La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 12 de junio de 2010

Emmett Till, el sueño segado de un niño negro


Por Leonardo Venta

El 20 de agosto de 1955, Emmett Till y su primo Curtis Jones salieron en tren de Chicago rumbo a Mississippi, en un vagón de “gente de color.” Iban de vacaciones a casa de sus familiares. A pesar de conocer la segregación racial en el Norte, no habían experimentado aún la crueldad desmedida del Sur.

La tarde del 24, una semana después de su llegada, Emmett – de sólo 14 años – y siete muchachos de su propia raza se dirigieron llenos de júbilo a una pequeña tienda que respondía al nombre de Bryant’s Grocery & Meat Market. Según el recuento basado en el testimonio de los jóvenes que acompañaban a Emmett, que aparece en el libro The Civil Right Movement de Sandford Wexler, dos de los que viajaban con él le habían retado a entrar en el establecimiento y piropear a la atractiva dueña blanca, Carolyn Bryant.

Bobo, como le llamaban a Emmett, aparentemente impulsado por este pueril desafío entró en el negocio. Compró dos centavos de goma de mascar, y mientras abandonaba el local, para impresionar a los otros, se despidió de la joven propietaria diciéndole: “Adiós, nena”, al mismo tiempo que le lanzaba un piropo en forma de silbido.

Tres días más tarde, en la madrugada del 28 de agosto, dos hombres portando pistolas Colt 45 automáticas –Rob Bryant, el esposo de Carolyn, y su hermanastro Joe W. Milam –llegaron a la casucha rural de Mose Wright, tío de Emmett, y arrastraron el cuerpo semidormido del niño hacia la camioneta de carga en que habían llegado. El vehiculo se esfumó en la oscuridad de la noche.

Unos días después, un pescador encontró el cadáver mutilado de Emmett en el río Tallahatchie; le habían sacado un ojo a golpetazos y la cabeza estaba completamente deformada. Amarrado al cuello con alambre de púa, tenía un ventilador de desmotadora de algodón con el cual le hundieron en el río. Su lengua era ocho veces el tamaño de lo normal. Se veía con claridad sobre la oreja izquierda un orificio del tamaño de una bala.

Mamie Bradley, la valiente madre de Emmett, exigió que el cadáver de su hijo fuera enviado inmediatamente a Chicago, y que se realizara un velorio con el ataúd abierto. Por cuatro días, miles de personas desfilaron ante el féretro para expresar su dolor e indignación.

El esperado juicio contra los homicidas se efectuó el 19 de septiembre, en una atmósfera donde no se sabía que era más insoportable, si el calor o la humillante manera en que eran tratados los negros. El fiscal tuvo grandes dificultades en encontrar testigos. En aquel tiempo, un negro que inculpara públicamente a un blanco de cualquier delito que fuese, ponía en riesgo su propia vida.

No obstante, el día del juicio, Mose Wright se levantó como una columna de luz y apuntó con su dedo negro, encallecido por el arduo trabajo en los campos de algodón, al rostro de J.W. Milam, diciendo: “Thar he”—“Ese es él,” e inmediatamente sin ningún temblor, con aquel mismo dedo que delineara historia unos segundos antes, señaló hacia Roy Bryant, el hombre que conjuntamente con Milam había arrastrado de su casa el cuerpo inocente de su sobrino nieto.

Los homicidas nunca fueron castigados. Medio siglo después de aquel horrendo crimen, el Consejo Comunal de Chicago y el diputado Robert Rush presentaron ante la Cámara de Representantes de los Estados Unidos una moción de reapertura del caso. Tristemente, la madre de Emmett murió en el 2002 sin poder paladear el comúnmente quimérico bocado de la justicia.

1 comentario:

  1. buen articulo. triste historia. Dios quiera que ignominias como esa nunca vuelvan a repetirse

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