La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

domingo, 31 de julio de 2011

El castellano y las lenguas amerindias (I)

El primer americanismo recogido en un documento español es la voz arahuaca ‘canoa’, 
término con el que  podemos tropezarnos
en la célebre misiva de Cristóbal Colón a Luis de Santángel.

Por Leonardo Venta

El español, o castellano, llegó a nuestro continente a través de los sucesivos viajes de Colón y las posteriores oleadas de colonizadores que, entre otras imposiciones, lo implantaron. A los iniciales intentos de comunicación mediante gestos, le sobrevinieron las arduas labores de los intérpretes europeos o indígenas cautivos. Hubo casos en que los conquistadores fomentaron el empleo de las llamadas lenguas generales, es decir, sistemas de comunicación elegidos por el alto número de hablantes o su potente radio de influencia, como sucedió con el náhuatl en México o el quechua en Perú.

Si la Península impuso en América su lengua, América se le imbuyó sin proponérselo con un variado y exótico vocabulario que bautizaba la flora, la fauna y otros elementos que los españoles desconocían. Algunas de las lenguas indígenas primordiales – por su número de hablantes o por su aporte al español – son el náhuatl, el taíno, el maya, el quechua, el aimara, el guaraní y el mapuche o araucano.

En 1536, el emperador Carlos V, en presencia del Pontífice Pablo III, pronuncia por primera vez la expresión ‘lengua española’ que califica de puente ideal para comunicarse con Dios. Por su parte, el primer americanismo recogido en un documento español es la voz arahuaca ‘canoa’, que podemos leer en la célebre misiva de Cristóbal Colón a Luis de Santángel, el primer relato oficial, escrito en 1492, que conservamos del gran encontronazo que algunos llaman descubrimiento. Elio Antonio de Nebrija incluye el vocablo en 1493 en su Ditionarium ex hispaniensi in latinum sermonem.

Arahuaco se refiere a los pueblos y lenguas que se extendieron desde las Grandes Antillas, por muchos territorios de América del Sur. Entre las lenguas indígenas que se cobijaban bajo la sombrilla de la cultura arahuaca se encontraba el taíno, que hablaban las tribus del mismo nombre en Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y Jamaica.

Conservamos numerosas voces taínas en el castellano: ‘cayo’, isla rasa; ‘iguana’, lagarto o especie de reptil; ‘güira’, árbol tropical de cuyo fruto se hace el instrumento musical llamado güiro o maraca; ‘comején’, termita; ‘yuca’, planta tropical de raíz comestible que tanto amamos y tememos los diabéticos; ‘maní’, cacahuete; ‘ají’, pimiento, chile; ‘barbacoa’, parrilla para azar carne; ‘batata’, el delicioso boniato; ‘huracán’, tempestad tropical; ‘macana’, arma de madera; ‘cacique’, caudillo poderoso y rico, ‘batea’, recipiente que aún se utiliza en algunas zonas rurales para lavar la ropa; ‘zunzún’, pájaro mosca; ‘caney’, cobertizo con techo de palma o paja, sin paredes y sostenido por horcones; ‘hamaca’, red alargada que nos invita a una columpiada siesta.

Todas estas voces todavía se emplean en el castellano, así como otros términos del mismísimo Caribe como ‘bohío’, choza de pencas de palma; ‘bejuco’, enredadera; y ‘jíbaro’, palabra con la que se denomina al poblador del campo en la bella Puerto Rico, así como también se usa como adjetivo para identificar a aquellos animales indomables en muchas regiones de nuestro continente.

A esta lista taína podríamos agregar vocablos que identifican plantas y frutas, como ‘yautía’, ‘mamey’, ‘guanábana’ y ‘anón’. Incluso, la propia palabra ‘Caribe’ significa feroz, irritable y ‘caníbal’, antropófago; mientras el pacífico e indefenso casi extinto ‘manatí’, que Lezama Lima recrea en su novela Paradiso, lo identificamos cuando Cristóbal Colón en su Diario no puede ocultar su confundido asombro al observar, mientras navega por las cristalinas aguas de La Española, “tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no tan hermosas como las pintan”.

Me acomodo, ahora, en mi ‘butaca’ de recuerdos, con el pensamiento fijo en el ‘caimán’ verde, o azul como el cielo cubano que lo arrulla, con la promesa de regresar la semana próxima, Dios mediante, con más vocablos autóctonos de otras regiones de nuestra amada América.

Joaquín Soler Serrano entrevista a Guillermo Cabrera Infante, premio Cervantes 1997













"Noche de Galeria" en Coral Gables

sábado, 23 de julio de 2011

"La leyenda del agua grande", estreno del Ballet Nacional de Cuba


El Ballet Nacional de Cuba durante los ensayos de La leyenda de agua grande


Por Leonardo Venta

El Teatro Nacional Cláudio Santoro de Brasilia  coloso arquitectónico de Oscar Niemeyer*, con forma de pirámide irregular, fachada en cubos y rectángulos, esculturas de Alfredo Ceschiatti y Marianne Peretti, así como atildado con el proyecto paisajístico de Burle Marx  fue testigo el 19 de julio de 2011 de una prolongada ovación de pie al estreno por el Ballet Nacional de Cuba fuera de la isla de "La leyenda del agua grande", coreografía basada en el maravilloso imaginario guaraní que explica el origen de las cataratas de Iguazú – patrimonio natural de la humanidad –, ubicadas en las fronteras de Brasil y Argentina.

El ballet en dos actos – un incuestionable homenaje cultural cubano al Gigante sudamericano y a Latinoamérica – coreografía del joven Eduardo Blanco y libreto de José Ramón Neyra – ha sido producido con el auspicio de la Cooperativa Cultural Brasileña, y  bajo el cuidado de la leyenda viviente de la danza universal Alicia Alonso.

Los papeles protagónicos estuvieron a cargo de la primera bailarina Bárbara García y el bailarín principal José Losada, así como los bailarines Gabriel Sánchez, Luis Valle, Alejandro Silva, Julio Blanes, Gabriela Lugo e Ignacio Galíndez. La escenografía y el vestuario corresponden a Salvador Fernández y Frank Álvarez, respectivamente; la música es de Miguel Núñez y las luces de Pedro Benítez.

La leyenda relata los amores entre el valeroso Tarobá y la hermosa Naipí, sentenciada a ser sacrificada a Mboi Tui, uno de los siete monstruos de la mitología guaraní y cuyo nombre se traduce literalmente por "víbora-loro". Mboi Tui, al quebrantar una colosal roca, hace brotar las cataratas.

La compañía caribeña, que acaba de finalizar una exitosa gira por territorio estadounidense, se presentará además con "La leyenda del agua grande" en el Teatro Castro Alvez, de Salvador de Bahía, el 23 y el 24, y en el Teatro Anhembi Morumbi, de Sao Paulo, del 27 al 30 de julio.


*Oscar Niemeyer es uno de los principales exponentes del movimiento arquitectónico moderno en Latinoamérica y recipiente del Premio Príncipe de Asturias de las Artes 1989


jueves, 21 de julio de 2011

Oficiando como escudero (VII)

'Don Quijote leyendo' (1865-1867), de Honoré Daumier
Por Leonardo Venta

Al finalizar don Miguel su Primer libro del Quijote, mi amo y este humilde escudero fuimos obligados a regresar a nuestra aldea. Con el propósito de devolver a don Quijote a la cordura y a su hogar, el cura y el barbero se aprovecharon de que dormía para enjaularlo. Después de siete días de camino, el carro que transportaba la jaula que apresaba a mi señor se detuvo en medio de la concurrida plaza dominguera de nuestro pueblo. Todos querían confirmar la identidad del enjaulado. Se sorprendían al reconocer a Alonso Quijano, su vecino, tras los barrotes. El ama y la sobrina de mi señor, entre lágrimas, gritos y maldiciones a los libros de caballería, también lo reconocieron.

Por mi parte, al reencontrarme con mi mujer, Juana Panza, polionomasia que es frecuente en la narración de don Miguel – también la llama Juana Gutiérrez, Mari Gutiérrez y Teresa Panza –, tuve que sufrir el escucharle la reclamación de regalos. Aleccionadoramente, con lo que ya he aprendido de mi buen don Quijote, le manifesté que el ser escudero de un caballero andante vale más que cualquier dicha material, así como le prometí que en la próxima salida esperaba poder nombrarla condesa o regalarle una ínsula, según me favoreciese el destino.

Ya instalado en su hogar, mi amo tuvo que sufrirse al cura y al barbero, que acudían a visitarlo para evaluar su estado mental. Es ignominioso cómo el sacerdote se regocijaba al confirmar que el juicio de don Quijote continuaba trastornado: “El cual [el cura], gustando de oírle [al Quijote] decir tan grandes disparates…”. Anotemos aquí una cautelosa crítica de don Miguel a la hipocresía religiosa.

Asimismo, don Miguel es uno de los primeros en satirizar literariamente los arbitrios, derechos o impuestos con que se arbitran fondos para ser entregados al rey, y que ocasionan un descontento popular: “… todos o los más arbitrios que se dan a su Majestad o son imposibles o disparatados o en daño del rey o del reino”.

Al mismo tiempo, se  ofrece a través del bachiller Sansón Carrasco la reflexión sobre el texto mismo. Carrasco, además de personaje, es lector de la obra de Cide Hamete Benengeli [a quien lúdicamente don Miguel atribuye la autoría de Don Quijote], que ya comienza a universalizarse.

Carrasco afirma que “hay diferentes opiniones, como hay diferentes gustos”, para luego esgrimir la Poética de Aristóteles: “… pero uno es escribir como poeta, y otro como historiador: el poeta puede contar o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna”.

Cuando mi señor y yo fuimos al Toboso a ver a Dulcinea, éste recibe un duro zarpazo al constatar y admitir por primera vez que su idealizada amada es una rústica campesina: “Tendió don Quijote los ojos por todo el camino del Toboso, y como no vio sino a las tres labradoras, turbose todo y me preguntó – a mí, a Sancho –, si la había dejado fuera de la ciudad”, a lo que le respondí que Dulcinea sí era una de las tres campesinas, pero posiblemente transformada en labradora por los encantamientos del mago Frestón; mientras mi señor “no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata”.

Se constata aquí una inversión de roles  mi descabellado idealista amo admite esta vez la realidad tal como se presenta: Dulcinea es una labriega “no de muy buen rostro”; mientras yo, el de los pies sobre la tierra, justifico su  idealizado linaje al valerme del ya citado ardid de un posible encantamiento , recurso del que se vale don Miguel, muy por encima de la voluntad de mi amo y la mía, para sugerir la mutabilidad de toda percepción y de toda realidad. El impacto de desencanto de don Quijote ante Dulcinea es tan fuerte, que en la primera aventura que se le presenta, la de las Cortes de la Muerte, exclama: “… y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño”.

viernes, 15 de julio de 2011

Oficiando como escudero (VI)

"Don Quijote a caballo", Edward Hopper, 1904
Por Leonardo Venta

¿Pensaron que me había olvidado de proseguir los relatos de mis andanzas como escudero? En el último episodio les comentaba que mi amo y yo divergíamos en cuanto a nuestra visión de Dulcinea. Para mí es la rústica Aldonza Lorenzo, “que tira tan bien de una barra como el más forzudo zagal (mozo) de todo el pueblo”, y para él es la imagen en que “se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas”. No obstante, les insinué que quizá todo, o algo, cambie. Manténganlo en mente.


Hoy les hablaré, entre otras cosas, sobre el discurso de las Armas y las Letras que mi señor don Quijote imparte en la venta, deslúmbranos. Compara las profesiones del soldado y el letrado al revisitar la tan repetida polémica entre caballeros y clérigos: “Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas; que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen”.


Don Miguel, a quien todos llaman por su apellido, Cervantes, conoce al dedillo lo dicho por don Quijote en este discurso, ya que es soldado y hombre de letras como él . Para mi amo, el fin de la guerra es la paz, y así antepone las Armas a las Letras. No olvidemos que el perfecto caballero renacentista debe ser eficaz en ambos ramos, modelo que establece el célebre tratado El cortesano de Baltazar Castiglione – sobre quien escribiera el señor Atnev hace ya varias semanas –.


Por otra parte, don Miguel no cesa la crítica literaria que había iniciado en el escrutinio de la biblioteca de don Quijote. En los capítulos finales del Primer libro – si convenimos en que se vale del canónigo de Toledo para emitir sus juicios – concluiremos que desfavorece los cuentos disparatados “que atienden solamente a deleitar”, mientras pondera las “fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente”; además, propone que la incursión literaria de carácter fantástico – que el canónigo llama ‘mentira’ – resulta más aprovechable “cuanto más parece verdadera y tanto más agrada, cuanto tiene más de lo dudoso y posible” – afirmación que se acerca a lo que ustedes, lectores del siglo XXI, llaman suspenso.


Al cura, por su parte, le exasperan los anacronismos – incoherencias que resultan de presentar algo como propio de una época a la que no pertenece –, la desfiguración de lo histórico y las invenciones de milagros: “Pues ¿qué si venimos a las comedias divinas? ¡Que de milagros falsos fingen en ellas, qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo a un santo los milagros del otro!”.


Incluso, se perciben sagaces ataques de don Miguel a su archienemigo Lope de Vega, cuando el canónigo señala: “… véase por muchas e infinitas comedias que ha compuesto un felicísimo ingenio de estos reinos con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante verso, con tan buenas razones, con tan graves sentencias, y, finalmente, tan llenas de elocución y alteza de estilo, que tiene lleno el mundo de su fama; y por querer acomodarse al gusto de los representantes, no han llegado todas, como han llegado algunas, al punto de la perfección que requieren”.


Así llegamos, nosotros y no las comedias de Lope de Vega, al acto mismo de bajar los telones del Primer libro del Quijote, me imagino que dejándolos a ustedes, y a mí, algo desconcertados por la ingeniosidad lúdica de don Miguel. Por un lado, nos dedica un chispeante epitafio a don Quijote y a mí, estando vivitos y coleando: “Aquí yace el caballero / bien molido y malandante / a quien llevó Rocinante / por uno y otro sendero. // Sancho Panza el majadero / yace también junto a él”; así como a Dulcinea: “Reposa aquí Dulcinea, / y, aunque de carnes rolliza, / la volvió en polvo y ceniza / la muerte espantable fea”, con lo que aparenta concluir la historia; no obstante, anuncia “la tercera salida de don Quijote”, que le demorará diez años publicar, en un Segundo libro que a ustedes, paradójicamente, os tomará, Dios mediante, solo pocos días seguir.

martes, 12 de julio de 2011

El temerario Aquiles

"La Furia de Aquiles", Charles Antoine Coypel (1694-1752), Museo del Ermitage


El parisino Charles Antoine Coypel (1694-1752) se formó como pintor con su padre Antoine (1661-1722), el más célebre de los Coypel, una dinastía de pintores que abarcó casi una centuria desde mediados del siglo XVII. Charles Antoine, que también fue dramaturgo (elogiado por el mismísimo Voltaire) incorpora la erudición literaria a las artes plásticas.

Por Leonardo Venta

El gran Homero, a quien la Décima Musa de México llama “dulcísimo Poeta” en Primero Sueño, perfila admirablemente los caracteres de Aquiles y Ulises, protagonistas de la Ilíada y la Odisea, respectivamente. Célebre el primero por su impetuosidad; y por su mesurada e intuitiva astucia, el segundo.

Hijo de Peleo, rey de los mirmidones, y de la diosa Tetis, Aquiles no heredó la inmortalidad de su madre sino que fue mortal como su padre. Tetis trató de investirlo de esa cualidad divina sumergiéndolo en el río Estigia.

Así consiguió hacerlo invulnerable, a excepción del talón por donde lo sujetara. En otra versión, Tetis, en su propósito de hacerlo inmortal, quemó su cuerpo y lo cubrió de ambrosía, el néctar de los dioses. Sin embargo, Peleo arrancó con violencia al niño de sus manos y éste quedó con un talón carbonizado, el cual su padre sustituyó por la taba del gigante Damiso, famoso por su rapidez en la carrera. De ahí que se le apode como "el de los pies ligeros".

Hasta la legendaria Troya – cuya existencia se consideró durante mucho años resultado exclusivo de la imaginación, hasta que el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann en 1870 desenterró sus murallas de piedra y sus almenas –, se dirigió Aquiles a desafiar a la muerte, sin temer el augurio que lo sentenciaba a sucumbir a manos de un dios – Apolo – y un hombre – Paris.

Por una disputa con Agamenón, capitán de las fuerzas griegas, el colérico Aquiles se retira del combate junto a sus tropas. A partir de ese instante, los troyanos comenzaron a ganarle las batallas a los griegos. Es entonces cuando Patroclo, vestido con la armadura de su entrañable amigo Aquiles, devuelve a los griegos el aliento de la victoria. No sin antes perecer a manos de Héctor.

Para vengar la muerte de Patroclo, Aquiles reanuda la lucha y liquida al capitán troyano. Colocando sus manos sobre el silenciado pecho amigo, exclama: "¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Orco! Voy a cumplir cuanto te prometiera. He traído arrastrando el cuerpo de Héctor, que entregaré a los perros para que lo despedacen cruelmente; y degollaré, ante tu pira, doce hijos de troyanos ilustres por la cólera que me causó tu muerte".

Aquiles peleó su última batalla con Memnón, rey de los etíopes. Después de matar al monarca, condujo a los griegos hacia los muros de Troya. En plena lid, Paris disparó su arco con la ayuda de Apolo, el cual dirigió la flecha hacia el talón izquierdo del griego, hiriéndolo mortalmente.

Quizá la trasgresión de Aquiles viene determinada por la impetuosidad, desmesura y temeridad que rechaza la protección que su madre Thetis le había ofrecido, al lanzarse impávidamente hacia el final siniestro que le había sido presagiado.

Homero le canta a un Aquiles vulnerable. El hecho de que Hefesto fraguara para él un portentoso escudo es una prueba de dicha vulnerabilidad. No obstante, su grandeza épica radica en que nunca temió la siempre consciente inminencia de la muerte.

viernes, 8 de julio de 2011

“Sept. 23, 1955 – BLACK FRIDAY!”


Emmett y su madre Mamie Bradley, sonrientes, sin sospechar que la ley no escrita de Jim Crow en el Sur de Estados Unidos muy tempranamente los apartaría para siempre.

Por Leonardo Venta

El 20 de agosto de 1955, Emmett Till y su primo Curtis Jones salieron en tren de Chicago rumbo a Mississippi, en un vagón de “gente de color.” Iban de vacaciones a casa de sus familiares. A pesar de conocer la segregación racial en el Norte, no habían experimentado aún la crueldad desmedida del Sur.


La tarde del 24, una semana después de su llegada, Emmett y siete muchachos de su propia raza se dirigieron llenos de júbilo en un Ford del 1946, propiedad de su tío abuelo Mose Wright, hacia Money, un cercano caserío de 200 habitantes, localizado en la región del Delta. En éste había únicamente tres pequeñas tiendas de abastecimiento, una de las cuales era propiedad de los Bryant, una joven pareja blanca.

A las 7.30 p.m. llegaron a Bryant’s Grocery & Meat Market, donde Carolyn, la linda propietaria de 21 años, se había quedado al frente del establecimiento, en ausencia de su esposo que realizaba un corto viaje de negocios por Texas.

Existen varias versiones de lo que sucedió con exactitud en aquella tarde: el testimonio de la señora Bryant, lo declarado por la madre del adolescente, Mamie T. Bradley, y el argumento de unos muchachos que observaron lo sucedido. En lo que todos coinciden es que cuando Emmett entró en el establecimiento Carolyn estaba sola. Su cuñada, Juanita Milan, se hallaba en la trastienda. J. W. Milam, esposo de Juanita y medio hermano de Roy Bryant, estaba en las afueras.

Resulta difícil creer a la señora Bryant, en lo que pudiera ser un intencionado propósito de calificar como oscuro y repulsivo el comportamiento de Emmett; por otro lado, es innegable el  instinto de la madre de justificarlo. Existe un tercer recuento, menos deliberado, el de los amigos que andaban con él.

La vendedora en su declaración a las autoridades del pueblo indicó que el pequeño, al aproximarse al mostrador y comprarle goma de mascar, había asido su cuerpo contra el suyo en imprevisto acto violento, mientras le lanzaba al rostro impudicias insinuantes. Después de soltarla, despidiese con una “adiós, nena,” acompañado de un insolente silbido. La madre ausente, por otra parte, justificó a su hijo declarando que debido a un padecimiento de poliomielitis que éste sufriera a la edad de 3 años, tenía un problema de dicción que le hacia silbar involuntariamente al articular ciertas palabras, en este caso “buble-gum.” Nos inclinamos en reconocer la versión de los jóvenes negros- testigos oculares-por considerarla más imparcial y razonable, a pesar de sus limitaciones en oír y captar con precisión todo lo allí acaecido (Wexler 56-57).

Según el recuento de los jóvenes que Sandford Wexler menciona en su libro The Civil Right Movement, (Wexler 55-56) dos de los que viajaban con Emmett le habían retado a entrar en el establecimiento y piropear a Carolyn Bryant. “Bobo”, como le llamaban, aparentemente impulsado por este pueril desafío entró en la pequeña tienda, mientras los otros le observaban picarescamente desde una ventana. El chiquillo compró dos centavos de goma de mascar, y cuando salía del lugar para impresionar a los otros se despidió de la señora Bryant diciéndole “Bye, baby,” al mismo tiempo que le dedicaba un piropo en forma de silbido. Intuyendo que esta incidente podría acarrearles consecuencias perniciosas “Bobo” y sus amigos tomaron apresuradamente el automóvil de regreso, dejando tras de si una nube de polvo, mezcla de aventura y temor.

Tres días más tarde, en la madrugada del 28 de agosto, dos hombres portando pistolas Colt .45 automáticas llegaron a la casucha de Mose Wright situada detrás de un campo de algodón, alrededor de 3 millas de distancia al este de Money (Whitfield 20).  A pesar de las súplicas de “Preacher,” como conocían en el pueblo al tío de Emmett, arrastraron hacia el vehículo, en que habían llegado, el cuerpo semidormido del niño, quien habría sus ojos sobresaltados con la espeluznante expresión de quien vislumbra una tragedia. La camioneta de carga se esfumó en la oscuridad de la noche.

Unos días después, un joven pescador encontró su cadáver mutilado en el río Tallahatchie: le habían sacado un ojo a golpetazos y la cabeza estaba completamente deformada. Amarrado al cuello con alambre de púa tenía un ventilador de desmotadora de algodón con el cual le hundieron en el río. Su lengua era ocho veces el tamaño de lo normal. Se veía con claridad sobre la oreja izquierda un orificio del tamaño de una bala. El cadáver de Emmett era irreconocible; Mose Wright sólo pudo identificarlo por un anillo con sus iniciales, el cual le regalara amorosamente su madre antes de salir de Chicago.

Mississippi era uno de los estados más segregados del país; más de 500 negros habían sido linchados hasta la fecha según estadísticas recopiladas posteriormente, aunque se reconoce que miles de asesinatos relacionados con racismo fueron perpetrados, mas nunca reportados oficialmente. (Wexler 53.)

Al principio la población blanca del pequeño pueblo, así como la negra se horrorizaron ante tan monstruoso crimen. Aún antes de que el cuerpo del niño fuese encontrado, Bryant y Milam ya habían sido arrestados por secuestro. Los periódicos y oficiales blancos anunciaban que “justicia debía ser hecha” (Williams 43). Mas en general, la entereza del grupo racial privilegiado no perduró por mucho tiempo.

Mamie Bradley reclamó que el cadáver de su hijo fuera enviado inmediatamente a Chicago, a pesar de la oposición de la oficina del sheriff que se empeñaba en disimular el crimen. Cuando este llegó, lo inspeccionó cuidadosamente para asegurarse que era su hijo. Entre lágrimas y gritos se desplomó mientras balbuceaba, “Lord, take my soul.” Luego más tarde al rememorar aquel trágico momento comentaba “Have you ever sent a loved son on vacation and had him returned to you in a pine box, so horribly battered and water-logged that someone needs to tell you this sicknening sight is your son—lynched?” (Wexler 57).

La valiente mujer supo levantarse sobre su dolor al insistir que se realizara un velorio con el ataúd abierto para que, “all the world [could] see what they did to my son” (Whittfield 23).  Por cuatro días, miles de personas desfilaron ante el féretro destapado de Emmett Till expresando su dolor e indignación. Este servicio funerario no sólo sacudió y originó revueltas en la ciudad de Chicago, sino en toda la nación después, que la revista negra Jet publicara la fotografía del cuerpo del brutalmente mutilado” (Wexler 57).

El crimen enardeció la comunidad negra hasta tal extremo que el dinero recaudado por la NACCP ‘The National Association for the Advancement of Colored People,’ para sus fondos de ayuda a victimas de crímenes raciales alcanzó niveles astronómicos. A través de la radio, voces afro americanas exigían que "ahora algo sea hecho en Mississippi" (Williams 44).

Los blancos quedaron resentidos de la crítica del Norte que los llamaba bárbaros y de la NAACP que abiertamente había calificado el asesinato como linchamiento. Cinco prominentes abogados dieron el paso al frente para defender a Milam y Bryant y los funcionarios estatales que al principio condenaban el crimen dejaron de hacerlo.

El 19 de septiembre se celebró el esperado juicio, en una atmósfera donde no se sabía que era más insoportable, si el calor o la humillante manera en que eran repelidos los negros. Estos estaban sentados al fondo como sardinas en lata, o de pie, tratando de contener la indignada impotencia que los dominaba. El jurado era en su totalidad blanco, paradójicamente en el condado de Tallahatchie la población negra constituía el 63% de un total de de 30 000 residentes, pero para ser miembro de un jurado era requisito estar registrado para votar. Los negros no tenían ese derecho.

El fiscal había tenido gran dificultad en encontrar testigos. En aquel tiempo, un negro que inculpara públicamente a un blanco de cualquier delito que fuese, ponía en riesgo su propia vida. El caso estaba condenado al fracaso si no se hallaban declarantes. Pero para gran asombro de todos, el día del juicio, Mose Wright se levantó como una columna de luz y apuntó con su dedo negro, encallecido por el arduo trabajo en los campos de algodón, al rostro de J.W. Milam, diciendo “Thar he”—“Ese es él,” e inmediatamente sin ningún temblor, con aquel mismo dedo que delineara historia unos segundos antes, señaló hacia Roy Bryant, el hombre que conjuntamente con Milam había arrastrado de su casa el cuerpo inocente de su sobrino nieto. Murria Kampton refiriéndose a este instante diría, “Mose Wright quien estuvo condenado a inclinar su cabeza por 64 años, tuvo en aquel momento todo el valor del mundo para levantarla y enfrentar su mirada a los terribles ojos de sus enemigos (Kempton 111).

Otras dos personas negras, inspiradas por la decisión de Wright sirvieron también de declarantes; Willis Reed testificó haber visto a Emmet Till en la parte trasera de la camioneta de Milam y escuchar más tarde los ruidos de una golpiza en el granero de este mismo hombre. Por su parte, la tía de Reed, Amanda Bradley, dijo haber igualmente oído al niño, mientras era golpeado, gritar desesperadamente, “Momma, Lord have mercy, Lord have mercy” (Wexler 59).

En el quinto y último día del proceso judicial, John C. Whitten, uno de los cinco abogados de defensa, apuntó, “que los padres de los miembros del jurado se levantarían de la tumba-si Milan y Bryan eran condenados-.” Después de alrededor de solamente una hora de deliberación, J.W. Shawn, vocero del tribunal, leyó el veredicto de “no culpable,” estampando el 23 de septiembre del 1955, como una de las fechas más ignominiosas en los anales jurídicos de los Estados Unidos. Este mismo señor Shawn alegó más tarde, en relación a este dictamen, que había sido fundado en el hecho de que “el cadáver nunca había sido acertadamente identificado” (Williams 52).

La reacción de la comunidad negra en toda la nación no se hizo esperar. Significativas protestas se realizaron en Baltimore, Chicago, Cleveland, Detroit, New York y Los Angeles. The Pittsburg Courier, un importante periódico de la raza negra, imprimía en uno de sus titulares, “Sept. 23, 1955-- BLACK FRIDAY!”

A pesar de no haber sido probados culpables los asesinos de Emmett Till, para los negros, especialmente los del Sur, este aparente fiasco, en gran sentido, se había transformado en una irrefutable victoria histórica: Por primera vez en la nación, personas de la raza negra habían servido de testigos en una corte judicial en contra de hombres blancos.

La temeridad de Mose Wright impactó inmensamente a la nueva generación de activistas afro americanos, tales como Martin Luther King Jr., Ralp Abernathy, quienes trajeron exitosamente a la luz pública el problema de la segregación y discriminación de los negros.

El lunes 5 de diciembre del mismo año, se inició el boicot al sistema segregado de los autobuses públicos en la ciudad de Mongtgomery, Alabama. Indudablemente, el retoño inmolado de 14 años estaba en las mentes de aquellos hombres y mujeres que pugnaban por conseguir un mundo sin opresión racial.

Los negros del Norte podían corroborar claramente el avasallamiento en contra de sus hermanos del Sur y el peligro de que este mal pudiera algún día propagarse con esa misma intensidad hacia esa región. Según palabras de la madre de Emmett, Mamie Bradley, “Hace dos meses tenía un apartamento agradable en Chicago. Tenía un buen trabajo. Tenía un hijo. Cuando le sucedía algo a los negros del Sur, decía: ‘Ese es su problema, no el mío.’ Ahora reconozco que estaba equivocada. El asesinato de mi hijo me ha mostrado que lo que pueda suceder a cualquiera de nosotros en cualquier parte del mundo, debe ser el problema de todos” (Williams 57).

El 24 de agosto de 1955, un niño negro le silbó a la propietaria blanca de una pequeña tienda de mercancías. El no entendería hasta tres días más tarde, que había roto la ley no escrita de Jim Crow en el Sur, cuando dos hombres blancos en la calurosa oscuridad de la madrugada lo arrancaron de su sueño, para sumergirlo en el silencio homicida de un cenagoso rió.

Los asesinos fueron capturados y absueltos sin el menor problema. Poco después, vendieron a una revista sus repulsivas historias por unas cuantas monedas iscarioticas. El crimen y el proceso judicial indignaron al mundo.

El dolor ajeno sacude siempre corazones sensibles a través de todas las esferas. Nicolás Guillén en su "Elegía a Emmett Till" que conforma la sección elegiaca de su libro La paloma de vuelo popular(1958)extracta con quebrantado aliento lírico esta historia:“…un niño negro asesinado y solo, que una rosa de amor, arrojó al paso de una niña blanca”. ¡Es tan difícil concebir el lenguaje del odio!

martes, 5 de julio de 2011

Pintar con el corazón abierto

"El helicón", la más reciente obra de Sixto Silva

Por Leonardo Venta

Pintar para Sixto Silva, nacido en Bayamo, la segunda villa fundada por Diego Velázquez en el archipiélago cubano, es una forma de allegarse anticipadamente al paraíso, en ese inefable sentido de bienaventuranza; es esa placidez del artífice que disfruta a plenitud inmergirse en el arrobador proceso creativo, y concluido éste, embriagarse de su néctar. Es, al mismo tiempo, saberse portador de bienestar para otros.

“A través del móvil más caro de las artes, expresamos lo que consideramos fabuloso desde nuestro punto de vista, asumimos que no estamos a la sombra de ninguna tendencia ni estilo, ni siquiera que somos hijos de ninguna corriente moderna, aun cuando nos alimentemos de la historia del arte”, confiesa el artista bayamense.

Luego agrega: “Pintar es hacerse cómplice del único móvil mágico del alma, saturarse de regocijo y desprenderse de un mundo lleno de problemas, sentirse en un espacio sin conexión con alguna generación o atrapados por una frecuencia postmoderna”.

Silva, que nos honra con vivir en Tampa, desde muy temprano demostró tener talento natural para la pintura por lo que fue seleccionado para cursar sus primeros estudios en la Escuela Elemental de Arte Manuel Cabrera Sánchez en su ciudad natal y más tarde ingresar en la Academia de Artes Plásticas Joaquín Tejada.

En su incesante búsqueda de superación – este artífice que confiesa ‘pintar con el corazón abierto’, sin manual de instrucciones, sin ataduras políticas, sin intermediario y sin la mirada de un crítico desfasado – se licenció en Historia del Arte por la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba. Al preguntarle sobre qué significa ‘pintar con el corazón abierto’, indica con desenfadado lirismo: “Es abrir todas las puertas a la creatividad y naufragar en un mar de colores, matices y trazos”.

Sus méritos artísticos lo llevaron desde pequeño y por muchos años consecutivos a conquistar el primer lugar en competencias locales y provinciales y en dos ocasiones ubicar sus obras en el Salón Nacional de Premiados, en Ciudad de La Habana, honor reservado exclusivamente para los artistas más destacados de la Isla.

El cuadro de Silva que encabeza este artículo, “El helicón”, nos remite al cuento homónimo del libro El ángulo del horror, de Cristina Fernández Cubas. El helicón – un instrumento musical de metal de grandes dimensiones, cuyo tubo, de forma circular, permite colocarlo alrededor del cuerpo y apoyarlo sobre el hombro de quien lo ejecuta – nos sugiere una realidad multidimensional.

Tanto la producción pictórica de Silva como la narración de Fernández Cuba colisionan en un armónico desconcierto, al fundirse en la extrañeza que apunta hacia simbólicos módulos del alma. Marcos, el personaje del cuento de Fernández Cubas disfruta deambular desnudo por su casa arrancando sonidos a su dilatado imponente instrumento musical. En la pintura del bayamense, cuatro figuras hacen algo similar apoyadas en la subjetividad que entrelaza lo fantástico con lo ambiguo.

En “El helicón, los tonos ocres y amarillos resaltan la técnica utilizada para establecer puentes que comunican vivencias y estados de ánimo. Las luces y sombras aplicadas con empastes de colores provocan deslumbrantes efectos especiales que le confieren a la pieza una exquisita factura. Desde el lienzo, nos parece escuchar a duendes que interpretan música de cámara en detenido gesto mítico-fantástico. Cada rostro, cada hermosa deformación de los trazos, cada detalle absurdo, recrea una atmósfera insospechada. La alucinación coquetea con la realidad, lo alegórico con lo idílico, lo pictórico con lo musical y lo literario. La pluralidad de interpretaciones blande un sinfín de preguntas: ¿Qué nos propone el artista con su obra? ¿Existe más de una mirada o interpretación de la misma? Usted tiene la respuesta…