La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 24 de diciembre de 2010

¿La verdadera Navidad?

 Una recreación de Santa Claus realizada por el pintor Habdon Sundblom para la campaña de Coca-Cola de 1931

Por Leonardo Venta

La Navidad es el día en que se celebra el nacimiento de Jesucristo (según los evangelios de San Mateo y San Lucas, aunque no mencionan fecha). Es curioso que el día de Navidad no fuera oficialmente reconocido hasta el año 345, cuando por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianceno se declaró el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento del Mesías.

Algunos estudiosos consideran que esta celebración surge como una forma de convenir a la iglesia cristiana con los ritos paganos. La celebración gentil más relacionada con la Navidad eran las Saturnales que se llevaban a cabo del 17 al 23 de diciembre en la antigua Roma en honor a Saturno, dios de la agricultura. Grandes banquetes y bebidas, loterías y juegos de azar, e intercambio de regalos, caracterizaban a estas festividades. Una fiesta de invierno similar –conocida como Yule–, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor de los dioses, se organizaba en el norte de Europa.

En la Edad Media, la Iglesia añadió el Nacimiento y los villancicos a sus rituales navideños. Así también, el siglo XIX fue decisivo en la consolidación de la tradición de esta festividad. En éste, se generalizó el uso del árbol de Navidad, originario de zonas germanas, y se enviaron las primeras tarjetas postales. La primera se imprimió en Londres en 1846.

La popular imagen del regordete Santa Claus, con el raudo trineo, los inseparables renos y las bolsas abarrotadas de regalos, se asocia a la leyenda de Papá Noel, que procede, en parte, de San Nicolás. Obispo de Mira, capital de Licia, Nicolás IV es el patrón de Rusia y de los niños. Su culto es generalizado en Oriente y en Europa, especialmente en Bori, Italia, donde se veneran sus reliquias.

Compras y precios en rebaja, días feriados en el trabajo, concebidos convites, embriagados efugios, interminables tendederas de postales cuyo destino final es el basurero, arbolitos de todos precios, derroche de rojo y verde, producciones de "El cascanueces" en la cartelera balletística, multicolores compromisos, remedados y maquillados estreses, innecesarios gastos, memorables rituales familiares, integran la interminable lista de elementos que definen en parte nuestra Navidad.

Como hemos ya leído, algunos no aceptan que Jesucristo haya nacido el día en que celebramos su nacimiento. Otros piensan que cualquier fecha es apropiada para ese fin. Nos preguntamos, pues, ¿cuál es el centro de nuestra Navidad, Jesús, los regalos, la familia, o el mismísimo Santa Claus? ¿Es la Navidad para todos? ¿Existe un genuino mensaje de amor detrás de cada guiño navideño?

jueves, 23 de diciembre de 2010

“Carmen”: Ópera, ballet y exilio…

La bella y genial Svetlana Zakharova en el rol de Carmen - Andrei Uvarov, como don José - Ballet Bolshói Foto: Damir Yusupov.

Por Leonardo Venta

La ópera Carmen es una de las obras más célebres del compositor francés Georges Bizet. Se trata de una pieza tragicómica en cuatro actos con libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac, basada en un relato de Prosper Mérimée. Se estrenó sin gran éxito en la Opéra-Cómique de París el 3 de marzo de 1875.

Entre una fábrica de tabacos y un cuerpo de guardia del Regimiento de Alcalá, se inicia la trama. Don José, un apuesto cabo, es embrujado por la hermosura de Carmen, quien hace su entrada triunfal con la interpretación de la célebre Habanera, para luego retirarse bajo el acoso de extasiadas miradas.

La atmósfera se torna convulsa. Un grupo de agitadas cigarreras le informan al teniente Zúñiga que Carmen acaba de herir a otra cigarrera en la cara. Don José, obedeciendo órdenes de Zúñiga, la detiene, pero ella le promete que si la deja en libertad se reunirá con él en la Taberna de Lilas Pastia.

Al comenzar el segundo acto, en la susodicha taberna, Carmen se entera de que don José, quien había estado preso por haberle viabilizado la fuga, ya disfruta su libertad. El torero Escamillo, en su primera entrada en escena, queda infatuado con la belleza de Carmen; mientras, cumpliendo a su cita, don José llega a la taberna. Allí, en un diálogo aparte, la cigarrera le propone a don José que se vaya a vivir con ella a la sierra.

El tercer acto comienza con el ex brigadier ya integrado al grupo de los contrabandistas; aunque, algo después, abandona la sierra para obedecer el último reclamo de su madre que fallece; al mismo tiempo, Escamillo, en contraste, encapado de taurino júbilo, anuncia su próxima corrida.

La obra concluye en la Entrada a la Plaza de Toros de Sevilla, con la triunfal entrada de la cuadrilla de toreros, precedida por el altivo matador, que ya es amante de Carmen. Don José, que ha regresado, cegado de celos, asesina a Carmen de una puñalada.

Este argumento de seducción, pasión y celos, también ha sido llevado al ballet por numerosos coreógrafos, entre ellos, Roland Petit, en 1949, y Alberto Alonso, en 1967, para la gran bailarina Maya Plisétskaya, del Ballet Bolshói de Moscú.

Poco después, fue estrenado por la mítica Alicia Alonso, ex cuñada de Alberto, quien por el matrimonio con el hermano de éste, Fernando, figura cumbre de la escuela cubana de ballet, asumió el apellido Alonso en 1938.

Del estreno en Moscú, Alberto Alonso, fallecido en enero de 2008 en su tardío exilio de Miami, rememoraba siempre la gran ovación final que le obligó a salir a saludar al público una docena de veces. Ya en Estados Unidos, nunca volvió a ser invitado a las nuevas puestas de su Carmen en la Isla y España. "Nadie me invitaba", se lamentaba.

Sin embargo, no todo fue amargura profesional de exilio para el creador de la versión cubana de Carmen; en noviembre de 2005, la legendaria Plisétskaya, quien celebraba su octogésimo cumpleaños, le invitó a volver a montar su más célebre ballet para Svetlana Zakharova y otras nuevas figuras del Bolshói. “Si un coreógrafo hizo algo para mí semejante a lo que hizo Mijail Fokine para Anna Pávlova, ese fue Alberto Alonso”, declaró la Plisétskaya a la sazón de la reposición.

Además, la Carmen de Alberto recobró aliento con el Ballet Clásico Cubano de Miami en 2009, con la actuación de la primera bailarina del Ballet de San Francisco, la cubana Lorena Feijoo, como gran atracción, y los bailarines principales cubanos, recién exiliados, Hayna Gutiérrez, Miguel Ángel Blanco y Taras Domitro. Previo al ballet se exhibió el filme “Dance of my heart”, dirigido por Ricardo Acosta, que aborda la vida del fallecido gran coreógrafo caribeño. 




miércoles, 22 de diciembre de 2010

La Colmena: ¿Algo más que una novela social?


Por Leonardo Venta

Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura, Premio Cervantes y Premio Príncipe de Asturias, entre otros, es el autor de La colmena (1951), la novela que incorporó a España a la novelística moderna y una de las primeras en denunciar la realidad de la sociedad española de posguerra.

De padre gallego y madre inglesa, natural de La Coruña, Cela publicó su primera novela en 1942, La familia de Pascual Duarte, considerada tremendista, un tipo de realismo que resalta la fígura del antihéroe e insiste en aspectos sumamente grotescos y repulsivos de la realidad. El libro, aunque aclamado por la crítica, fue rechazado por las autoridades franquistas, que prohibieron una segunda edición en 1943.

La colmena, para algunos la mejor novela de Cela, tuvo que publicarse en Buenos Aires debido a problemas con la censura. El escritor gallego fue despedido de la Asociación de la Prensa y, según alega el catedrático madrileño Jorge Urrutia, “resultó problemática la continuación de sus colaboraciones en los periódicos oficiales”.

La novela fue igualmente criticada en círculos católicos.
Dicho en sus propias palabras, Cela se echó “a la plazuela con maquinilla de fotógrafo” para retratar el desolado cuadro de la sociedad española después de la Guerra Civil.

Llevada al cine en 1982 por Mario Camus, La colmena nos traslada a un café madrileño de los años cuarenta, cuyos numerosos personajes, más de 300, revelan interesantes matices de existencias miserables bajo el aplastante peso de la recién finalizada guerra.

Formada por seis capítulos que se deshilvanan en menos de cuarentiocho horas, la novela tiene lugar en 1942. Según el censo de personajes realizado por José Manuel Caballero, Premio Biblioteca Breve 1961, existen 296 caracteres imaginarios creados por Cela, y 50 históricos o individuos reales mencionados en el curso de la misma.

Anécdotas se suman para conformar una especie de enjambre humano, similar al que forman las abejas en una colmena, desplazándose a un final de enorme meticulosidad y perfeccionismo literario, el cual se centra en un incidente en la vida del personaje Martín Marco, quien sobresale entre la multitud de caracteres que integran la novela.

La trama es complicada, por el gran número de personajes y lo fragmentado de las muchas historias; sin embargo, la preocupación del narrador literario parece más bien enfocarse en un cuadro global y subjetivo, en el que las individualidades se funden, o confunden, en un ente global.

La prosa es directa, mordaz, con aislados vuelos poéticos. Las descripciones, precisas, hacen hincapié en una realidad que el autor observa desde una distancia aparentemente impasible. Aunque, en tres ocasiones, éste interfiere explícitamente en el curso de la novela. Así señala en una ocasión: “A mí no me parece…”.

No obstante, en el prólogo a la tercera edición de La colmena, Cela escribió, proclamando su ruptura con la omnisciencia de la narrativa decimonónica: “La historia es como la circulación de la sangre o como la digestión de los alimentos. Las arterias y el estómago, por donde corre y en el que se cuece la substancia histórica, son de duro y frío pedernal”.

La colmena transita entre la tensión suscitada en los diálogos y los acerados comentarios del narrador. El novelista, más allá de proponer un cuadro sociológico de sus personajes, transforma al lector en cómplice, haciéndole testigo emocional del jadeo abrumador de la España de posguerra; sugiriendo, asimismo, el efecto nocivo del pasado sobre el presente. “No merece la pena que nos dejemos invadir por la tristeza. La tristeza también es un atavismo*" , propone Cela en su novela.

*Atavismo - reaparición en los seres vivos de caracteres propios de sus ascendientes más o menos remotos

domingo, 19 de diciembre de 2010

Baudelaire, poeta maldito

Charles Baudelaire, en una foto de alrededor de 1850

Por Leonardo Venta

“La fatalidad posee una cierta elasticidad que se suele llamar libertad humana”.
Charles Baudelaire

El 1º de setiembre de 1867, un pequeñísimo cortejo acompañó al cementerio de Montparnasse los restos del poeta y crítico francés Charles Baudelaire. En la procesión, integrada por cuatro o cinco personas, no figuraba ninguna personalidad pública, ningún escritor notable, ni siquiera Théophile Gautier, a quien dedicó su único libro de poemas.

Charles Baudelaire, cuya vida atormentada le llevó a una muerte prematura, cuando contaba con apenas 46 años, integra la lista de los poetas malditos, junto a Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, Lautréamont, Laforgue y Corbière.

Enfureció al gobierno francés con Las flores del mal, una recopilación de poemas que vio la luz en 1857, siendo objeto de un proceso judicial por ofensas a la moral y a las buenas costumbres. Sólo después de retirar el autor seis poemas del libro se accedió a su publicación.

Toda la crítica seria reprobó a Baudelaire en vida. Solamente Paul Verlaine, cuando era aún un desconocido, se atrevió a dedicarle un laudatorio artículo a raíz de su muerte. El tiempo, sin embargo, ha redimido su nombre. Hoy es reconocido precursor de la poesía moderna y el mayor de los poetas franceses de su época.

El poeta, novelista y ensayista cubano Guillermo Rodríguez Rivera en el prólogo de la publicación de Las flores del mal en 1976 por Editorial Arte y Literatura afirma: “es una síntesis de lo más significativo de la poesía francesa del siglo XIX y, a la vez el inicio innegable de la poesía moderna. Y no sólo de Francia”.


Después de publicado Las flores del mal, libro al que dedicó prácticamente toda su vida, su siguiente obra, Los paraísos artificiales (1860), realiza un estudio autoanalítico basado en sus propias experiencias e inspirado en Confesiones de un comedor de opio inglés, del escritor británico Thomas De Quincey.


Destaca asimismo, entre las publicaciones de Baudelaire, Pequeños poemas en prosa, en que funde espléndidamente la narrativa con la lírica, prefigurando a Rimbaud, Lautréamont, Laforgue, por sólo mencionar algunos nombres. Por lo demás, sus diarios íntimos, que comenzó a escribir en 1861, Cohetes, y Mi corazón al desnudo, completan su reducida y valiosa producción literaria.


En 1867, fallece, víctima de una terrible enfermedad, tras permanecer un año paralítico y privado de la facultad de hablar. Sin embargo, sus diarios íntimos no se publican – al igual que casi todo su trabajo literario – hasta después de su muerte.


Baudelaire sondea lo más oscuro de una sociedad opresiva que desprecia hondamente. Este ser maldito, poeta-criatura atormentada, bebe de las aguas contaminadas de la prostitución, del alcohol y las drogas, para explayarse en el irreverente e impetuoso gemido de su voz lírica.

“El Demonio a mi lado se agita sin cesar…/ Nada en torno de mí como un aire impalpable; yo lo trago y lo siento mis pulmones quemar, / de un deseo llenándolos infinito y culpable”, brama Baudelaire en “La Destrucción”, una de sus más desgarradoras composiciones.


sábado, 18 de diciembre de 2010

Arthur Schopenhauer


Por Leonardo Venta

El misógino y ateo Arthur Schopenhauer está incluido entre los filósofos más importantes de todos los tiempos. Su obra El mundo como voluntad y representación, publicada en 1819, es considerada el manifiesto del pesimismo filosófico.

Latente aún hoy, la filosofía de Schopenhauer persigue dar explicación completa, exacta y perfecta del mundo en todas sus manifestaciones, tarea que emprende a través de los conceptos de voluntad y representación.

Ferviente opositor al idealismo hegeliano, cuestiona la naturaleza espiritual de toda realidad. Aunque acepta, con reservas, la teoría de Immanuel Kant, según la cual los fenómenos existen sólo en la medida en que la mente los percibe como representaciones. Sin embargo, no concuerda con éste en que la “cosa-en-sí” (Ding an sich), o realidad última, exista más allá de la experiencia.

Para Schopenhauer, cuyas ideas giran alredor de las expuestas originalmente en su obra maestra de 1819, el querer, como voluntad, no está supeditado a una acción previsible, sino que toda la actividad experimentada por la personalidad es voluntad, incluso las funciones fisiológicas inconscientes. Esta voluntad, en el tiempo y el espacio, es la naturaleza innata que experimenta y adopta cada ser como apariencia del cuerpo, que es en sí su representación. Para él, la realidad última es una voluntad universal.

La tragedia de la vida consiste, según este filósofo que encuentra imperfección por doquier, en cómo el individuo vive sujeto a insaciables metas sucesivas, sin lograr nunca satisfacerse. De esa manera, la voluntad conlleva al dolor, cuyo única salida es la muerte. El espíritu avasallador de la voluntad, es decir, el querer, sólo puede contenerse cuando la razón logra domarlo hasta el punto que cesa el afán .

Aunque su metafísica es eminentemente budista, este gran pensador la sincretiza con el cristianismo en sus consideraciones sobre la moral y las obligaciones del hombre.

Schopenhauer propone que los impulsos irracionales de la voluntad, entre éstos la sexualidad, y no los sentimientos amorosos, son los que unen entre sí a las personas.

Desde el temprano pensamiento nietzcheniano a las óperas wagnerianas, el decimonónico siglo, así como gran parte del arte y la filosofía del XX, cosechan las ideas del autor de El mundo como voluntad y representación.



lunes, 13 de diciembre de 2010

Jane Eyre


Por Leonardo Venta

La novela Jane Eyre
de Charlotte Brönte fue publicada en 1847 y obtuvo un éxito inmediato por parte del público. Cumbre del romanticismo, es una de las más enternecedoras historias de amor de la literatura universal.

Huérfana, Jane es trasladada al internado de Lowood. Allí crece. Al cumplir los 18 años consigue empleo como institutriz en la mansión de Thornfield Hall, donde se ocupa de la educación de Adèle Varens, la protegida de Edward Rochester.

Jane y Rochester terminan enamorándose. Sin embargo, la desigualdad social crea barreras entre ambos. Una noche en la que Jane está paseando con el señor Rochester por el jardín (escena que aparece en el video que se muestra aquí), éste le anuncia que piensa casarse y que ella debe marcharse a Irlanda. Enamoradamente airada, Jane le confiesa que no puede vivir si él. Conmovido, el señor Rochester le declara su amor y le ruega sea su esposa.

La institutriz acepta. No obstante, el día de la boda, alguien revela que Rochester ya está casado. Sin más opciones, Rochester admite su oscuro secreto: oculta a una esposa completamente loca. Jane, desilusionada, abandona Thornfield.

Transcurrido el tiempo, Jane escucha la angustiada voz de Rochester en la distancia. Regresa a Thornfield para encontrar el lugar en ruinas. La desquiciada ha fallecido en un siniestro causado por ella. Rochester ha quedado ciego. Jane Eyre y Edward Rochester se casan.

Tonio Kröger, la novela de Thomas Mann, y la música de Rolf Wilhelm

Por Leonardo Venta

Tonio Kröger, de Thomas Mann, es mi novela favorita de adolescencia. Esta gema literaria, que impresionó igualmente a Kakfa, aborda la alienación del artista cuyo sublime mundo interior no se ajusta al prosaísmo que le circunda.

"¿Puede afirmarse sin restricciones que el artista es un hombre?", se pregunta Kröger. "Ojalá pudiera vivir y amar las cosas en su dichosa vulgaridad sin la maldición del entendimiento y el tormento de la creación artística", reflexiona. Todo artista debe leer esta obra para experimentar la satisfacción de descubrirse en el texto. Composición homónima de la novela, la música de Rolf Wilhelm capta magistralmente el lirismo de la epopeya del espíritu que estremece al protagonista de la misma.

Hey You Pink Floyd (Subtitulado)

“Hable con ella”


Javier Cámara, el inigualable Benigno de “Hable con ella”, personaje que enarbola un mensaje de esperanza ante lo imposible, estimula lágrimas fílmicas de tierna rebeldía ante todo tipo de manifestaciones relacionadas con la muerte.

Por Leonardo Venta

La cinta “Hable con ella”, de Pedro Almodóvar, ganadora del Premio Óscar 1989 al mejor guión original, comienza en un teatro donde se realiza un espectáculo de Pina Bausch, Café Müller. Dos hombres se conocen por azar en ese lugar: Benigno, un tímido enfermero, y Marco, un escritor de edad mediana.

La puesta teatral incita gran emoción en Marco, le hace irrumpir en llanto, mientras Benigno lo contempla igualmente emocionado desde su butaca. Este encuentro casual perfila cómo los sentimientos afines pueden coexistir aislados.

Meses más tarde, ambos hombres coinciden en el sanatorio "El Bosque", donde Benigno se ocupa en sus funciones de enfermero. Lydia, la novia de Marco, torera, oficio poco común en una mujer, está en coma producto de una cornada. Benigno, por su parte, atiende a la hermosa Alicia, joven que ha quedado en estado vegetativo tras un accidente, y de quien vive enamorado.

Allí, en “EL Bosque”, nombre que sugiere la madeja de la existencia humana y los inescrutables recodos a donde nos encamina, los dos hombres comienzan una amistad, no muy expresiva, que deviene en la intensidad de una tragedia que sólo un director de la estatura de Almodóvar puede desarrollar.

El filme inquiere la incomunicación a un extremo donde una persona habla y la otra quién sabe si escucha, en una disyuntiva monólogo-imaginado diálogo. El alma, abstracta sustancia espiritual, a la que Almodóvar no se refiere tácitamente, parpadea los recovecos del acto de existir.

La película especula además sobre el impacto del cine en el espectador. Percibimos a un Benigno conmovido y obsesionado con la temática de una cinta que ha ido a ver, el metacine, para convertirse, luego, en tácito protagonista de un vuelco en el argumento, motivado, en parte, por lo que ha presenciado en el celuloide.

“Hable con ella" aborda temas como el de la amistad, el amor, la soledad, la sexualidad, la muerte, la incomunicación (el mismo título sugiere la necesidad de manifestarnos), así como la impenetrabilidad de las pasiones. Ausculta también esa sublime locura quijotesca que se acurruca sosegada, con temor quizá de manifestarse, en cada uno de nosotros.

Aparte de entretenernos, deslumbrarnos, con suspenso y genialidad, Almodovar nos hace reconsiderar la cordura, nos incita a respirar un hálito de la simpleza que tanto subvaloramos, nos incita a soñar, rasgos que gravitan en el cosmos del personaje Benigno, y que muchas veces, según nuestra lúcida falibilidad, consideramos desatinados. Si aún no ha visto este filme, alquílelo o cómprelo.


☼ SIRACUSA ☼ Il Mito di Alfeo e Aretusa

domingo, 12 de diciembre de 2010

Aretusa*


Por Leonardo Venta

Ninfa del bosque en la mitología griega, protegida de Ártemis o Diana, mientras se bañaba desnuda en una corriente que pertenecía al dios del río Alfeo, la bella Aretusa, que al igual que Diana había prometido permanecer siempre virgen, despierta una pasión amorosa en Alfeo. La ninfa huye bajo el océano, transformada en corriente, mientras el agitadamente enamorado hijo de Océano y Tetis, metamorfoseado en río, penetra la tierra y viaja hasta Ortigia para unirse a ella.

Después de una prolongada fuga subterránea y submarina, Aretusa vuelve a la luz para notificar a Ceres, la diosa romana de la agricultura, el paradero de su hija Proserpina, diosa de los muertos y de la fertilidad de la tierra, a quien ha visto en su recorrido.

Gracias a Aretusa, Ceres, de cuyo nombre se deriva la palabra cereal, se entera que Proserpina ha sido secuestrada por Plutón y habita cautiva en el Hades. Esta información le facilita a la diosa madre el rescate de su hija. Los griegos, y luego los romanos a partir del siglo V a.C., creían que el reencuentro madre-hija cada primavera hacía que la tierra fructificara copiosamente.

Aretusa no es metamorfoseada como forma de reprensión por sus transgresiones, como usualmente sucede en los mitos grecolatinos (recordar a Nictimene, Acteón, las Minias, Alcione, Ascálafo, y otras figuras), sino más bien su transformación es una especie de protección divina. Diana le concede convertirse en corriente de agua para proporcionarle la escapatoria del dios-río.

El mito de Aretusa sugiere el triunfo del amor y la perseverancia. El río Alfeo, despues de perseguir apasionadamente a la esquiva ninfa, logra conquistarla para fundirse con ella en el jubiloso abrazo del amor. El insuficiente ente racional, a no ser movido por la pasión amorosa, no puede explicar el ignorado modo en que la fuente dirige su carrera.

Por otra parte, el mito de Aretusa sugiere descenso y elevación, oscuridad y luz. El ser humano, en su sed insaciable de conocimiento, muchas veces, al igual que Aretusa, se ve obligado a moverse a través de las oscuras profundidades subterráneas, a ocultarse, al decir de sor Juana Inés de la Cruz en Primero Sueño, “deteniendo en ambages su camino / los horrorosos senos / de Plutón, las cavernas pavorosas”. Atravezamos períodos de lobreguez intelectual y emocional antes de que el conocimiento y la dicha irradien temporalmente nuestros sentidos.

*En la antigüedad se pensaba que el río Alfeo corría bajo el mar desde Grecia y emergía en la fuente de Aretusa en el puerto siciliano de Siracusa, una de las mayores atracciones turísticas actuales de esta ciudad.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

"La aurora de Nueva York" Federico García Lorca - Vicente Monera

Lorca y Nueva York


Por Leonardo Venta

“La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada”.
Federico García Lorca


Federico García Lorca vivió en Nueva York del 25 de junio de 1929 al 4 de marzo de 1930. De allí partió hacia Cuba, donde residió por tres meses. En la isla con forma de caimán se ventiló de luz; en la Gran Manzana, de lobreguez. Divorciado del inglés, escribe su poemario Poeta en Nueva York durante su sombría estancia en la Universidad de Columbia.


En Poeta en Nueva York, el hombre inmerso que bosqueja los signos místicos de representación rema en un pantano espiritual. La gran urbe le resulta descortés civilización mecánica que lo aparta de los vívidos aromas de su naturaleza granadina. Se espanta del hombre, cae, se derrumba y alucina en un amorfo e incompatible cosmos.


En su poema “La aurora” se estremece ante las sombras que proyectan sobre su alma indiferentes viciados rascacielos neoyorquinos de “inmensas escaleras” desprovistas de toda humanidad. Familiares símbolos, como el agua, aparecen desprovistos de su significación vital, desformados, para revelar una existencia deprimente de “aguas podridas”.


Las palomas dejan de ser blancas para tornarse negras; los olorosos nardos exhalan pestilente angustia, los anhelados niños son abandonados, y la necesaria luz es sepultada. La llegada del amanecer sólo deja rastros de un naufragio de sangre. La madrugada, en su doliente misterio de estrenos, se transforma en gemido de muerte que únicamente percibe “nardos de angustia dibujada”, así como se amilana ante “los ruidos de las cadenas que acaban por sepultar la luz naciente”.

La naturaleza, tan humana como el alma para el poeta, es asesinada por la civilización. La sonrosada luz que precede a la salida del Astro Rey se funde con el nacimiento y la muerte en delirante batalla lírica. Todo es naufragio: “Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre”.

El alba agoniza desde sus primero hálitos: “La aurora de Nueva York tiene/ cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas, / que chapotean las aguas podridas”. Los que madrugan, al igual que la voz poética, se saben testigos de tsunámica perenne catástrofe.

La aurora de cieno es el mundo interior lorquiano; es el extraviado y confundido gitano en firmamento ajeno; es el asustado y sensible campesino de Fuente Vaqueros, del sur español, que sufre el choque ante una impasible hipercivilización, impenetrablemente absurda.


Poeta en Nueva York es el hermetismo enloquecido de la angustia que estremece a Lorca. Rafael Alberti lo define como “el gran placer y la gran victoria lorquiana de destruir al verso demasiado elaborado, demasiado terso, demasiado métrico, demasiado preciso”.


El escritor, ensayista, poeta y dramaturgo español José Bergamín en el prólogo a la edición completa en México del libro lo advierte como “una nube que pasa por el sentir hondo y claro de nuestro poeta”. Para nosotros, es una aurora, muy adentro, independientemente de su geografía, que “llega y nadie la recibe en su boca, porque allí no hay mañana ni esperanza posible”.


"La aurora"
Federico García Lorca

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible:
a veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Fe y religiosidad



Por Leonardo Venta


“Una fe: he aquí lo más necesario al hombre. Desgraciado el que no cree en nada”.
Víctor Hugo
Los eruditos continúan tratando de hallar respuestas a las numerosas interrogantes que el hombre se formula. Sin embargo, aún queda mucha incertidumbre latente, especialmente, en el plano de la conciencia.

Los triunfos – al igual que la frágil felicidad – están sujetos a lo fortuito de la vida. La sombra, proyección oscura que nuestro cuerpo agita en el espacio, en sentido contrario a aquel por donde llega la luz, parece advertirnos constantemente la temible asechanza de la muerte, la omnipresencia de la oscura nada.

Nos inquieta el tiempo, la libertad, el mundo interior, el deseo de inmortalidad, la voluntad de vivir, la constante necesidad de elegir. Nos atrae el éxito, la aprobación, el goce. Rechazamos instintivamente el dolor, lo grotesco, lo inservible, lo caduco, lo feo.

Sin embargo, la existencia viene diseñada por cada experiencia individual a partir de situaciones y apreciaciones específicas. La realidad, que en su atributo general puede parecer única, es interpretada desigualmente por cada ser.

El humano se siente desvastado ante el silencio divino, afectado por las incertidumbres y contradicciones que acompañan al Dios que le ha sido revelado desde pequeño por sus mayores. Intenta entender la aparentemente inconciliable relación entre lo deseado y lo verdaderamente factible, entre los instintos y la vilipendiada razón.

Al ateo más glacial, de una manera u otra, al menos una ocasión en su vida alienta una chispa de Dios; para luego ensombrecerse tras una nube desabrida de incertidumbre. Intentamos encontrarle sentido a la existencia, nos entusiasmamos con el vivir, mas al percibir los lúgubres repiques de la muerte sobre cielo ajeno volvemos sobre nuestros temores.

Buscamos a un Dios a tientas, la mayor parte de las veces, temerosos, desorientados. Se nos inculca una divinidad piadosa, que no se cansa de perdonar instintivos y repetidos pecados, cuyos orígenes ignoramos; por otro lado; se nos amenaza también con un Dios implacable y temerario.

Anhelamos relacionarnos con un Ser Supremo, sin intermediarios, sin la intervención de la opresora y defectiva mano humana, pero invariablemente quedamos a merced de milenarios proyectos y dogmas programados. “Ése en que crees, lector, ése es tu dios, el que ha vivido contigo en ti, y nació contigo y fue niño cuando eras tú niño, y fue haciéndose hombre según tú te hacías hombre, y que se disipaba cuando te disipabas […]”, afirma Unamuno.

Tenemos sed y hambre de inmortalidad y nos sabemos frágiles, vulnerables, mortales. Deseamos existir sempiternamente, y el aire que respiramos es nunca saldada hipoteca. ¡Qué mayor anhelo que el de igualarse y emular a Dios: el ideal diseñado! ¡Cuán decepcionados nos sentimos con las nuestras y ajenas fallas y limitaciones! Tanteamos a oscuras esa angustia que nos lleva a cuestionar la existencia de Dios, sin confesarlo.

Afirmamos creer lo que a ciencia cierta ignoramos. Con estoicismo, ocultamos nuestras dudas, nuestras miserias, para proteger a otros de la desesperanza o, quizá, por vanidad religiosa. Tememos la verdad. ¿Mentimos o nos mentimos? La fe imparte vida, libera; la religiosidad mutila, traiciona; nos transforma en súbditos de un reino insostenible que llegamos a abominar, por ilusorio y simulado. Recibimos masteres y doctorados en la carrera de las máscaras, nos naturalizamos con la ciudadanía de la doble moral, y dejamos atrás a ese niño al que le ha sido prometido el Reino de los Cielos.

Meditación diurna


Por Leonardo Venta

Un horizonte impreciso se alza ante nuestros sentidos: distante, vasto, ajeno e insospechado. En cada intento de aprehenderlo, las circunstancias se interponen. Es el querer y el no poder que siempre nos asecha.

Los rasgos propios que caracterizan a un individuo y su voluntad (dentro de un entorno social) vienen determinados, en gran parte, por las circunstancias. Desafortunadamente, éstas no son ideales para todos. Además, varían.

Lo que es felicidad hoy puede ser desventura mañana, y viceversa. Lo que es alegría y placer para alguien, puede ser tristeza y dolor para otro. El hombre, en su naturaleza disconforme, no acepta sentirse prisionero de las circunstancias. Se enfrenta a ellas desigualmente (o simplemente no las afronta).

Al nacer no elegimos ser niños o niñas, no escogemos nuestros padres, no decidimos el lugar donde crecer, ni el color de nuestra piel o nuestros ojos, ni el tono de nuestra voz. Las circunstancias juegan un papel decisivo en nuestra fortuna.

Existen encrucijadas, momentos críticos que definen nuestro rumbo. Tal parece que se nos ha asignado un itinerario, único e indivisible, delineado por hechos, encuentros y desenlaces, por más que diques y represas, elevadas montañas o tupidas selvas, se interpongan.

La sístole y la diástole de la existencia humana tal parece que nos impelen por irremediables laberintos, sosegados valles, inhóspitos desiertos y apacibles florestas, de igual modo que el movimiento ininterrumpido de nuestros corazones consuma el sendero cíclico del sistema circulatorio.

Muchos tratan de alterar el curso de la vida, y fracasan. Cuando creemos haber logrado nuestras metas, misteriosas bofetadas del destino nos recuerdan la presencia de una implacable potestad superior. Violentamos nuestro devenir, nos obligamos a creer que la encrucijada de la vida no nos aguarda.

Rechazamos nuestra suerte, si es que realmente existe una. Vegetamos disconformes con lo que somos y tenemos. El alto anhela ser pequeño para penetrar en angostas cavidades, mientras el pequeño sueña con ser alto para alcanzar las estrellas. Renunciamos, negamos, repudiamos. Nos acomodamos a las costumbres, prejuicios y lineamientos, impuestos por otros, con el afán de ser aceptados.

Aprendemos a reír como los demás, a caminar como otros caminan, a vestir con las modas que otros prefieren (porque, aparentemente, demuestran el buen gusto). También nos enseñan a despreciar a aquellos que no son o piensan como nosotros.

Anhelamos ser lo que la sociedad nos propone, aunque nuestros instintos, gustos e intereses no lo entiendan así. Desempeñamos roles. Nos ocultamos tras disímiles máscaras.

Abrigamos prejuicios e intransigencias. Competimos, censuramos, mentimos, usamos la verdad para herir, en vez de emplearla como fuerza liberadora. Erigimos murallas, paredes invisibles, que no por incorpóreas dejan de ser temibles. Construimos cercas, rejas, cerraduras, mientras llevamos a rastra prisioneros corazones que lamentan su destino.

La vanidad y el egoísmo nos sustentan. Arrinconamos al amor, lo amordazamos, laceramos, torturamos, decapitamos... Hacemos y nos hacemos creer que estamos bien, que andamos con la virtud cogidos del brazo, sabiendo que es todo lo contrario.

Humberto López Morales, ganador de la segunda edición del Premio de Ensayo Isabel Polanco


Guadalajara, México. El jurado del Premio de Ensayo Isabel Polanco, instituido por la Feria Internacional del Libro de esta ciudad y por la Fundación Santillana, declaró ganador de la segunda edición de este certamen al trabajo La andadura del español por el mundo, presentado por el doctor en filología románica por la Universidad Complutense de Madrid, Humberto López Morales, que sometió su documento bajo el seudónimo de Hernán Luna.

El miercoles, 13 de octubre de 2010 se dio a conocer el veredicto del jurado, que estuvo presidido por el ex presidente chileno Ricardo Lagos, e integrado por la escritora colombiana Laura Restrepo, por Daniel Samper, de España y Colombia, y por los académicos mexicanos José G. Moreno de Alba y Concepción Company Company, que deliberó vía telefónica desde Washington, así como por el escritor Gonzalo Celorio, que además actúa como secretario técnico del premio instituido el año 2008.

El tema de esta segunda edición del Premio de Ensayo Isabel Polanco fue la "Lengua española, su unidad y diversidad, su historia, su presente y su futuro, su relación con otras lenguas o su potencialidad literaria, cultural, económica...". La convocatoria cerró el 15 de julio y los organizadores informaron que se recibieron trabajos de España, Estados Unidos, Argentina, México, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela. El galardón, que será entregado en el marco de la Feria Internacional del Libro 2010, que inicia el próximo 27 de noviembre, consiste en una obra del artista canario Martín Chirino y 100 mil dólares. Además, el sello Taurus presentará en el mismo marco la edición del ensayo premiado.

El acta del jurado, que decidió el galardón de manera unánime, señala que la obra presentada por López Morales es "un ensayo académico que aúna al rigor conceptual y metodológico que lo impulsa la amenidad y sencillez de su escritura, lo que permitirá que, una vez editado, el libro pueda ser leído lo mismo por especialistas en la historia y la configuración de la lengua española, que por un público general culto interesado en el tema de nuestro idioma".

En su veredicto los jurados subrayaron que "la obra ofrece una visión completa de la lengua española a lo largo de su historia y a través del vasto territorio en el que se habla", como vasta en el campo lingüístico es la experiencia del ganador, nacido en La Habana el 2 de diciembre de 1936. El recorrido estudioso de López Morales, compendiado en más de 250 investigaciones, 50 de ellas convertidas en libros, lo ha llevado a participar en universidades y academias de la Lengua de tres continentes: de las Filipinas al Caribe, de España a Argentina, de Estados Unidos a Chile. Actualmente se desempeña como secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que tiene su sede en Madrid. Es además presidente de honor de la Asociación de Lingüística y Filología de la América Latina, y preside la Sociedad Lingüística del Caribe Hispánico y la Asociación de Historia de la Lengua Española.

El año pasado, el certamen instituido para honrar la memoria de quien fuera consejera delegada del Grupo Santillana y para subrayar la importancia del género del ensayo, lo ganó el también cubano Rafael Rojas, con el texto Repúblicas de aire: Utopía y desencanto en la Revolución de Hispanoamérica.

sábado, 23 de octubre de 2010

El Ballet está de fiesta en La Habana


Por Leonardo Venta

Este jueves, 28 de octubre de 2010, comienza el XXII Festival Internacional de Ballet de La Habana, con una gran gala en el García Lorca, que cuenta con el estreno en la Isla del documental "Alicia Alonso. Para que Giselle no muera".

El material fílmico, transmitido como parte de la serie "Imprescindibles", de Televisión Española, rescata segmentos de actuaciones de la legendaria bailarina, materiales históricos, declaraciones de artistas e intelectuales, y un poema de Eliseo Diego, musicalizado e interpretado por Martha Valdés, Premio Nacional de Música.

Los teatros más importantes de la capital cubana presenciarán el estreno de doce coreografías en esta magna celebración danzaria. La Alonso sorprende nuevamente en el nonagésimo aniversario de su natalicio (en qué no habría de asombrarnos), al estrenar para esta ocasión tres obras de su autoría: “Impromptu", dedicada al inmortal Ernesto Lecuona; “La muerte de Narciso", basada en el poema homónimo de José Lezama Lima, uno de los escritores más significativos de la literatura hispanoamericana; y "La noche del eclipse", un pas de deux que recrea la decimonónica pasión amorosa entre la poetisa Juana Borrero y el también poeta Carlos Pío Urbach.

El American Ballet Theatre (ABT), compañía muy vinculada a la vida artística de Alicia Alonso, se presenta en Cuba después de 50 años de ausencia. “Alicia es parte de nuestro pasado, y seguirá siendo parte de nuestra familia. Hay lazos especiales con el Ballet Nacional de Cuba”, expresó Rachel Moore, director ejecutivo del ABT.

Dos primeras figuras del ABT formadas en Cuba: José Manuel Carreño, de 42 años, quien anunció el pasado año en Tokio su retiro para 2011; y Xiomara Reyes, que bailará en su Cuba después de 18 años, brindarán suma emotividad a las presentaciones en La Habana de la compañía de ballet estadounidense, con sede en la Metropolitan Opera House del Centro Lincoln de Artes escénicas de Nueva York.

El programa del ABT en el Festival comprende: “Temas y Variaciones”, de George Balanchine; “Las Siete Sonatas”, de Alexei Ratmansky, y “Fancy Free”, de Jerome Robbins. Además, alentarán aplausos cubanos, figuras del New York City Ballet, del English National Ballet, de la Compañía Nacional de Danza de España, del Ballet de Munich, del Teatro Colón de Buenos Aires, del Teatro Teresa Carreño de Venezuela, y de la Ópera de Berlín, con su director Vladimir Malakhov.

Los apasionados conocedores del arte de las puntas podrán disfrutar de estrellas cubanas residentes en la Isla – como Viengsay Valdés, admirada en los más importantes escenarios del mundo –, figuras extranjeras de primerísima clase, entre otras, la española Tamara Rojo, Premio Príncipe de Asturias, y la brasilera Roberta Márquez, ambas, primeras bailarinas del Royal Ballet de Londres.

El bailaor español "El Pipa" estrenará con el Ballet Nacional de Cuba su coreografía “Amor brujo'', música de Manuel de Falla, en la primera incursión del bailaor en el reino de las puntas con su usual atuendo flamenco.

Julio Bocca, quien bailó por última vez en Cuba en 2006 con su espectáculo "Bocca Tango", un año antes de retirarse ante cientos de miles de admiradores frente al Obelisco de Buenos Aires, estará en La Habana como recién estrenado director del Ballet Nacional del Sodre (Uruguay), que presentará "Nuestros Valses", una pieza del coreógrafo y bailarín venezolano Vicente Nebrada (1930-2002), con música de la caraqueña María Teresa Carreño.

El programa de la gran fiesta danzaria también incluye galas dedicadas a los centenarios de Galina Ulanova, la primera prima ballerina assoluta de Rusia y de Lezama Lima, así como un homenaje al bailarín y ex director artístico del Ballet del Teatro Bolshói, Vladimir Vasiliev, que en 1980, dentro del marco del VII Festival de Ballet de La Habana acompañó a la Alonso en una memorable “Giselle”.



sábado, 16 de octubre de 2010

El estudio de un gran joven pintor: César Santos

El espejo del espejo


Por Leonardo Venta

“Dalí de espaldas pintando a Gala de espaldas eternizada por seis córneas virtuales provisionalmente reflejadas por seis espejos verdaderos"(1972-1973), es el desconcertante título del óleo sobre lienzo en que Salvador Dalí y su musa-modelo aparecen en planos sucesivos emulando con “Las Meninas”, en que Velázquez se integra a su obra en el acto de pintar, mientras la imagen de los reyes se proyecta desde un espejo.



El "mundo al revés" creado por Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas (1865), y su continuación, en 1872, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, se apoya en la propuesta del cristal azogado que refleja una imagen invertida de quien se contempla en él, y donde, al mismo tiempo, se funden la realidad y la ficción.

No cabe duda que contemplarse, o contemplar algo o alguien, en el espejo es un ejercicio sumamente frecuentado. Para Caroll, el espejo es la manera de inspeccionar el lado oscuro del hombre. Para Jorge Luis Borges, es la forma de ingresar a un cosmos fantástico, hacia adentro, que sus nublados ojos no alcanzan vislumbrar en un mundo manifiesto.

El espejo nos adentra en una realidad tan paradójica como la propia existencia. La verdad, que tanto inquirimos y confesamos anhelar, es objetada y deconstruida en todo espejo enarbolado por pequeñas verdades individuales que reflejan y reclaman su propio espacio, no ideal ni ordenado, mucho menos concreto, necesariamente impuro; pero sí, propio, familiar e íntimo.

En nuestro inconsciente gravitan vivencias a manera de desván, que emergen y desaparecen constantemente en espejos. El real e inverosímil desconcierto de nuestro subconsciente nos convoca a ese aposento desordenado, cálido, introspectivo y complejo, en donde se almacenan los recuerdos, y yacen, según el escritor-filósofo George Bataille, "lazos de silencio, de ocultamiento, de distancia".

Nuestro diálogo interior, inmóvil y dinámico, revisita experiencias vividas; divaga en busca de una libertad regeneradora que sujete nuestra soledad existencial a través de la comunicación con ese interlocutor ideal, álter ego, el yo otro, identidad secreta, que proclama verdades tan reveladoras como ineludibles.

Al mismo tiempo, este interlocutor ideal es directriz de nuestros pensamientos; catalizador de una imperiosa sed de comunicación. Nuestro subconsciente tolera y mima nuestras ambigüedades; las reconoce y valora como ontológicas manifestaciones de nuestro ser.

No le aburren nuestros soliloquios; nos ofrece seguridad y confianza desde una perspectiva indulgente y superior. Es ese amigo que nos invita a sentarnos a departir cuando otros nos desatienden. Es el inapreciable preciso confidente. Disponible siempre.

No obstante, cuando nos miramos en un espejo, ¿buscamos la verdad o sólo lo que nos interesa encontrar? ¿Tememos enfrentar la realidad no deseada, o preferimos una iluminación acondicionada que proyecte una imagen más asequible a nuestros deseos?

Una nueva casa para Dalí


Por Leonardo Venta

La prestigiosa firma HOK, condecorada en tres ocasiones con el Honor Award, el máximo reconocimiento al diseño arquitectónico en Estados Unidos, y Beck Group han diseñado un nuevo museo de tres plantas por el monto de $30 millones para albergar las obras de Salvador Dalí que abrirá sus puertas al público el 1° de enero del año entrante.

Localizado en el litoral del centro de San Petersburgo, y ubicado a sólo 30 minutos de Tampa, el Museo Salvador Dalí posee la colección de óleos, esculturas, objetos de arte y dibujos más grande e importante de este pintor en Estados Unidos.

La arquitectura de su nueva morada, en afinidad con el carácter surrealista de quien le da nombre, funde lo clásico con lo fantástico, e incorpora elementos que protegen la edificación de los múltiples embates de huracanes, hasta de categoría 5 y vientos de hasta 266 km./hr, que fustigan al estado de Florida.


Las obras de arte estarán por encima del plano de inundaciones, guarecidas por potentes muros de 46 cm de concreto. Una joya arquitectónica en sí, el museo posee un resistente vidrio triangulado, “Enigma”, que sugiere el contraste entre la consciencia, dalisiana, y el mundo exterior.

A excepción de los museos que se encuentran en España, la colección de este centro es la más extensa en obras originales de Dalí. Incluye 95 de sus pinturas, más de 100 acuarelas y dibujos suyos, 1300 gráficas, fotografías, esculturas, objetos de arte de su creación, así como una extensa librería.

La flamante tecnología del siglo XXI, apoyada en el análisis computacional y la digitalización, ha conseguido recrear la ilusión del fluido de los líquidos de la naturaleza en estructuras sumamente vigorosas que particularizan este nuevo alojamiento para las criaturas dalisianas. Es la primera ocasión que se emplea este tipo de geometrías geodésicas en Estados Unidos.

El museo consta además de una escalera en espiral inspirada en la fascinación de Dalí por el ADN, el gusto por las simetrías (que nos evoca los anaqueles de la Biblioteca de Babel borgiana), y la sucesión de números Fibonacci, en la que cada término es igual a la suma de los dos términos precedentes.

La singular escalera que comunica la planta baja y el tercer piso, como un resorte tensionado, tiene peldaños elevados que emergen excediendo lo real a lo irracional, suspendidamente, en una asombrosa y desafiante curva.

El Salvador Dalí posee una colección valorada en 500 millones de dólares y recibe un promedio anual de 200 000 visitantes, y seguramente, cuando estrene su nuevo domicilio, dichas cifras se multiplicarán astronómicamente.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Clarice Lispector, el misterio poderoso de la palabra


Por Leonardo Venta

"Nací para amar a los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos”, son declaraciones de Clarice Lispector, una de las voces más notables de la literatura contemporánea, recogidas por Olga Borelli, su gran amiga y secretaria.

Hija de judíos rusos, Lispector nació en Chetsélñik (Ucrania) en la segunda mitad de la década de mil novecientos veinte. Con dos meses de nacida llegó a Alagoas, al nordeste de Brasil y jamás admitió otra patria que la constituida por el país más extenso del subcontinente americano.

La obra de Lispector es la reflexión sobre la palabra, la sublimación del instante y la coronación de lo aparentemente insustancial. "La palabra tiene su terrible límite. Más allá de ese límite está el caos orgánico. Después del final de la palabra empieza el gran alarido eterno", expone la gran escritora.

De neutralidad ontológica entre la conciencia y el ser, Lispector reprueba la pedantería académica. "No entiendo de qué hablan, pero siento ese falso vanguardismo, lleno de modismos, frío, calculador, poco humano. La mejor crítica es la que entra en contacto con la obra del autor casi telepáticamente".

Cerca del corazón salvaje (1944), su primera novela, escrita cuando contaba 17 años, le mereció el premio Graça Aranha, pero no es hasta 1961 con la publicación de La manzana en la oscuridad, cuando despierta el interés de la crítica literaria, que la situó, junto con João Guimarães Rosa, en el vértice de la ficción de vanguardia de su país, “antropófaga”, por nutrirse de las vanguardias europeas para engendrar con genuina singularidad lo brasileño.

Novela sin trama, Cerca del corazón salvaje, hilvanada con las hebras del monólogo interior joyciano, es un vistazo femenino, urbano, intuitivo, que emparenta la feminidad con la agudeza. Las mujeres de Lispector alcanzan profundidad en su discurso, pero no por eso dejan de ser femeninas.

A la escritora brasileña le obsesiona la necesidad de comunicarse y, al mismo tiempo, respirar el éter místico del silencio. "Yo escribo y así me libro de mí y puedo entonces descansar", afirma. Luego agrega: "Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto – y el mundo no va a la deriva, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar –. Para escribir tengo que colocarme en el vacío".

Desaloja de todo su sentido a la palabra para liberarla en icáreo intento. "Hay muchas cosas por decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras. Pero me niego a inventar otras nuevas: las que existen deben decir lo que se consigue decir y lo que está prohibido", confiesa. Aprehender lo inaprensible es su gran reto. “Y si tengo que usar palabras, tienen que tener un sentido casi corpóreo (...) palabras hechas de los instantes (...) Quiero como poder coger con la mano la palabra", agrega.

"Nosotros los que escribimos, apresamos en la palabra humana, escrita o hablada, un gran misterio que no quiero revelar con mi raciocinio porque es frío", apunta Lispector. En Un soplo de vida (1978), su novela póstuma, expresa: "¿Pero dónde están las palabras? Se han agotado los significados. Como sordos y mudos nos comunicamos con las manos”. Herida prematuramente de muerte, en 1977, con apenas 52 años, revela: "Estoy absolutamente cansada de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad".

martes, 5 de octubre de 2010

Silencio


Por Clarice Lispector (1926?-1977)

"Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aún el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta - cómo ardemos por ser llamados a responder -, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento. Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio".

jueves, 30 de septiembre de 2010

“La Fragua de Vulcano” de Velázquez


Por Leonardo Venta

Vulcano es el dios del fuego o la fragua en la mitología romana. Sus fiestas en Roma, las Vulcanalia, se celebraban el 23 de agosto. Irónicamente, una gran erupción en el volcán Vesubio arrasó las ciudades de Herculano, Pompeya y Stabiae en el año 79, al día siguiente de festejarse las Vulcanalia de ese año.

En la mitología griega, Vulcano es conocido como Hefesto, hijo de la diosa Hera, por quien siempre toma partido cuando discute con su esposo Zeus, el rey del Olimpo. El mito cuenta que Afrodita, la más hermosa de las deidades, había recibido a Hefesto como cónyuge por disposición de Zeus. El dios del fuego y de la metalurgia era cojo y siempre andaba tiznado y sudoroso debido a su trabajo.

Como era de suponerse en una mitología de dioses sumamente promiscuos, como la griega, la hermosísima diosa del amor traicionaba a su poco agraciado marido con hombres más jóvenes y seductores. Uno de ellos era el atractivo Ares, dios de la guerra. Sus encuentros amorosos se consumaban de noche, a escondidas de Hefesto.

En una oportunidad se demoraron más de lo acostumbrado, y Helios, antiguo dios del Sol (que tradicionalmente es confundido con Apolo), le informó a Hefesto que Afrodita le estaba siendo infiel. Para vengarse, Hefesto se valió de su gran destreza como orfebre y les tendió una trampa que consistió en fabricar una finísima red que sólo él podía manejar y que fue colocada en el lecho donde los amantes se habían dado cita.

Afrodita y Ares fueron atrapados y expuestos a la burla ante los dioses del Monte Olimpo. Sin embargo, Poseidón (dios del Mar) pidió clemencia y ambos fueron liberados. La diosa, abochornada, huyó a Chipre; mientras Ares se refugió en Tracia.

El óleo sobre tela “La Fragua de Vulcano” de Diego de Silva Velázquez que data de 1630, con dimensiones 223 x 290 cm, capta el momento en que Apolo (en sí debe ser Helios, según el mito original), con una corona de laurel sobre su radiante cabeza, informa a Hefesto/Vulcano que en ese mismo instante su esposa Afrodita/Venus le está engañando con Ares/Marte.

Nótese cómo las deidades en el cuadro, muestra permanente en el Museo del Prado de Madrid, son campesinos o artesanos humanos, quienes trabajan un pedazo de metal candente y crean una armadura caballeresca. Asimismo, es admirable la logradísima expresión de asombro en el rostro de Vulcano y sus ayudantes al recibir la noticia del adulterio de Afrodita.

Las figuras semidesnudas – cuyas tonalidades de la piel, matizadas por el contraste luz-sombra, honran el genio excepcional de Velázquez – manifiestan la influencia de los maestros italianos del siglo XVI. El brío de las pinceladas en el traje de Apolo, de color rojo, y la iluminación casi teatral que envuelve a esta deidad, representada en la iconografía artística antigua con mayor frecuencia que cualquier otra, sugiere el modelo del veneciano Tintoretto, a quien Velázquez admiraba hondamente, en contraste con las extensas áreas de colores terrosos que evocan el crudo tenebrismo de Caravaggio.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Piel negra, máscara blanca: la identidad negra en una sociedad diseñada por blancos

Frantz Fanon, autor de Piel negra, máscara blanca, ha ejercido un pujante influjo sobre el movimiento de los derechos civiles, los movimientos anticoloniales y por la conciencia negra en todo el hemisferio.  
Por Leonardo Venta

Defensor de los derechos de los negros, el martinico Frantz Fanon es famoso por la publicación de su libro Piel negra, máscara blanca (1952), donde reexamina brillantemente la problemática del negro de las Antillas no españolas en relación al europeo, responsabilizando a la ideología colonialista de las múltiples formas de discriminación a las que han sido sometidas las personas de tez oscura, en esa y otras regiones del hemisferio.

El escritor martinico distingue vestigios de la opresión colonial en el uso de la lengua. Observa cómo se diferencia el lenguaje que utiliza un negro para relacionarse con otro de su propia raza en contraposición con el modo en que lo emplea para comunicarse con un blanco. Lo que demuestra, según el estudioso, los prejuicios raciales que obligan al negro a desdoblar su personalidad y no poder ser él mismo cuando se relaciona con un caucásico.

Fanon alega que el negro de las Antillas francesas se considerará más blanco mientras mejor domine el francés, lo cual le impone consciente o inconscientemente la inquietud y la tensión de hablar la lengua adecuadamente y de rechazar los dialectos que son considerados por los colonizadores como inferiores, tales como el crêole.

Se refiere, asimismo, a los cambios que experimenta el hombre negro que abandona las Antillas para establecerse en Francia. Según su análisis, éste se ve obligado a identificarse con estereotipos impuestos por la sociedad occidental, forzándolo prácticamente a dejar a un lado  los rasgos de su propia etnia. “Él se vuelve más blanco mientras mayor es su grado de renuncia a su condición de negro”, señala.

Cita diferentes ejemplos de dicho reajuste, manifiesto en la nueva actitud que adopta el negro al regresar a su lugar de origen. Puede intentar sólo hablar el francés, y de la manera en que lo haría un europeo, o puede rechazarlo como estigma del sistema opresor. Aunque, por lo general, el negro europeizado adopta una actitud crítica hacia sus connaturales y ésta se refleja obviamente en el uso que hace del lenguaje.

Fanon explica cómo entre los mismos negros existen rangos de jerarquía que reflejan la mentalidad impuesta por los europeos. Por ejemplo, el negro nativo de las Antillas es considerado, entre ellos, superior al negro puramente africano, por hallarse más cerca del colonizador blanco.

Se refiere, igualmente, a la teoría del psicólogo y pedagogo suizo Jean Piaget con respecto al dominio de una lengua y sus etapas de evolución, reconociendo la fase infantil como la más rudimentaria. Según el estudioso martinico, el colonizador al relacionarse con el negro usa el mismo lenguaje con que un adulto se dirige a un niño.

De acuerdo a Fanon, el blanco al hablarle a un negro en “pidgin”, un lenguaje cuya gramática normalmente suele reducirse a lo indispensable, asume que el negro no le comprendería si le hablase en un nivel sintáctico más elaborado.

Fanon imputa a los europeos de introducir sutiles conceptos y estereotipos que rubrican la superioridad de la raza blanca. Se refiere específicamente al complejo de Próspero, introducido por el psicoanalista Octave Mannoni, el cual sugiere el carácter salvaje de la raza negra.

El hombre negro debe rechazar la idea de que sea el blanco quien lo defina, alega Fanon, ya que “limita su capacidad de pensar por sí mismo y de revelar una inteligencia comparable a la de su homólogo caucásico”.

La lectura de Piel negra, máscara blanca nos estimula a reexaminarnos. Nos incita a combatir toda forma de discriminación y racismo. Para redimir esta gran orfandad espiritual que nos asecha, necesitamos miríadas de sastrecillos del alma. ¡Seamos uno(a) de ellos!

jueves, 16 de septiembre de 2010

Pedazos



Por Leonardo Venta

Hay pedazos que caen
sobre el suelo del alma;
porciones desechas
mecidas por sueños.

Apolíneos fragmentos,
narcisos ególatras,
sigilosos aliados
de un susurro desierto.

Sobre el suelo,
tendidos,
de un submundo escondido,
cabalgan inertes
hacia oblicuo destierro.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El Ballet de Orlando habla muy bien el español

Por Leonardo Venta
(Publicado en el semanario La Prensa, diciembre, 2007)*

Como parte de las tradicionales celebraciones navideñas, se efectuaron el pasado fin de semana en la sala Morsani Hall, la más espaciosa del Tampa Bay Performing Arts Center, cuatro exitosas representaciones de Cascanueces por el Ballet de Orlando.

Los matices y minuciosidad en los detalles de los pasos y montaje de las escenas, así como el lirismo de los pasajes melódicos, son elementos que sobresalen en la versión coreográfica del fallecido ex-director artístico de la compañía, Fernando Bujones, basada en la puesta en escena inicial de Marius Petipa y Liev Ivanov.

La Orquesta Filarmónica de Orlando fue el complemento ideal para que la música de Chaikovski armonizara con el conjunto de elementos que conforman este ballet en dos actos, con argumento largo y completo que combinaba series de danza con escenas de mimo.

De la misma forma, nuevos cambios y adiciones al primer acto, realizados felizmente por Samantha Dunster, asistente de Bruce Marks, el nuevo director artístico de la compañía, le imprimieron dinamismo y gracia a esta nueva edición de Cascanueces que continuará celebrándose en el teatro Bob Carr de Orlando hasta el 23 de diciembre.

Las funciones efectuadas en Tampa reafirmaron el prestigio del Ballet de Orlando, que va desde el armonioso sincronismo y la impresionante proyección artística del cuerpo de baile hasta el excelente desempeño de sus bailarines más reconocidos.

El Ballet de Orlando es una compañía sólida con indiscutible sabor hispano. Zoica y Daniel Tovar, Andrés Estévez y Katia Garza, con quienes pudimos departir ampliamente, son algunos de los nombres hispanos que honran a esta agrupación.

Zoica Tovar, una de las bailarines que lleva más tiempo con la compañía, 9 años, es graduada de la Escuela Cubana de Ballet. Llegó a Estados Unidos en 1997, y en el 98 comenzó con el Orlando Ballet, que se llamaba en aquel entonces Southern Ballet Theatre. Su primer director fue Vasile Petrutiu, posteriormente Fernando Bujones, y actualmente es Bruce Marks.

Andrés Estévez, esposo de Zoica, e igualmente egresado de la Escuela Cubana de Ballet, fue integrante del Ballet Nacional de Cuba, para después alistarse en las filas del Ballet Clásico de La Habana con Laura Alonso. Estévez llegó a Estados Unidos en 1997 y, ese mismo año, comenzó a trabajar con el Miami City Ballet, para en 1998 establecerse con el Ballet de Orlando, bajo la tutela del entonces director Vasile Petrutiu.

Eddie Tovar, hermano de Zoica, es también un producto de la Escuela del Ballet Nacional de Cuba. De la isla se trasladó a Brasil para trabajar allí por 2 años y medio con una profesora cubana. En 1999 se mudó a Estados Unidos y comenzó a bailar para el Ballet de Orlando.

Katia Garza, de origen mexicano, estudió en la Escuela Superior de Música y Danza de Bellas Artes de Monterrey, en su país natal. Trabajó 3 años con el Ballet de Monterrey bajo el comando de Fernando Bujones. Él fue quien la trajo en el 2000 a Orlando donde lleva bailando 7 años.

Estos cuatro bailarines no son los únicos hispanos de la compañía. Hay más apellidos de un origen tan admirable como sus historias. Los dos hermanos Tovar, por ejemplo, no están solos; sus padres Ibis y Eddie Frank son los gerentes de guardarropía de la compañía. “Me encanta ver a mis hijos bailar. Muchas veces no los puedo ver porque estoy trabajando, pero así y todo me asomo un momentico cuando escucho la música que corresponde a sus variaciones”, indicó Ibis.

Thalia, una niña colombiana que padece del Síndrome de Down, fue uno de los pequeños ángeles de las pasadas funciones de Cascanueces. Sus familiares, que asistieron a la función del sábado, estaban tan orgullosos que no cabían en sus butacas. “Thalia verá cumplido el próximo 16 de diciembre el sueño de toda niña bailarina: ponerse unas zapatillas de punta”, expresó su madre después de la función.

Sin lugar a duda, el Ballet de Orlando habla muy bien el español en su faceta multicultural. “Si te fijas en el American Ballet Theatre te das cuenta que la mayoría de los bailarines principales son extranjeros. Hay muy buenos bailarines que desgraciadamente no pueden bailar en sus países por falta de recursos y tienen que buscar otro suelo donde ejercer sus carreras. Es en Estados Unidos donde mejor pueden realizarse sus sueños”, dijo Katia Garza.

Andrés Estévez, por su parte, afirmó: “La tradición tiene mucho que ver con la danza en los países latinos, cuando mezclas ese sabor que llevamos por dentro con la técnica del ballet, puedes explicar la diferencia entre un bailarín latino y otro que no lo es”.

Zoica Tovar, asimismo, señaló que entre los latinos las relaciones sociales son más apegadas y eso se refleja, por ejemplo, en cómo en el adagio de un ballet bailado por éstos hay más relación de pareja. “La gracia que viene de la mujer se expresa mejor en ese acercamiento con el “partenaire”, se refleja en las miradas, los gestos... la mujer latina es muy femenina y tiene ese poder de seducción que otras idiosincrasias no poseen con la misma intensidad” apuntó. Luego añadió: “Aportamos la calidez a la hora de bailar, la pasión, tanto en un rol clásico como moderno”.

Al preguntarle a Andrés Estévez sobre el legado de uno de sus ídolos, Fernando Bujones, dijo henchido de admiración: “Fue uno de los mejores bailarines del mundo en su tiempo, marcó una gran pauta en lo que es el ballet, especialmente para los latinos. Como director, puso al Ballet de Orlando en el mapa”.

Más tarde añadió: “Cuando Bujones ingresó en el Ballet de Orlando se iniciaron las producciones grandes y comenzaron a venir bailarines de calidad a la compañía”. Asimismo apuntó: “Como ser humano, Bujones pensaba mucho en el bienestar de los demás”. Recordó la ocasión en que cuatro parejas de la compañía se habían preparado para bailar los roles protagónicos de Giselle, en el 2002;y, dos semanas antes de la fecha programada, se supo que sólo había fondos para pagar por tres funciones, lo que dejaba afuera a una de las pareja. Sin embargo, Bujones pagó al teatro, de su propio bolsillo, el monto de la cuarta función para que la cuarta pareja no se quedara sin cumplir su sueño de bailar Giselle.

Inmediatamente, Zoica Tovar, la esposa de Estévez, lo interrumpió visiblemente emocionada: “Yo era la bailarina que se iba a quedar sin bailar – exclamó – esa Giselle era mi debut en ese importante rol”.

*De los bailarines que entrevisté en 2007 para este reportaje, sólo Katia Garza se mantiene bailando para el Ballet de Orlando.

domingo, 12 de septiembre de 2010

El mejor remedio


Por Leonardo Venta

Hay pocos remedios eficaces frente a los grandes desengaños e intensos sufrimientos. No obstante, existe uno que opera infaliblemente, si lo ponemos en práctica con cuidado y constancia. Servir al prójimo, olvidando las propias aflicciones, es ese efectivo remedio.

Los resultados de la actitud solidaria hacia el sufrimiento ajeno son como prodigioso medicamento para el espíritu maltrecho. Cuando nuestras experiencias parecen estar plagadas de fracasos, acostumbramos a refugiarnos en la tenebrosa caverna de la lamentación, lamiendo nuestras propias heridas, en espera de frases que justifiquen ese estado lastimero, o proferimos emponzoñados gruñidos de rencor y protesta.

¿Por qué hemos de preocuparnos por los demás, si nadie se preocupa por nosotros?, nos preguntamos. Estamos solos ante nuestro dolor, pensamos. ¿Por qué, entonces, han de importarnos los otros?, alegamos. Este sentir es muy común en personas que han sido profundamente heridas, pero, al mismo tiempo, acarrea una actitud contraproducente. Sí, es posible experimentar paz en medio de la adversidad, afrontándola desde un nuevo paradigma.

Usted pensará, quizá, que la herida emocional que sufre nunca sanará (y probablemente no se equivoca). Se ha afanado infructuosamente en borrar los malos recuerdos. No obstante, existe un sentimiento que puede rescatarle, digo, rescatarnos: el amor.

Ese amor, al que me refiero, no viene determinado por el inexplicable instinto de fusión en otro organismo, egoísta al fin, ni las repetidas frases huecas que tanto hemos escuchado, sino en olvidarnos de nuestras propias necesidades, ya sean emocionales o biológicas, para ayudar a otros.

En momentos de aflicción, cuando el desaliento y la tristeza parecen nublar nuestras esperanzas, incorporar a nuestra agenda diaria las necesidades de quienes nos rodean acarrea un efecto increíblemente positivo en nuestras vidas. No soñemos con realizar obras lejos de nuestro alcance. En la sencillez de la cotidianidad radican las grandes conquistas del alma. "No podemos hacer grandes cosas, sólo pequeñas cosas con gran amor", decía Teresa de Calcuta.

Siempre habrá alguien que sufra más que nosotros. Eh ahí, cuando, resistiendo el impulso de autocompasión, arribamos al escenario donde la necesidad ajena nos aguarda. Nuestras manos se transforman en instrumentos de luz. Nuestras palabras dejan de ser vehículos de nuestra propia queja, para emerger con virtuoso tono de buen samaritano. Acaso no seamos de mucha ayuda, pero nuestro hermano en sufrimiento mitigará en algo su dolor mediante nuestro gesto solidario, y en ese espacio se restablecerá un poco también nuestro bienestar.

Generosidad, caridad, cortesía, preocupación por las pequeñas inquietudes de los demás; incluso, paciencia para soportar las cosas que nos desagradan, nos harán elevarnos de nuestras propias flaquezas, transformándonos en mejores seres humanos. ¡Cuán admirable es alguien que colmado de cargas ayuda a llevar la carga ajena! ¡Nada es más impresionante que contemplar compasión y misericordia en aquellos que son vituperados e incomprendidos!

Un alma saludable es mejor que cualquier medicina para el cuerpo. Así, el mejor remedio para escalar la montaña del sufrimiento es socorrer al prójimo. Siendo de ayuda a otros, veremos nuestro propio dolor desvanecerse como una pesadilla tras la salida del sol.

Los dos tiempos

Le Temps, Charles Van der Stappen - Jardin botanique national de Belgique, Meise
Por Leonardo Venta

No hay nada más preciado que el tiempo, suele decirse. Los seres humanos nos preocupamos – nos obsesionamos – por su inevitable e incierto compás. “Todas las horas hieren, la última mata”, afirma un proverbio latino.

También escuchamos expresiones como “tu hora ha pasado (llegado)”, “estás a tiempo”, “es ya tarde”, o “dale tiempo al tiempo”. Meditando sobre este tema, Marcel Proust, el famoso escritor francés, escribió su célebre novela En busca del tiempo perdido, en la que los sentidos se lanzan al rescate del pasado.

El tiempo que medimos nunca se detiene, sin bien existe otro subjetivo que parece no someterse al mismo rigor. Lo apreciamos, por ejemplo, en esos instantes trascendentales en que todo parece quedar suspendido de un inenarrable hilillo mágico.

El tiempo añade o resta significación a la existencia, según sea la experiencia vivida. Es el ladrón que devora el presente. De la misma forma, puede ser el sujeto, o la heroína encantada, que intentamos redimir.

Somos esclavos del tiempo. Consultamos relojes, cumplimos horarios, concertamos citas y hacemos planes sobre calendarios que encandilan un aleatorio futuro. Se escribe la historia rememorando el ayer. Se vive el presente afanado en administrar el tiempo, aprovecharlo, emplearlo satisfactoriamente. No obstante, esta magnitud física con que computamos la secuencia de nuestras experiencias siempre parece llevarnos la delantera.

Casi todos coinciden en la necesidad de programar el tiempo, estableciendo procedimientos que armonicen con metas propicias. Sin embargo, dicha planificación conspira en cierto sentido contra la dicha que radica en la espontaneidad de las cosas. Es saludable establecer planes, siempre que estos no nos sustraigan de las rutinas básicas de la ventura.

Debemos programar nuestro espacio, pero al mismo tiempo experimentar con regocijo las cualidades de nuestra naturaleza humana. Conozco de personas que son incapaces de perder su “preciado” tiempo con aquellos que no están comprendidos dentro del perímetro de sus prioridades e intereses.

¿En qué radica el éxito, la realización plena del individuo? ¿En alcanzar metas, frutos del tiempo bien planificado y puesto en efecto? Debemos confesar que el tiempo que suele llamarse perdido, es decir, el no utilizado en conseguir fines "fructíferos", muchas veces es el que más se asemeja a esa entidad abstracta llamada felicidad. Debe existir un balance entre la ociosidad y el trabajo.

El libro bíblico “Eclesiastés” habla de la existencia de un tiempo para todo. “Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado (…)”. También se refiere a lo amargo de lo obtenido con aflicción de espíritu, es decir, con sobrado esfuerzo, comparado con lo que se adquiere con contentamiento: “Más vale un puño lleno con descanso, que ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu”.

El tiempo debe emplearse en lo que realmente es importante para nosotros. Sin embargo, debemos centrarnos en principios que vayan más allá de nuestro egoísmo, así como disfrutar la vida en la esencia de su grandiosa simplicidad. Es justo admitir que el tiempo es irreversible, pero a su vez es nuestro en el periodo que lo transitamos.

El filósofo francés Henri Bergson, Premio Nobel de Literatura 1927, propone la existencia de dos tiempos; uno, uniforme, objetivo y perpetuo, que padecemos en nuestros relojes y calendarios; otro, el único verdadero, aquel que existe en lo íntimo de nuestro ser.

Eh ahí que el tiempo en su denotación subjetiva no tenga edad; envejecemos en la medida que nuestro espíritu envejece. Este tiempo, al que se refiere Bergson, es determinado por nuestra libertad de sentir. O sea, somos lo que sentimos. No dejemos, pues, que el paso de los años aniquile nuestra facultad de amar, soñar y, sobre todo, vivir.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

A mi Madre que duerme, desde la huérfana lobreguez de mi alma


Por Leonardo Venta

Hijo, me voy a imaginar que te has ido para una beca y que te veré cada dos años, fueron las palabras que desestimé aquel incierto mayo de 1980. Pero no iba para una beca, sino me dirigía hacia una escuela de exilio –sin sospecharlo, sin entenderlo– con el impredecible aliento de las despedidas.

No volví cada dos años como a ella le urgía. Quedamos atrapados en el vago laberinto de la impotencia. Lisiado de afectos, aprendí a poner en práctica el inglés que me enseñara el maestro de aquella escuelita secundaria habanera; mientras ella, la solícita matriarca proveedora de todas mis justificadas alegrías, añoraba cobijarme en su proscrito regazo de ternura almacenada.

En el arcano archivo que con recelo repasa la memoria, el año 1990 ha quedado precisado por la llamada Guerra del Golfo Pérsico. Sin embargo, mi alma egoísta –exímanme los caídos en todos los conflictos bélicos–, lo recuerda como un espacio de tiempo de consumada ternura. Después de diez años de desencuentro, con amoroso ingenio y escaso dinero, logré traerla de visita a Estados Unidos.

Llegó en octubre, con el cabello luengo, honrando su promesa de no dejárselo cortar hasta volverme a ver. Vestía un juego de saya y chaqueta blanco, al estilo ejecutivo, casi gravoso a su naturaleza llana. Acaso… ¿llegó en noviembre?, no sé, no recuerdo exactamente el mes, sólo el año se adhiere a mi memoria, mil novecientos noventa, por lo de la guerra y las restricciones en los aeropuertos.

Sí, estoy casi seguro que fue en octubre, con ese viento arremolinado de presagios festivos que advertían aquella inefable expresión de madre al abrir el regalo de Navidad (dispuesto por el hijo hasta ayer ausente) que contenía el extraviado anillo de bodas por reemplazar; o, quién sabe, la tierna cucharita, en complacido gesto, dragando los márgenes del pastel de calabaza en estrenado Día de Acción de Gracias, que aún horada su ausencia.

Sí, me la traje de visita. En mi fortaleza de West Tampa, ella derramaba cubos repletos de bulliciosa agua desde lo alto de nuestro balcón de júbilo, el que baldeaba con su alegría de límpidas nubes y rutilantes gestos, adorable solemnidad en mis laborales horas de ausencia, desfile de calzoncillos tendidos con sus amorosas manos –en contra de mi voluntad abstraída– al compás de canciones de Rocío Jurado.

No, no intenté retener su destino luminoso de palmas y sonrisas de nietos. Sancioné mi egoísmo para obligarme a estar solo, con su imagen suspendida –casi cinematográficamente– en el estrecho y extenso corredor del aeropuerto de Miami, abordando aquel vuelo invernal con destino a La Habana, a escasas horas del estrenado 1991.

No pude caminar a su lado más allá del puesto de inspección de maletas. No se le estaba permitido a los acompañantes. La contemplé, desplomado, sostener con dificultad una enorme muñeca, para su nieta Jane; varios discos de acetato de Hugo del Carril, para su esposo Landy (mi amado padre); un enorme camioncito rojo, para su nieto Orlandito; además de sostener una bolsa atestada de paliativos remedios y una ingente abultada mochila.

Se le cayó la enorme muñeca en medio del pasillo. Se inclinó con dificultad para recogerla, sumamente nerviosa, mientras perdía el control de los otros objetos que apenas lograba sostener. Yo, sin poder ayudarla, anegado en mi propio océano de lágrimas, la contemplaba desde la más abrumadora de las impotencias.

Caridad Gómez Durán, mi madre (ya transformada en una dulce y frágil viejecita de ochenta años), a quien disfruté por última vez un día de diciembre de despedidas y terminales aéreas, hace casi dos décadas, falleció este 16 de febrero de 2009 en un hospital de La Habana, sin mí, mientras su hija Tania quedamente le sostenía la mano.

“Sería que mis ojos se quedaron sin luz en la quejumbrosa hora de mi partida”, escribí alguna vez al intentar definir la indeleble tristeza que me ocasionaba nuestra separación. Hoy, desde la huérfana lobreguez de mi alma, arrullo tiernamente su memoria.