La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

martes, 22 de junio de 2010

Giotto: Precursor del Renacimiento


Por Leonardo Venta

Ambrosio di Bondone, pintor, escultor y arquitecto, más conocido en la historia del arte por Giotto, es considerado el pintor italiano más importante del siglo XIV. Su interpretación de la figura humana, que desarrolló con líneas amplias y redondeadas, desafió la representación plana y bidimensional del estilo gótico y bizantino, para crear el espacio tridimensional en la pintura europea.


A Giotto se le reconoce un estilo temprano, en el que predomina la influencia bizantina (marcada por la cualidad abstracta de los iconos). Según la tradición, Giotto fue llamado a Roma en 1298 por el cardenal Stefaneschi para ejecutar el mosaico conocido como “La navicelli”, que aparece en el portal de San Pedro.



Es este primer periodo – el de los pechos hundidos, sombras en el rostro y
miradas con expresión de asombro –, cuando el espacio no llega a definir bien su obra, ni los volúmenes ni lo patético de su carácter.

Una segunda etapa de Giotto comienza cuando se le asigna la decoración de la iglesia de Asís. El artista representa, por primera vez, distintas escenas de la vida del místico. Los frescos de esta iglesia revelan un cambio en la perspectiva del artífice. La influencia bizantina decrece, para darle paso a elementos como los árboles y las rocas, creando una iconografía novedosa sobre la figura de san Francisco, a la cual le confiere un hondo carácter psicológico.




En la nave superior de la iglesia de Asís, aún se contemplan veintiocho frescos (en muy buenas condiciones) que muestran la vida del Santo. La línea bizantina sólo se vislumbra en los pliegues de los trajes y en ciertos elementos litúrgicos. El drama de la serie es representado por un relieve prodigioso. Esta obra registra un buen salto en el desarrollo creativo de Giotto. Por primera vez, en el incipiente siglo XIV se contemplan frescos audaces que entremezclan elementos humanos divinizados y divinidades humanizadas.


La tercera etapa en la obra de Giotto se consolida en la capilla de Santa María de la Arena. Allí, el pintor consuma su segundo cielo de frescos, 38 en total, que describen la vida de la Virgen y la pasión de Cristo. Todo acontece en estos frescos con pasmosa serenidad, lo que rememora la tragedia griega. “La degollación de los inocentes” y “El beso de Judas”, son ejemplos de la representación de lo trágico bajo la imperturbabilidad de un plácido pincel.


La cuarta etapa de Giotto marca su plena madurez con los frescos de las capillas Bardi y Peruzzi, en la famosa iglesia de Santa Cruz de Florencia. Aquí vuelve a relatar episodios de la vida de Asís. En la escena de “Las exequias o muerte de San Francisco”, el cadáver del santo yace rodeado de sus más cercanos seres, mientras un grupo de ángeles elevan su alma al cielo.

“Las exequias o muerte de San Francisco” es un fresco que reúne las cualidades más sobresalientes de la obra de Giotto: la vivacidad y la ingenuidad, dentro de la volumetría y dignidad de las formas individuales integradas al conjunto para formar un marco monumental.

Hasta Giotto, el arte románico y gótico era más bien ilustrativo, de figuras planas, desinfladas y colorísticas. Se ha dicho que el tratamiento que este artista le devuelve a la figura humana, es algo así como bajado del cielo.

De Giotto, dijo Cennino Cennini en su célebre El libro del arte sobre Giotto: “…transformó el arte de pintar de griego en latino, modernizándole, y realizó el arte más acabado que nadie hubiese hecho hasta entonces”.


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