La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

jueves, 30 de septiembre de 2010

“La Fragua de Vulcano” de Velázquez


Por Leonardo Venta

Vulcano es el dios del fuego o la fragua en la mitología romana. Sus fiestas en Roma, las Vulcanalia, se celebraban el 23 de agosto. Irónicamente, una gran erupción en el volcán Vesubio arrasó las ciudades de Herculano, Pompeya y Stabiae en el año 79, al día siguiente de festejarse las Vulcanalia de ese año.

En la mitología griega, Vulcano es conocido como Hefesto, hijo de la diosa Hera, por quien siempre toma partido cuando discute con su esposo Zeus, el rey del Olimpo. El mito cuenta que Afrodita, la más hermosa de las deidades, había recibido a Hefesto como cónyuge por disposición de Zeus. El dios del fuego y de la metalurgia era cojo y siempre andaba tiznado y sudoroso debido a su trabajo.

Como era de suponerse en una mitología de dioses sumamente promiscuos, como la griega, la hermosísima diosa del amor traicionaba a su poco agraciado marido con hombres más jóvenes y seductores. Uno de ellos era el atractivo Ares, dios de la guerra. Sus encuentros amorosos se consumaban de noche, a escondidas de Hefesto.

En una oportunidad se demoraron más de lo acostumbrado, y Helios, antiguo dios del Sol (que tradicionalmente es confundido con Apolo), le informó a Hefesto que Afrodita le estaba siendo infiel. Para vengarse, Hefesto se valió de su gran destreza como orfebre y les tendió una trampa que consistió en fabricar una finísima red que sólo él podía manejar y que fue colocada en el lecho donde los amantes se habían dado cita.

Afrodita y Ares fueron atrapados y expuestos a la burla ante los dioses del Monte Olimpo. Sin embargo, Poseidón (dios del Mar) pidió clemencia y ambos fueron liberados. La diosa, abochornada, huyó a Chipre; mientras Ares se refugió en Tracia.

El óleo sobre tela “La Fragua de Vulcano” de Diego de Silva Velázquez que data de 1630, con dimensiones 223 x 290 cm, capta el momento en que Apolo (en sí debe ser Helios, según el mito original), con una corona de laurel sobre su radiante cabeza, informa a Hefesto/Vulcano que en ese mismo instante su esposa Afrodita/Venus le está engañando con Ares/Marte.

Nótese cómo las deidades en el cuadro, muestra permanente en el Museo del Prado de Madrid, son campesinos o artesanos humanos, quienes trabajan un pedazo de metal candente y crean una armadura caballeresca. Asimismo, es admirable la logradísima expresión de asombro en el rostro de Vulcano y sus ayudantes al recibir la noticia del adulterio de Afrodita.

Las figuras semidesnudas – cuyas tonalidades de la piel, matizadas por el contraste luz-sombra, honran el genio excepcional de Velázquez – manifiestan la influencia de los maestros italianos del siglo XVI. El brío de las pinceladas en el traje de Apolo, de color rojo, y la iluminación casi teatral que envuelve a esta deidad, representada en la iconografía artística antigua con mayor frecuencia que cualquier otra, sugiere el modelo del veneciano Tintoretto, a quien Velázquez admiraba hondamente, en contraste con las extensas áreas de colores terrosos que evocan el crudo tenebrismo de Caravaggio.

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