La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 18 de junio de 2010

“Campos de Soria”, Antonio Machado

Por Leonardo Venta

El poema CXII, del libro Campos de Castilla , titulado “Campos de Soria”, está dividido en nueva partes que son como estampas animadas que describen la hermosa y fría tierra soriana , a tono con el sentir patético de la voz poética: “¡Soria fría! […] Soria, ciudad tan castellana / ¡tan bella! Bajo la luna (vv. 95 y 98).

A la descripción de los paisajes se ciñen sus pobladores: “¡ Gentes del alto llano numantino […]” (v. 141), “(…) y los caminos / ya ocultan los viajeros que cabalgan / en pardos borriquillos / ya al fondo de la tarde arrebolada / elevan las plebeyas figurillas , que el lienzo de oro del ocaso manchan” (vv. 25-30). No obstante, las sombras de estas ‘figurillas que cabalgan’, diminutas ante el rigor y las inclemencias de la naturaleza, cobran dimensiones monumentales en su abandono : “Bajo una nube de carmín y llama, / el oro fluido verdinoso / del poniente, las sombras se agigantan” (vv. 48-50).

La voz lírica exalta un paisaje humanizado: “Por las colinas y las selvas calvas , (v. 2), “tardes de Soria, mística y guerrera, (v. 106), “[…] ¡Campos de Soria / donde parece que las rocas sueñan […]” (vv. 109-110), “alborotando en blancos torbellinos / la nieve silenciosa […]” (vv. 55-56); asimismo, despunta el paisaje con hondo, triste y amoroso sentir intimista: “Oh, sí, conmigo vais, campos de Soria […]” (v. 133). El hablante lírico, más que describir, dialoga con el paisaje y sus gentes: “agria melancolía / de la ciudad decrépita / me habéis llegado al alma / ¿o acaso estabais en el fondo de ella?” (vv. 137-140). A este diálogo se refiere José Jesús de Bustos Tovar en su ensayo “La generación del 98: Intimismo y dialogicidad en la poesía de Antonio Machado”.

Según de Bustos, “la poesía de Machado responde a una necesidad interna del yo en hacerse presente ante su otro yo” (162), que se manifiesta a través del desdoblamiento de la propia individualidad, pero, además, la voz poética necesita referirse al otro, al lector, “para que el propio yo se haga explícito” (162). El empleo de la forma interrogativa, no como pregunta, aunque eso aparenta, sino como una forma de exteriorización enfática del yo poético – ¿o acaso estabais en el fondo de ella? (v. 140) – le imparte al poema una honda carga emotiva.

De Bustos también se refiere en su ensayo a cómo en algunos poemas de Machado, tales como “A don Francisco Giner de los Ríos”, “el núcleo del poema se construye cediendo la enunciación en primera persona del poeta a la tercera persona evocada. En “Campos de Soria” esta técnica es sumamente palmaria, son evocados en este caso los elementos de la naturaleza: “¡ Álamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras almas llenas […]” (vv.125-26), “[…] álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva […]” (131-32)¡Oh, sí, conmigo vais, campos de Soria[…]”(v.133).

Como formula De Bustos, en Machado “la estructura enunciativa en forma dialógica condensa extraordinariamente el pensamiento y la emoción” (166). El hablante lírico se integra totalmente a la descripción y más que referirse al lector, desde una distancia enunciativa, se arropa de Soria y su gente. El poema, a pesar de las características conceptuales que lo identifican plenamente con el término ‘desastre’, tan usado para definir a la generación del 98, lanza algunos guiños tropológicos esperanzadores para la España del mañana, a través de la imagen de “la niña que piensa que en los verdes prados / ha de correr con otras doncellitas / en los días azules y dorados, cuando crecen las blancas margaritas” (vv. 75-9).

Nótese como las tonalidades sombrías se tornan coloridas, y el blanco de la pureza se proyecta sobre un horizonte vago pero esperanzador. Asimismo, la voz poética, desde el presente frío y sombrío que le aqueja , y el literal de Soria, evoca un pasado de esplendor: “¡Álamos del amor que ayer tuvisteis / de ruiseñores vuestras ramas llenas […]” (vv. 125-6).
Asimismo lanza tenues guiños de confianza futura: “álamos que seréis mañana liras / del viento perfumado en primavera” (vv. 127-8). El tropo sugiere que los álamos al ser derribados, ¿postrados por el frío invierno de Soria?, ¿talados? , ¿o aplastados bajo la bota adversa que afecta a la España de ese momento?, de cualquier manera se transformarán en instrumentos efectivos y afectivos: “serán liras que acariciarán al viento en primavera’. Imagen que nos evoca el poema “A un Olmo Seco”, del mismo autor: “antes que te descuaje un torbellino / y tronche el soplo de las sierras blancas; / antes que el río hasta la mar te empuje / por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida. // Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera” (vv. 22-30).


Bibliografía

Beristáin, Helena. Diccionario de Retórica y Poética. México: Porrúa, 2003.

De Bustos Tovar, José Jesús. La generación del 98: relectura de textos. “Intimismo y
dialogicidad en la poesía de Antonio Machado."
Analecta Malacitana 24 (1999): 153-77.

Machado, Antonio. Campos de Castilla. Ed. Geoffrey Ribbans. Madrid:
Ediciones Cátedra, 2003.



Campos De Soria

I


Es la tierra de Soria árida y fría.
Por las colinas y las sierras calvas,
verdes pradillos, cerros cenicientos,
la primavera pasa
dejando entre las hierbas olorosas
sus diminutas margaritas blancas.
La tierra no revive, el campo sueña.
Al empezar abril está nevada
la espalda del Moncayo;
el caminante lleva en su bufanda
envueltos cuello y boca, y los pastores
pasan cubiertos con sus luengas capas.


II


Las tierras labrantías,
como retazos de estameñas pardas,
el huertecillo, el abejar, los trozos
de verde obscuro en que el merino pasta,
entre plomizos peñascales, siembran
el sueño alegre de infantil Arcadia.
En los chopos lejanos del camino,
parecen humear las yertas ramas
como un glauco vapor ?las nuevas hojas?
y en las quiebras de valles y barrancas
blanquean los zarzales florecidos,
y brotan las violetas perfumadas.


III


Es el campo undulado, y los caminos
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas,
que el lienzo de oro del ocaso manchan.
Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuidos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosado.


IV


¡Las figuras del campo sobre el cielo!
Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;
y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.


V


La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.
El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.
La nieve sobre el campo y los caminos,
cayendo está como sobre una fosa.
Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.
Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra,
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.
En torno al fuego hay un lugar vacío
y en la frente del viejo, de hosco ceño,
como un tachón sombrío
¿tal el golpe de un hacha sobre un leño?.
La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.
La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.


VI


¡Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!
¡Muerta ciudad de señores
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos,
que pululan
por las sórdidas callejas,
y a la medianoche ululan,
cuando graznan las cornejas!
¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna.


VII


¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!…


VIII


He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria ?barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra?.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!


IX


¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!



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