La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 4 de junio de 2010

Ese Carnaval Nuestro



Por Leonardo Venta

Una de las teorías más interesantes en la crítica literaria es ‘la carnavalización’, que se traduce, para decirlo con sencillez, como risa, parodia, comicidad… Según el diccionario de Retórica y Poética de Helena Beristáin, le debemos al filósofo ruso Mijaíl Bajtín “su más amplia y rica descripción tipificadora”.

Se trata de una postura en la creación artística que hace hincapié en lo popular, lo cómico y lo grotesco. Bajtín percibe la literatura realista del Renacimiento como una visión carnavalesca del mundo con dos rostros: uno, el que proviene de la tradición popular; y el otro, el típicamente burgués, basado en un modo preestablecido y, por consiguiente, nada espontáneo.

Según el erudito, ambas formas, paradójicamente, se contradicen y complementan. El carnaval se ríe de lo serio, lo oficial, lo institucionalizado. La risa del pueblo violenta la rigidez de las elites sociales; sin embargo, ambas marchan cogidas de la mano en una fusión de armónica locura. Se atraen y, al mismo tiempo, se repudian.

Para Bajtín, existe un nexo entre las formas de comicidad popular y lo grotesco de la realidad. Según él, la universalidad de la risa va más allá de la sátira. Lo grotesco esconde su voz de protesta en lo cómico.

Nikolái Gógol, un maestro de la literatura humorista, plantea que la sociedad no acepta la risa como una manifestación genuina del hombre. Según Gógol, ésta necesita para reconocer la autenticidad de una idea desasociarla de lo hilarante. El mundo serio, legalizado, y el mundo cómico, irreverente, divagan por senderos en que la risa se alza, a veces, y se ve obligada a ocultarse, en otras. Lo absurdo de esta contradicción viene en lo que amamos y despreciamos, la báscula que ejercita y unifica lo interno y lo externo.

El carnaval (la parodia), con sus estridentes carcajadas, no sólo quebranta las normas, sino también niega lo absoluto. El juego carnavalesco está en el choque entre lo aparentemente insignificante y lo serio, entre la verdad y la mentira, entre lo que se siente y se dice, entre lo que se afirma y no se siente, entre lo que es y no es.

La risa emana en este juego complejo y relativo como la propia existencia. Se parodia todo; lo vemos en la televisión, en los chistes entre compañeros, aun en las reuniones más solemnes, en tono bajo; incluso, en el brillo burlón de una mirada.
La risa vivifica, envilece, invierte órdenes, corona sueños por un instante; en ocasiones, se vuelve adusta.

Tanto en nuestra literatura como en nuestra sociedad, sobreabundan los bufones, los locos, los tontos, los pícaros, los desenfrenados, los torcidos… De ellos nos burlamos para burlarnos un poco de los males y debilidades que escondemos, o que nos asedian.

Como proclama una de las últimas canciones que hiciera célebre Celia Cruz: “La vida es un carnaval”, del compositor argentino Victor Daniel. Celia, con su azúcarrrrrr siempre en los labios, fue un buen ejemplo de ese carnaval que nos hemos inventado, o nos han inventado.

Ella con sus vestidos y pelucas multicolores, pero sobre todo, con su sonrisa inextinguible, destejía tristezas a su paso. Nunca sabremos cuán real o ficticia fue su contagiosa alegría. Lo que sí sabemos es que con su presencia nos hizo participe de ese su carnaval nuestro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario