La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

miércoles, 28 de agosto de 2013

Fallece el padre de la escuela cubana de ballet


Por Leonardo Venta

“Fernando Alonso representa la escuela clásica pura con sus movimientos prolongados
 hasta lo infinito, su ritmo y su música, su disciplina perfecta y su júbilo”. 
Arnold L. Haskell

Un admirable capítulo en la historia de la danza clásica se acaba de cerrar con la pérdida de quien fuera el fundador de la Escuela Cubana de Ballet y del Ballet Nacional de Cuba (BNC). A los 98 años de edad, en horas tempranas de la tarde del sábado, 27 de julio, Fernando Alonso Rayneri falleció en la capital de la Mayor de las Antillas.

En diciembre de 1931 asistió a la primera función de la Escuela de Baile de la Sociedad Pro Arte Musical de La Habana, integrada para esa época por tres academias: la de declamación, la de guitarra y la de baile – esta última, cuna del ballet cubano, en la que Alicia, Fernando y Alberto Alonso se iniciaron en el lenguaje melódico del movimiento y los gestos con el maestro ucraniano Nicolás Yavorski –.

Esta primera impresión marcó para siempre la devoción de Fernando por la danza clásica. En 2007, relataba a la revista Danza Ballet cómo había sido su primer contacto con el universo de las musicales piruetees y los desafiantes jetés: “Regresaba de estudiar en el exterior cuando vi a mi hermano Alberto [el célebre coreógrafo de Carmen] en la Sociedad Pro Arte Musical, donde tomaba clases. Bailaba Coppélia con Alicia Alonso, por entonces Alicia Martínez del Hoyo. Era tan elegante y varonil que pensé: ‘Me encantaría bailar eso’. Alberto había sido contratado por el Ballet Ruso de Montecarlo y salió para París, y de allí a Cannes, a sumarse a la compañía. La idea de bailar y además viajar, conocer el mundo, me pareció formidable. También me gustaba mucho el ejercicio y me di cuenta de que el ballet combinaba lo musical con la fuerza física. El entrenamiento que tenía me facilitó aprender a bailar”.

Sobre la sensación que despertó en él la que luego sería su esposa, confesó a la misma publicación: “Había en Alicia una sensualidad, un endulzar la música, y me di cuenta de que esa debía ser la cualidad de las bailarinas cubanas”. En 1935, emprendió sus estudios de ballet en Pro Arte, presidida entonces por su madre Laura Rayneri. Allí realizó su debut escénico en 1936 con el ballet “Claro de luna”, junto a Alicia. Entre funciones y ensayos el travieso Cupido flechó a la joven pareja.

En 1937, Fernando y Alicia se casaron en Nueva York. Al año siguiente nació Laura, la única hija de ambos. En suelo norteamericano, el joven cubano prosiguió sus estudios danzarios en la academia del ruso Mijáil Mordkin, bailarín con quien hiciera su debut en los escenarios estadounidenses la legendaria Anna Pavlova, en 1910. Fueron además profesores de Fernando, Mijáil Fokine, entre cuyos trabajos como coreógrafo sobresalen “Las sílfides” (1909) y “La muerte del cisne” (1905), y Alexandra Fedorova, ex bailarina formada por Enrico Cecchetti en la escuela de ballet de los Teatros Imperiales de San Petersburgo.

Fernando integró en 1939 el American Ballet Caravan, dirigido por George Balanchine, el creador de la tradición balletística en Estados Unidos. Asimismo, formó el elenco del Russian Ballet of Monte Carlo (Ballet Ruso de Monte Carlo), y el Ballet Theater of New York (hoy American Ballet Theatre), donde alcanzó el rango de solista e interpretó obras como “Pedro y el lobo”, de Adolf Bolm, y “Tres vírgenes y el diablo”, de Agnes de Mille. Del mismo modo, desempeñó el papel de Mercuccio, en “Romeo y Julieta”, de Anthony Tudor, además de bailar coreografías de Balanchine, Fokine, Dolin, Nijinska, Massine y Robbins.

El neoyorquino invierno no congeló su amor por Cuba. Cada año regresaba a la verde isla para bailar en el Ballet de la Sociedad Pro Arte. Allí montó “Giselle” en 1945, junto a Alicia Alonso, representado en el teatro Auditorium (hoy Amadeo Roldán). En 1956, bailó por última vez en una función pública en el Estadio de la Universidad de La Habana. Si bien, diez años más tarde, fue llamado a representar el papel de Hilarión de último minuto, cuando diez bailarines del BNC pidieron al unísono asilo durante una gira en París.

El 28 de octubre de 1948, en unión de Alicia y Alberto, fundó el Ballet Alicia Alonso (hoy Ballet Nacional de Cuba), que dirigió hasta 1974. Fue el iniciador de la Escuela Nacional de Ballet en 1962, y su director hasta 1968. En ella estableció no sólo una disciplina estrictamente clásica, sino la maquinaria, la sistematización de un estilo de hondo carácter nacional, la conceptuación de los primeros lineamientos de estudios para la formación de una legítima escuela cubana, en coordinación con Alicia y otras destacadas figuras danzarias del país antillano.

Acerca de los primeros bostezos de la escuela de ballet más joven del mundo, comentaba Fernando para Danza Ballet: “Decidimos fundar una escuela donde los cubanos pudieran aprender el estilo, esencialmente el de Alicia, a quien llamaban el milagro. Debíamos tener muchos milagros, bailarinas de la escuela cubana, pero con sus propias características, algo que logramos con Aurora Bosch, Mirta Plá, Josefina Méndez y Loipa Araújo”. Las "cuatro joyas" del BNC – como fueron bautizadas por el reconocido crítico británico Arnold L. Haskell – establecieron sus nombres en el olimpo del ballet, cuando obtuvieron el Premio Estrella de Oro de París en 1970, mediante la interpretación del célebre "Grand Pas de Quatre".

En 1975, a la edad de 60 años, Fernando se divorció de Alicia para casarse con la bella joven bailarina Aida Villoch. A causa de la separación, se vio precisado a abandonar el Ballet Nacional de Cuba. Junto a su nueva esposa, aceptó la dirección del Ballet de Camagüey, donde trabajó arduamente para desarrollar la segunda compañía más importante de su tipo en la isla, cuyas presentaciones han sido aplaudidas en más de una veintena de países.

De esta manera evocaba Fernando esa significativa etapa de su vida: “Cuando Alicia y yo nos separamos, entendimos que en la compañía chocaríamos mucho, pues yo era el director general y ella la directora artística, pero yo impartía clases, incluso a ella. En ese momento, el gobierno me pidió que dirigiera las escuelas de ballet, una actividad que de hecho ya hacía, y después, que ayudara al Ballet de Camagüey, que se encontraba en un momento crítico, a reencontrar su camino”.

En la década de los noventa, durante el llamado Período especial* en Cuba, el destacado maestro se estableció temporalmente en México. Asumió la dirección de la Compañía Nacional de Danza de México (1992-94) y del Ballet de Monterrey (a partir de 1995), además ejerció las funciones de Asesor Académico del Área de Danza Clásica y Director del Taller de la Facultad de Artes Escénicas de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Sus últimos años los consagró a su amada Escuela Nacional de Ballet, en La Habana.

Entre numerosos reconocimientos, nunca suficientes para premiar su grandeza artística, fue miembro del Jurado del Concurso Internacional de Ballet de Nueva York (1996). En el año 2000 recibió el Premio Nacional de la Danza en Cuba y, en 2008, le fue otorgado el Premio Benois por toda su carrera artística, equivalente al Óscar de la danza.

El legado artístico de Fernando Alonso prevalece en el virtuosismo, la magnificencia, la sensualidad, la gracia, el refulgente temperamento y la cálida contagiosa alegría de cada generación de bailarinas y bailarines cubanos alrededor del mundo. El maestro ha muerto, su legado vive.

  *El período especial fue un largo período de hondo recrudicimento de la crisis económica ya existente en la isla, como resultado del colapso de la Unión Soviética en 1991 y se extiende a comienzos/mediados de la década de los 90

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