La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 19 de agosto de 2017

Breve charla con Ricardo Zayas, integrante del musical "Motown"

Por Leonardo Venta 

CJ Wright, en el papel de Michael Jackson (centro), con los "Jackson 5"

             Los productores Kevin McCollum, Doug Morris, junto a Berry Gordy hijo –fundador de la célebre compañía discográfica Motown, que condujo a numerosos intérpretes afroamericanos a las principales listas de la música popular en Estados Unidos–, ponen en escena nuevamente en Tampa el musical "Motown", que culmina sus presentaciones en la Sala Morsani del Straz Center este viernes a las 8 de la noche, así como el sábado y el domingo, en doble función, a las 2 p.m y 8 y 7:30 p.m., respectivamente.
            Dirigido por Charles Randolph-Wright, este espectáculo recorre la historia del legendario productor musical y compositor Berry Gordy, ligada a la del famoso sello discográfico Motown, fundado por Gordy en Detroit en 1959, y que llevó a la fama a Marvin Gaye, The Supremes, Stevie Wonder, Lionel Richie, The Jackson 5, The Temptations, Diana Ross y un numeroso etcétera.
            El musical ofrece grandes clásicos como “Ain’t No Mountain High Enough” (Diana Ross), “I’ll Be There” (The Jackson 5), “All Night Long (All Night)” (Lionel Richie), “My Girl” (The Temptations), “Dancing in the Street” (Martha and the Vandellas), “Stop! In the Name of Love” (The Supremes) o “What’s Going On” (Marvin Gaye).
                                              
Para Ricardo Zayas, "la música es un lenguaje universal, simplemente humano".
            
             Miembro del elenco es el neoyorican Ricardo Zayas, un artista de 33 años con grandes dotes danzarias. Estudió en el Teatro de Danza de Harlem y en el Ballet de San Francisco. En 2005, se graduó con honores de la Universidad Fordham y fue invitado a unirse a Ailey II, la versión más joven de la prestigiosa compañía Alvin Ailey American Dance Theatre. 
            Zayas también ha bailado con Complexions Contemporary Ballet, Sidra Bell Dance Nueva York, Shen Wei Dance Arts, Post: Ballet y Alonzo King / LINES Ballet. En 2009, Dance Magazine lo seleccionó entre los 25 bailarines a seguir por su gran talento. Asimismo, trabajó en el musical 'Hamilton', uno de los  más originales y exitosos en la historia de este género teatral de Broadway, asi como en "In The Heights y "West Side Story".
            Al preguntarle cómo se unió al musical 'Motown', Zayas me responde:  "En diciembre, leí el anuncio de la audición. Me presenté. Me encanta el estilo de los grupos de esa época, como The Temptations.  Ahora, todas las noches tengo la oportunidad de ser uno de ellos. Actuar, ser parte de ese glamour del pasado, es un sueño".
            Le comunico que he leído sobre su formación como bailarín, y no titubeo al preguntarle si además canta. "Inicié mis estudios formales como bailarín. Sin embargo,  esta compañía me ha formado como actor y cantante también", me responde.
            Nuestro entrevistado hace énfasis en el amplio catálogo de éxitos que el espectáculo recrea. Menciona a Diana Ross, Smokey Robinson, un rol que él encarna a veces, Marvin Gaye. "Berry Gordy, el fundador de Motown, comenzó con un préstamo de 800 dólares. Con un poco de talento, trabajo, y una gran visión, creció para convertirse en una organización famosa y millonaria. Te garantizo que has escuchado al menos una canción de las que interpretamos en el teatro", comenta. "Cuando estés allí, cantarás con nosotros y bailarás en tu butaca", agrega.
         Poco a poco, la charla se torna más personal. "Tengo tíos en Tampa, hace 10 años que no los visito", me comenta. Al cabo de una pausa, le pregunto si encuentra alguna conexión entre sus raíces hispanas y la esencia afroamericana que rige el espectáculo en que trabaja. Me responde: "Quizá sean mis antepasados –esclavos africanos de las islas– pero encuentro muchas similitudes entren 'Motown' y la música latina. Nuestras trompetas suenan como en los números tradicionales de salsa, no como en las canciones tan computarizadas de esta década. La música es un lenguaje universal, simplemente humano".

viernes, 11 de agosto de 2017

Una mirada sobre el dolor

"Dolor" (1882), Vincent van Gogh. Esta obra maestra del dibujo es parte de una serie de trabajos 
en la que el pintor utilizó a la prostituta Sien Hoornik como modelo

Por Leonardo Venta


"...disimular el dolor es prueba de los grandes caracteres".
             José Lezama Lima

            Por lo general, todo diccionario ofrece varias acepciones para un mismo vocablo. La Academia Española le asigna a la palabra dolor la significación de sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior, o sentimiento de pena y congoja. En este artículo nos referiremos a la segunda acepción.
            Lo que algunos llaman pesimismo, sugiere la existencia asida al dolor, temática que examina el budismo. La meditación de Gautama Buda se inicia precisamente con la contemplación del dolor. Según Buda, el mundo está regido por el sufrimiento y la única solución reside en la anulación del deseo para acceder a un estado trascendente en que impera la nada.
            Para Arthur Schopenhauer –quien consideraba al budismo como la religión más adecuada, porque valora la presencia del sufrimiento en el mundo– toda empresa en la vida es ilusoria, precisamente porque la tragedia de vivir radica en la naturaleza de la voluntad. Las infatigables metas trazadas por el hombre – alcanzadas o no– según el filósofo germano, siempre le dejan insatisfecho y le inducen a emprender otras. Por otra parte, la constante lucha entre los ideales espirituales del ser humano y la voluntad animal que lo impulsa a satisfacer sus instintos le roba la paz.
            Nuestro cuerpo es la voluntad misma en su forma objetiva o como manifestación en el mundo como idea. La paz y las bendiciones que se le asumen a aquellos llamados santos proceden de las victorias en esa lucha constante contra los imperiosos impulsos de la voluntad. ¿Vivir no es oponerse a la naturaleza, a la muerte? Si bien, ¿no es la muerte un elemento natural, ineludible, de nuestra existencia? Dentro de esa constante batalla entre la vida y la muerte, la paz y el conflicto, se origina el dolor.
            Nos afanamos en ser felices, saludables, socialmente aceptados. Y ese mismo afán,  nos ocasiona dolor, nos violenta el descanso y el equilibrio. El vivir es dolor en correspondencia con el hecho de que nuestras aspiraciones sólo logran consumarse parcialmente, y una vez alcanzadas nuestras metas dejan de tener el mismo efecto gratificante, para bifurcarse en nuevos torturadores empeños.
            La naturaleza compleja del dolor –inducido por el concepto de voluntad, acción dirigida hacia un fin específico–, encuentra una especie de paliativo en la renuncia a los deseos que nos revierten, invalidándolos, mediante un estado de ataraxia (imperturbabilidad).
            Según la primera Noble Verdad que predica el budismo, la existencia humana es intrínsecamente dolorosa. Pensar –tratar de entender– es sufrir. Por otra parte, la renuncia a los deseos es una especie de liberación de la angustia encadenada a la voluntad de vivir. La ilusión siempre viene acompañada de la desilusión; el optimismo, del pesimismo. Al disfrutar destellos de la dicha, conocedores de nuestra vulnerabilidad, nos preguntamos: ¿cuánto durará esta plácida experiencia?
            El conocimiento causa dolor, ya que la felicidad proviene de la inconsciencia (el no conocimiento). De lo cual deducimos, desde una perspectiva semiótica, que el conocimiento significa muerte. Mediante la crítica a la ciencia y al optimismo, algunos pensadores cuestionan la armonía y racionalidad del mundo, al negar que éste pueda ser mejorado mediante el conocimiento, ya que el saber puede trae consigo el dolor. Para aquellos que opinan que el sufrir y el pensar marchan juntos, la mejor opción para el ser humano es la abstención y la contemplación indiferente de todo.
            La abstención concuerda con las ideas budistas de la contemplación; mientras la acción nos refiere a Friedrich Nietzsche, quien desplaza un poco el pesimismo con su convocatoria a la acción, aunque, según críticos como Max Nordau, el pensamiento nietzscheano es en buena medida continuación y consecuencia dinámica del razonamiento pesimista de Arthur Schopenhauer; eso sí, matizado por una cristalización evolutiva con matices menos pesimistas.
            Nos afanamos en hallar una explicación, una razón de ser, a nuestra propia existencia dentro del ámbito de una sociedad que se nos presenta a veces hostil y decadente. Nuestros conflictos oscilan entre el mundo externo y el interno, originando un choque entre nuestras percepciones, afanes y creencias, y las ajenas, suscitando escepticismo ante una irrealidad que se nos maquilla como real, ante un destino y rol impreciso –inconstantes– en el universo.
            Aunque nos elevamos por momentos a esferas superiores de realización y gozo, sucumbimos luego en nuestro anhelo de atesorar la paz, esfera casi divina del pensamiento que comprende la vida desde una perspectiva superior, despojada de todo afeite y afán ilusorio.     
            Nos debatimos entre el bien y el mal, la mentira y la verdad, el amor y la animadversión, la virtud y el vicio, el cuidado y la desidia, la paz y la beligerancia, el bienestar y el dolor. Sufrimos la fragilidad de la existencia, conscientes de nuestras limitaciones, y confrontamos la opción de esa antonimia ‘nada liberadora’. La irracionalidad de la existencia viene reflejada por la imposibilidad de aprehender la realidad, incluso la incapacidad de explicarla, en contraposición con una solución absoluta y una validez universal.
            Para Schopenhauer el dolor es insuperable; para Nietzche, puente al gozo. Nos preguntamos, entonces: ¿existe  alguna verdad?, y si existiera, ¿es posible visualizarla, entenderla, explicarla? ¿Existe un destino ya prefijado, ineludible?, y si estuviera ya diseñado por voluntades inasequibles, ¿por qué preocuparnos, si todo está determinado, si no podemos variar el fatal veredicto?
            El porqué el dolor serpentea los límites de la razón, sin poder nosotros hallar respuestas categóricas,  refleja  la complejidad subjetiva en que nos desenvolvemos. La insuficiencia y vulnerabilidad humana contrasta con la inmensidad del universo que nos deslumbra y amilana. Somos impotentes ante la razón. No podemos eliminar el dolor de la faz de la tierra, el inmanente e  inconsciente temor a ser castigados por nuestras presuntas  transgresiones. Somos esclavos del dolor, el miedo, los instintos ciegos, la incertidumbre, los accidentes y circunstancias que marcan nuestro tránsito por la tierra, conocedores, para mayor desventura, de nuestra fugacidad biológica.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Nada: una gema de la literatura española

La novela Nada, de Carmen Laforet, recibió el Premio Nadal en 1944

Por Leonardo Venta


“La literatura la inventó el varón y seguimos empleando el mismo enfoque para las cosas. Yo quisiera intentar una “traición” para dar algo de ese secreto, para que poco a poco vaya dejando de existir esa fuerza de dominio, y hombres y mujeres nos entendamos mejor, sin sometimientos, ni aparentes ni reales, de unos y otros”.
Carmen Laforet

            De que la genialidad es también una virtud femenina en la literatura, no tenemos dudas. A Carmen Laforet, por ejemplo, se le desconoce, a no ser en los reducidos círculos universitarios especializados en literatura española. Hasta su muerte a los 82 años, ocurrida en Madrid el 28 de febrero de 2004, todo alrededor suyo estuvo envuelto en un mutismo sólo comparable al del Pedro Páramo de Juan Rulfo.
            Nada –ganadora del primer Nadal 1944– fue escrita en pleno período de la postguerra, por una hasta entonces desconocida joven de apenas 22 años, Carmen Laforet, quien supo profundizar con pericia, bajo la apariencia de una novela de trama ligera y superficial, en la abismal lobreguez de la sociedad española bajo la dictadura de Francisco Franco.
            Andrea, una joven provinciana de 18 años, arriba a Barcelona para establecerse con sus familiares y emprender sus estudios universitarios, pero sobre todo para independizarse. Destinada a romper los espacios restringidos (el mundo rural y patriarcal del que proviene), Andrea expande su radar esperanzador hacia un nuevo horizonte urbano, para desencantarse tempranamente.
            Su amistad con Ena, una joven de espíritu libre, nutrirá sus aspiraciones. ¿Pero hasta que punto? Nada –cénit de una exigua producción literaria, cuya calidad no tiene, muy a pesar de Laforet, paragón con textos posteriores de la autora– propone la necesidad de un espacio propio para la mujer, dentro de un marco íntimo, pero sobre todo un medio donde ésta pueda respirar y expresarse con libertad. En esa búsqueda, paradójica, a la manera del conflicto edípico, Andrea se encamina a una nueva e insospechada prisión: la casa de su familia en la calle Aribau.
            La habitación que se le asigna, donde pasa hasta hambre, según su primera y definitoria impresión, es “la buhardilla de un palacio abandonado”. Sus esperanzas de autonomía son constantemente socavadas. “Habían colocado sobre el armario [del nuevo cuarto que le es asignado] una pila de sillas de las que sobraban en todas las partes de la casa”. Como ademán de un opresivo recibimiento, la joven encuentra una nota de su tío Juan que le advierte: “Sobrina has el favor de no cerrarte con la llave. En todo momento debe estar libre tu habitación para acudir al teléfono”.
            En Nada, la mujer es posesión masculina, un objeto, no sólo corporal sino emocional e intelectual. Eh ahí el porqué la resuelta Ena, de rasgos masculinos, deconstruye el estereotipo pasivo que distingue al “segundo sexo”, y encara el reto, obsesivo, de seducir y no ser seducida. En sus dos opciones significadoras –la política (la gran oculta metáfora de la novela que denuncia la represión y desenmascara la doble moral de la ideología franquista), así como la individual (la sexualidad de la mujer en sí) –, se concreta en la dicotomía sumisión- rebelión. Lo que explica las fricciones entre Andrea y su tía Angustias; la primera anhela emanciparse, mientras la segunda le recuerda constantemente a la primera los patrones de sumisión que deben regir el comportamiento femenino. La emancipación implica desorden para Angustias. Si bien, ella, como exponente de la decadente moral de la dictadura que defiende, amparada en preceptos religiosos, aboga una moral que no practica.
            La desigualdad económica entre el hombre y la mujer transita un entorno en la novela donde las penurias de postguerra no parecen distinguir géneros; no obstante, el desnivel económico entre ambos grupos es irrebatible. El término ‘jefe’, tan aborrecido por las feministas, es pronunciado reiteradamente para referirse a un hombre: el padre de Ena. A su vez, la aparente solución al dilema que ha venido enfrentando Andrea es una propuesta de carácter económico, ponderada por el señorío patriarcal: “Hay trabajo para ti en el despacho de mi padre, Andrea”, indica Ena.
            Al cerrar este recorrido por la colosal Nada, gravitando desde el inquieto pulcro universo literario de Andrea/Laforet, les sugiero arrimarse confiadamente a esta obra de arte excepcional, de lectura fácil, agradable y edificante.