoria, precisamente porque la tragedia de vivir radica en la naturaleza de la voluntad . Las infatigables metas trazadas por el hombre, alcanzadas o no, según el filósofo germano, siempre le dejan insatisfecho, y le inducen a emprender otras. Por otra parte, la constante lucha entre los ideales espirituales del hombre y la voluntad animal que lo impulsa a satisfacer sus instintos no le concede jamás la paz. “For since the body is the will itself only in the form of objectivity or as manifestation in the world as idea, so long as the body lives, the whole will to live exists potentially and constantly strives to become actual, and to burn again with all its ardour. Therefore that peace and blessedness in the life of holy men which proceeds from the constant victory over the will, and the ground in which it grows is the constant battle with the will to live, for no one can have lasting peace upon earth” (Schopenhauer 401).

Hurtado en su evolución como personaje es arrastrado por la angustia que le provoca dichas infatigables búsquedas, no sólo la búsqueda de la felicidad, del conocimiento, sino también el anhelo de paz y equilibrio: “Haré esto y luego esto – pensaba –. ¿Y después? Y resolvía este después y se le presentaba otro y otro” (26), afirma desde el mismo inicio de la novela. Según propone Baroja, el vivir es doloroso en la medida que la experiencia y la voluntad incontrolable del hombre siegan las aspiraciones humanas (el querer y no poder), o sólo logra consumar parcialmente dichas aspiraciones, o, alcanzadas dichas metas, dejan de tener el mismo efecto gratificante.

La voluntad, que guía al dolor, propone Schopenhauer, encuentra en la muerte la solución al sufrimiento como parte de un ciclo en que la voluntad/querer, insaciable siempre, trágica en sí misma, es superada mediante la razón que renuncia a la voluntad, invalidándola, mediante un estado de ataraxia (imperturbabilidad). Según este punto de vista, existen dos tipos de muerte que dan fin al dolor: la física o literal, y la muerte a los deseos o a la voluntad. Hurtado al no poder darle término al dolor mediante la renuncia a la voluntad, o mejor dicho, el control sobre los impulsos que arrastra, algo que sí logra Iturrioz, se ve obligado a vencer el dolor mediante la muerte: el suicidio.

Deteng
ámonos en el tipo de salida que encuentra Hurtado a través de la muerte. Primeramente, él la elige , no espera a que ésta lo elija imprevisiblemente, como lo hizo con su hermano Luisito, su esposa Lulú y su hijo malogrado. Segundo, no sólo Hurtado elige el momento de su muerte, sino también la manera en qué habría de morir: una muerte epicúrea, es decir, sin dolor, en cierto sentido placentera, una especie de liberación de la angustia que encadena la voluntad de vivir: “– ¡Ha muerto sin dolor! – murmuró Iturrioz –. Este muchacho no tenía fuerza para vivir. Era un epicúreo, un aristócrata, aunque él no lo creía” (398).

La novela propone, asimismo, que el hombre debe renunciar a su afán de comprender y explicarlo todo, ya que éste es solamente un elemento de la objetivación de la voluntad que al nivel de la representación, que propone Schopenhauer, se diferencia sólo en cierto grado del resto de las otras criaturas orgánicas e inorgánicas. “En ese baile de máscaras, en donde bailan millones de figuras abigarradas, tú me dices: “Acerquémonos a la verdad.” ¿Dónde está la verdad? (…) La verdad es un brújula loca [magistral metáfora de Baroja] que no funciona en este caos de cosas desconocidas” (Baroja 220-21).

En la vida del protagonista de la novela, la ilusión viene acompañada de la desilusión; el optimismo, del pesimismo. Ya casado, “Andrés se encontraba tan bien, que sentía temores. ¿Podría durar esta vida tranquila? (…) Su pesimismo le hacía pensar que la calma no iba a ser duradera” (382-83). La crisis de Hurtado, su insatisfacción, es latente desde muy temprano en la novela, en el círculo familiar, en el circulo estudiantil, como profesional, agudizadas por experiencias devastadoras para él, como la muerte de su hermano Luisito, y alcanza el climax con el fallecimiento de su hijo, “¿Por qué se habrá muerto, Dios mío? (396), y el de su esposa, tres días después.

Por otra parte, según Schopenhauer, el conocimiento implica desdicha, ya que la felicidad proviene de la inconsciencia (el no conocimiento). “El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir” (211), afirma Hurtado. El título de la novela proviene del episodio del libro bíblico de Génesis que plantea que aquel que coma del fruto del árbol de la ciencia, o el conocimiento, morirá. De lo que se deduce que el conocimiento, desde una perspectiva semítica, significa muerte.

Sin bien, Baroja propone que el conocimiento libera al hombre de los impulsos de la voluntad, explicado a través de la metáfora de la mariposa que rompe la crisálida para morir, pero cuyo acto de sacrificio constituye en sí un acto liberador: “La voluntad es el deseo de vivir, es tan fuerte en el animal como en el hombre. En el hombre es mayor la compresión. A mayor comprender, corresponde menos desear” (Baroja 221).

Mediante la crítica a la ciencia y al optimismo, tanto Schopenhauer como Baroja, niegan las corrientes iluministas que cifran su confianza en el hombre. Ambos pensadores cuestionan la armonía y racionalidad del mundo, y la idea de que éste pueda ser mejorado mediante el conocimiento, ya que el conocimiento sólo trae consigo dolor. Para ambos, el sufrir y el pensar van de la mano. Iturrioz propone dos soluciones, según apunta Abellán, “o la abstención y la contemplación indiferente de todo, o la acción limitándose a un círculo pequeño” (El árbol 96).

La abstención concuerda con las ideas budistas de contemplación con las que se identifica Hurtado; mientras la acción nos refiere a Nietzche, que desplaza un poco el pesimismo de Schopenhauer, con su convocatoria a la acción, aunque según críticos como Max Nordau , cuya opinión reproduce Cristina de la Cruz Ayuso en su ensayo “Baroja y la piedad”, el pensamiento de Nietzsche está estrechamente relacionado con él en buena medida, continuación y consecuencia dinámica del propio pensamiento de Schopenhauer(11). En sí, la propuesta filosófica de la novela se mueve desde la paridad Schopenhauer-Kant (más filtrados) hacia Nietzsche, una especie de cristalización evolutiva del pensamiento de ambos con matices menos pesimistas.

Los protagonistas de Baroja se afanan infructuosamente en hallar una explicación a su propia existencia dentro del ámbito de una sociedad hostil y agónica. Sus conflictos oscilan entre el mundo externo y el interno: “Este reflejo [el horizonte del cosmos sensible a nuestro cerebro], contrastado, con las imágenes reflejadas en los cerebros de los demás (…) es nuestro mundo. ¿Es así, en realidad, fuera de nosotros? No lo podemos saber jamás” (Baroja 205). Otra idea de Schopenhauer muy presente en la obra barojiana, es la irrealidad de la realidad, que implica gran escepticismo ante el destino y el rol impreciso del hombre en el universo. “El instinto vital necesita de la ficción para afirmarse” (212), establece Hurtado.

En El árbol de la ciencia, Hurtado busca la armonía consigo mismo, ataraxia , búsqueda manifiesta en todas sus inquietudes filosóficas, en sus constantes viajes e indagaciones, como una especie de anhelo ontológico de realización, hasta llegar a convencerse de que ese estado ideal no existe, culminando así con el suicidio. Por su parte, Iturrioz opera desde un nivel ideal en que propone haber alcanzado esa anhelada ataraxia, determinada por la madurez intelectual o la aceptación de la no solución a las inquietudes que su joven sobrino no puede resolver: “Alguna vez tenemos que dejar de ser niños; alguna vez tenemos que mirar a nuestro alrededor con serenidad. ¡Cuántos terrores no nos ha quitado de encima el análisis! Ya no hay monstruos en el seno de la noche, ya nadie nos acecha. Con nuestras fuerzas vamos siendo dueños del mundo” (Baroja 229).

Mientras Iturrioz se proyecta desde una esfera superior, Hurtado, trasunto de Baroja joven, sucumbe en ese intento de alcanzar ese nivel casi divino del pensamiento que comprende la vida desde una perspectiva superior, despojada de todo afán ilusorio, consciente de sus prioridades.

Iturrioz, trasunto de Baroja maduro, con una perspectiva más completa de la vida, es testigo del suicidio de Hurtado, suicidio que alegoriza la solución de la crisis del joven protagonista mediante la muerte, que significa una especie de liberación; mientras la opción (por) y (ante) la vida de Iturrioz certifica una posición que supera los temores y afanes que aplastan al hombre. Nótese cómo Iturrioz discurre sus ideas filosóficas desde una azotea que simboliza contemplar el mundo desde arriba.

El doctor Iturrioz es una especie de alter ego de Hurtado, que da pie a la exposición del nihilismo del protagonista de la obra . A pesar de que las conversaciones entre ambos demarcan claramente el carácter filosófico de la novela, 
ésta en sí es una alegoría, representada inclusive a través del título de la misma, la disyuntiva entre el árbol del conocimiento y el árbol de la vida, entre el saber y el morir.

El determinismo que marca un destino fatal irrefutable está presente en la propuesta de la irrealidad de la existencia. Hurtado siente la irrealidad de la existencia, el desasosiego de vivirla, y la muerte se plantea para él como esa antonimia ‘nada-liberadora’. Hurtado busca la paz, anhela el conocimiento, pero se convence de que ese equilibrio no existe sino en la nada. Por eso se suicida, no sólo porque haya muerto su hijo y su esposa, sino porque comprende que la nada que implica la muerte, desde la perspectiva pesimista de Schopenhauer, es la única solución a la angustia que le produce su irresoluta voluntad, en ese desmedido anhelo de encontrarle un porqué al mundo grotesco, injusto y hostil que le aplasta. Es la búsqueda de la paz que proponen Schopenhauer y las sabidurías orientales, y que Baroja asimila en su etapa más productiva de creatividad literaria, en 1911, cuando publica la novela.

Para Schopenhauer, según indica Hurtado en la novela de Baroja, “la vida aparece como una cosa oscura y ciega, potente y jugosa, sin justicia, sin bondad, sin fin; una corriente llevada por una fuerza X, que él llama voluntad y que, de cuando en cuando, en medio de la materia organizada, produce un fenómeno secundario, una fosforescencia cerebral, un reflejo, que es la inteligencia” (215).
La irracionalidad de la existencia que propone la novela, viene reflejada por ese incesante querer sin fin de Hurtado, y su imposibilidad de aprehenderlo. Aquí la novela ejecuta una rigurosa crítica al optimismo, a la ciencia que persigue la explicación absoluta y la validez universal, y que la novela desmorona.
Baroja en El árbol de la ciencia pondera la preeminencia del sabio que opta por la no acción. Nietzsche, por su parte, propone el estoicismo humano; aunque reconoce lo insustancial de la existencia, a diferencia de Schopenhauer exhorta al hombre a enfrentar esta realidad con valor. Para Schopenhauer el dolor es insuperable, para Nietzche mediante el dolor se llega al gozo.

El escritor vasco nos sugiere una disyuntiva que nos invita a reflexionar a través del contrapunteo de las ideas propuestas por Hurtado e Iturrioz, las cuales más allá del contexto de una novela publicada en 1911, nos remite a un devenir polifónico, postmoderna, en que no solamente escuchamos lo que tienen que decirnos Hurtado e Iturrioz, sino también las contradicciones existentes en la consciencia de Hurtado, entre otras múltiples propuestas implícitas en la obra.

La novela nos incita a preguntarnos: ¿existe alguna verdad?, y si existiera, ¿es posible conocerla, explicarla? ¿Existe un destino ya prefijado?, o quizá, como afirma preguntando Andrés Hurtado: “¿Por qué incomodarse, si todo está determinado, si es fatal, si no puede ser de otra manera?” (271).

La pregunta serpentea los límites de la razón sin hallar respuestas conclusivas, como veraz reflejo de la compleja ambigüedad de la existencia y la razón humana. El árbol de la ciencia de Pío Baroja conlleva escepticismo ante el destino y el rol impreciso del hombre en el universo.

Tanto Baroja como Schopenhauer anuncian la irracionalidad del mundo. La insuficiencia y vulnerabilidad humana se insignifica más a
ún ante la inmensidad de un universo imposible de explicar, para lo cual la ciencia es inepta y la razón impotente.

El hombre es dominado por la voluntad, por los instintos ciegos, por los accidentes que surcan su destino, extraviando su dirección. Como leemos en el ensayo “Sobre el pesimismo de Baroja”, de Edith R. Rogers: "Schopenhauer mantiene que el mundo es el infierno, poblado de almas atormentadas y demonios, y Baroja le agrega una nueva dimensión a este infierno, a través de su personaje Andrés Hurtado, el infierno que existe en la propia conciencia del hombre" (672).


Bibliografía

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Baroja, Pío. El árbol de la ciencia. New York: Las Américas Publishing, 1962.

De la Cruz Ayuso, Cristina. “La piedad, una forma de participación creadora con la realidad”. Letras de Deusto. 28. 79 (1998): 155-165.

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Molina, Antonio F. La generación del 98. Barcelona: Labor, 1968.
Rogers, Edith R. “Sobre el pesimismo de Baroja”. Hispania, 45. 4 (Dec. 1962), 671-674.

Baroja, Pío. El árbol de la ciencia. Ed. Ángel Manuel Vázquez-Vigi. New York: Las Americas Publishing Company, 1968.

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