La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

domingo, 7 de febrero de 2016

En el 96 aniversario de la muerte de Benito Pérez Galdós

Discurso de Serafín Álvarez Quintero ante Galdós, ya inválido y ciego, el día de la inauguración oficial de su estatua en los Jardines del Retiro de Madrid, el 20 de enero de 1919, en compañía del escultor, el alcalde de la capital española y algunos escritores y amigos


Por Leonardo Venta

En su alcoba de la casa de su sobrino José Hurtado de Mendoza, en el número 7 de la madrileña calle Hilarión Eslava, entre la indolencia y la pobreza, muere literalmente ciego Benito Pérez Galdós el 4 de enero de 1920, a los 76 años. Al día siguiente, decenas de miles de madrileños acompañaron el féretro en su recorrido desde el Ayuntamiento de Madrid, donde se emplazó la capilla ardiente, hasta el cementerio municipal de La Almudena.

Su delicado estado de salud se había agravado desde que el 13 de octubre de 1919 sufriera una grave crisis de uremia, que lo mantuvo postrado en cama hasta la madrugada del 4 de enero, cuando aquellos que le velaban escucharon un grito de pavor. Corrieron a su lado, y presenciaron la manera en que se llevaba las manos a la garganta, como si se ahogara, e intentaba incorporarse. Poco después caía muerto sobre el lecho.            

“Silencioso, recogido, en actitud modesta, caladas las oscuras gafas que protegen contra el rabioso sol de España sus ojos enfermos, pasa inadvertido de todo el mundo”, así retrata Amado Nervo a Benito Pérez Galdós, el novelista más fecundo y significativo de la España del siglo XIX.            

Nacido en las islas Canarias, el 20 de mayo de 1843, Galdós, escritor realista, aunque algunas de sus obras tienen matices naturalistas, plasma magistralmente el mundo que le inquieta. Identificado con el pueblo, muestra al ser humano, delineando sus rasgos íntimos y externos, pero sobre todo su psicología.           

 La novela europea alcanza su plenitud clásica con el realismo, en la segunda mitad del siglo XIX. Benito Pérez Galdós es la figura española equivalente a Balzac, Stendhal, Dickens o Tolstoi. Aborda el tema de la crueldad humana en novelas como Miau, 1889, y Misericordia, 1897. Examina la religión como factor social y moral en Gloria, 1877, y Doña Perfecta, 1876.             

Calificado injustamente como enemigo de la religión, más que un anticlerical, Galdós es alguien que devela los males latentes en la sociedad de su época. Para él, la religión es válida cuando conduce a la armonía social, como fruto genuino y espontáneo de su práctica y no como dogma impuesto.           

En el viejo Madrid, aun hoy podemos reconocer huellas galdosianas. El gran novelista se integró plenamente a la vida madrileña, por eso supo reflejarla con honda veracidad. Aunque no es propiamente un autor costumbrista, brinda en sus novelas un fascinante panorama de la sociedad española de fines del siglo XIX.            

Aparte de de sus treinta y cuatro novelas (42 tomos) escribió cinco series de Episodios nacionales (46 volúmenes), narraciones de sucesos de la historia de España. Los caracteres creados por Galdós, extraídos de experiencias reales, descritos con suma espontaneidad y vivacidad, son responsables de que su obra haya sobrevivido el paso del tiempo.           

 El escritor español incursionó además en el teatro, llevando a él temas de algunos de sus libros, pero sin alcanzar el mismo éxito obtenido con sus novelas. Azorín describe así la labor de Galdós: “Ha contribuido a crear una conciencia nacional; ha hecho vivir España con sus ciudades, sus pueblos, sus monumentos, sus paisajes”. Se dice que su izquierdismo fue el que le privó de alcanzar el Premio Nobel.            

Marianela, una de sus novelas más populares junto a Fortunata y Jacinta, relato patético sobre una huérfana cuya desfiguración accidental la hace huir del amor, fue llevada al cine por Angelino Fons en 1972, y protagonizada por la inigualable Rocío Dúrcal.           

También fueron llevadas al cine por uno de sus más conocidos admiradores, Luis Buñuel, sus novelas Nazarín, en que un sacerdote pierde la fe porque su ideal cristiano es incomprendido por el burdo mundo que le asfixia, y Tristana, que aborda el tema de la esclavitud moral de la mujer.            

Misericordia, un crujiente cuadro de la miseria madrileña y sus clases sociales más relegadas, está considerada como una de sus mejores obras. En ella narra la historia de la noble Benina que mendiga para llevar dinero a la casa en la que trabaja de criada sin cobrar.            

 “Al sentir la proximidad de la muerte –escribe Pablo Beltrán de Heredia– absorto en lejanas evocaciones, balbuceaba frases de niño, y entonaba, con voz trémula, infantiles endechas de Canarias, dulces canciones de la tierra natal”.

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