La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí
José Martí
miércoles, 30 de abril de 2014
"El triángulo de la calle Bermudas"
El escenario se me antojaba pequeño para actuaciones de la magnitud de Marianne Meichenbaum, MaryAnn Ra Bardi y Ron Forth, al punto de proyectar sus personajes con tal convicción, verosimilitud y vis cómica que eclipsaban sin proponerselo el lustre del resto del elenco. Por ende, en la conformación de "El triángulo de la calle Bermudas" se respiraba un sutil – ¿propicio o desequilibrante? – contraste entre papeles protagónicos y secundarios.
Este indiscutible éxito de los Carrollwood Players – apoyado en equívocos, jocosos enredos – apunta, desenfadadamente, hacia planteamientos artísticos y sociales elevados, en forma de incisivos furtivos soplos dramáticos.
Satisfechos, mi sobrino Luis David, su novia Sarahí, y este servidor, abandonamos la sala de teatro, entre aplausos de aprobación, con varias propuestas por discernir: la desinhibición de los deseos reprimidos, las inevitables pulsaciones de los instintos versus la moral tradicional; así como la necesidad de desentrañar la compleja problemática de la tercera edad que impasiblemente nos aguarda.
viernes, 11 de abril de 2014
Sobresalen hispanos en roles protagónicos de «Tosca»
Por Leonardo Venta
La audiencia respondió a ambas representaciones de la célebre obra de
Giacomo Puccini con sorprendente entusiasmo. Cerradas ovaciones, así como entusiastas
gritos de bravo coronaron, en más de una ocasión, las ejecuciones de las figuras
protagónicas de esta pieza.
«Tosca», concluida en 1899 y estrenada el 14 de enero de 1900 en el Teatro
Costanzi de Roma, es el fruto del trabajo conjunto de Puccini con los
libretistas Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, quienes llevaron el drama del francés
Victorien Sardou a la ópera.
En la trama, Floria Tosca, una famosa “prima donna”, papel interpretado soberbiamente
por la soprano dramática puertorriqueña Rosa D’Imperio, debe entregarse al
traicionero Barón de Scarpia (rol desempeñado brillantemente por el barítono,
también puertorriqueño, Guido Lebrón) para salvar a su amante Mario Cavaradossi
del fusilamiento (personaje ejecutado magistralmente por el tenor argentino
Gustavo López-Manzitti). Sin embargo, Scarpia engaña a Tosca, impulsándola a un
final digno de la más grande tragedia griega.
Tanto la soprano como el tenor y el barítono convencieron, no sólo por sus
interpretaciones vocales, sino también por el gran dominio escénico que
desplegaron, muy en especial Rosa D’Imperio, quien se veía soberbia y bella en
el papel de Tosca.
La Orquesta de la Ópera de Tampa, bajo la batuta del renombrado maestro
Anton Coppola acompañó magistralmente a este elenco de estrellas. El Coro de la
Ópera desempeñó igualmente un excelente trabajo. La escenografía, muy
apropiada, ayudó a crear una ambientación completamente verosímil. El
vestuario, elegante y fidedigno, propiedad del Teatro de la Ópera de Saint
Louis, canalizó también el éxito de la obra.
Rosa D’Imperio, natural de Santurce, Puerto Rico, y residente en Nueva
York, es la primera vez que visita Tampa. Ella es la Tosca ideal – bella y
temperamental –, en toda la plenitud de sus condiciones interpretativas. “Mi
ópera favorita es «Tosca», le sigue casi en predilección «Nabucco», de Verdi, la
que voy a interpretar en septiembre en París”, confiesa felizmente la cantante.
Gustavo López-Manzitti, el Mario Cavaradossi de «Tosca», declaró al
preguntársele cómo explicaba el éxito de esta producción: “La ópera fue
creciendo por el tipo de elenco con que trabajamos. Nos hablábamos entre
nosotros en español, podíamos compenetrarnos muy bien, teníamos muchas cosas en
común que nos ayudaron a que la obra creciera”.
“Todos estamos aquí porque queremos trabajar con el último director de
orquesta del estilo italiano que aún vive, que es Anton Coppola, una línea directísima
de Puccini. Coppola estudió con el pianista de Puccini. Nadie conoce mejor el
repertorio de la ópera que los directores italianos de esa época, y Coppola es el
último que queda. Estamos aquí para apoyarlo y aprender de él”, indicó Guido
Lebrón, natural del Viejo San Juan.
miércoles, 9 de abril de 2014
Ernest Hemingway, discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 1954
“Carente de toda habilidad para pronunciar discursos y sin ningún dominio de la oratoria o la retórica, agradezco a los administradores de la generosidad de Alfred Nobel por este Premio. Ningún escritor que conoce los grandes escritores que no recibieron el Premio puede aceptarlo a no ser con humildad. No es necesario hacer una lista de estos escritores. Todos los aquí presentes pueden hacer su propia lista de acuerdo a su conocimiento y conciencia. Me resultaría imposible pedir al Embajador de mi país que lea un discurso en el cual un escritor diga todas las cosas que están en su corazón. Las cosas que un hombre escribe pueden no ser inmediatamente perceptibles, y en esto algunas veces es afortunado; pero eventualmente se vuelven claras y por estas y por el grado de alquimia que posea, perdurará o será olvidado. Escribir al mejor nivel, es una vida solitaria. Organizaciones para escritores mitigan la soledad del escritor, pero dudo que mejoren su escritura. Crece en estatura pública a medida que se despoja de su soledad y a menudo su trabajo se deteriora. Debido a que realiza su trabajo en soledad y si es un escritor suficientemente bueno cada día deberá enfrentarse a la eternidad o a su ausencia. Cada libro, para un escritor auténtico, deberá ser un nuevo comienzo donde intentará nuevamente alcanzar algo que está más allá de su alcance. Siempre deberá intentar lograr algo que nunca ha sido hecho o que otros han intentado y han fracasado. Entonces algunas veces -con gran suerte- tendrá éxito. Cuán fácil resultaría escribir literatura si tan sólo fuera necesario escribir de otra manera lo que ya ha sido bien escrito. Debido a que hemos tenido tantos buenos escritores en el pasado es que un escritor se ve forzado a ir más allá de sus límites, allá donde nadie puede ayudarlo. Como escritor he hablado demasiado. Un escritor debe escribir lo que tiene que decir y no decirlo. Nuevamente les agradezco"
El embajador de Suecia en Cuba, Per Gunnar Vilhelm Aurell, presenta el Premio Nobel de literatura 1954 a Ernest Hemingway en su casa, Finca Vigía, San Francisco de Paula, Cuba.
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domingo, 6 de abril de 2014
Barranquilla seduce a Tampa
Toda la conversación giró alrededor de una de las grandes inquietudes que agitan al ente racional: el amor, paciente, servicial, generoso, humilde, puro, desinteresado, apacible, indulgente y justiciero. Karen me hablaba de lo mucho que le duelen los niños que venden dulces en las calles y autobuses de Barranquilla, mientras yo pensaba en miríadas de huérfanos bajo un disconforme techo de estrellas, en los menores desamparados, maltrechos, desnutridos, abusados física o sexualmente en todo el mundo, al mismo tiempo que menudeaba en mi pensamiento, como íntimo rosario, la quejumbrosa rima de las ‘joyitas sufrientes’ de Gabriela Mistral: “Piececitos de niño, / azulosos de frío, / ¡cómo os ven y no os cubren, / Dios mío!”.
“Mi obra está basada en los niños que trabajan en las calles y son explotados, negándoseles las posibilidades de un sistema de vida digno, malogrando su formación educacional, su salud, y dañando su futuro al no prestársele atención a este mal que alarmantemente va incrementándose”, admite Karen. “Son abusados, violentados en los buses y en las calles. Yo soy de Barranquilla y veo esa situación a diario, pero se vive igualmente en cualquier parte de Colombia, en toda Latinoamérica y en los diferentes países del mundo”, agrega, conmoviéndonos, la artista barranquillera.
Al referirse a “Candy child (niño del dulce)”, 70 x 60 x 40 cm, tamaño natural, escultura recubierta con las envolturas de estas golosinas, Karen afirma con tierna energía: “Esos dulces son los que ellos venden en los buses. Yo iba recogiendo las envolturas de dulce que la gente desechaba, para luego seleccionar las mejores y pegarlas con gran paciencia. Este muy trabajado proyecto me demoró cuatro meses”.
Luego agrega como repasando el doliente horizonte de su criatura en medio de la ruidosa galería: “Mi hermano me sirvió de modelo. Fui sacándole pieza por pieza con vendas de yeso, el mismo material con que se hacen las máscaras. Después vino el proceso de lijado, rellenar con yeso toda la obra, hasta que finalmente fui pegando poco a poco las envolturas de dulce. La obra es sumamente colorida, puesto que las envolturas tienen muchos colores. De todas maneras, el manejo del color es una metáfora que sugiere cómo la existencia de los niños debiera ser alegre. Dentro de la misma alusión, el título de la obra (Niño de dulce) propone dulzura, suavidad, deleite. Si bien, paradójicamente, los dulces le están robando su infancia”.
La otra obra de Karen en la exhibición, “Boxeador”, 57 x 50 x 50 cm, aborda, en la misma medida de todos los elementos de “Candy child”, la tragedia de estos menores desclasados, erigiéndose como vigoroso ejemplar del arte en pro del mejoramiento humano, necesaria y enérgica denuncia de los males que carcomen las simientes de cualquier sociedad, mucho más allá de su contexto regional e indiscutible valor estético. La artista utilizó periódicos, con toda la grisácea espiración de sus gradaciones, ya que, según ella, estos niños usan en gran medida los diarios, especialmente aquellos que pernoctan en los sórdidos parajes de asfalto y cemento. Hay otros que pasan todo el día en la calle pero duermen en casa.
Volteo mi rostro hacia la pared y vuelvo a examinar la preciosa obra de gran formato, 150 cm x 100 cm, que llamara inicialmente mi atención, “Lenguajes de la inocencia 3”, del joven Javier Caraballo Navarro, donde una niña de espaldas, sobre una silla, dibuja su cándido universo con sutiles tonos grises sobre la inmensidad esperanzadora de una pared de ensueños. Pensé en la analogía metafórica entre la poesía y las artes plásticas.
Abstraído, escuchando el Adagietto de la Sinfonía núm. 5 de Gustav Mahler en mi mp3, pletórico de belleza, me encaminé al centro del salón entre inexploradas miradas para detenerme ante el diminuto domo, “Niño elevando cometa”, acrílico-vidrio, luz de LEDs, madera y resina, en el que una casi imperceptible criaturita me hizo pensar en el pequeño príncipe de Saint Exupery empinando papalote en una ciudad de ensueños, gracias al talento creativo de Nadir Figueroa Mena.
En tanto no cesaba de contemplar la idea de departir con algún otro artista barranquillero de visita en Tampa, llegué al vestíbulo de la preciosa galería. Allí me topé con un hombre maduramente jovial, de aspecto caucásico, el cual hablaba agraciadamente el castellano. Su nombre es Carlos A. Restrepo Labarrera, uno de los distinguidos visitantes. Con su efusiva azulada mirada, me saludó antes de extenderme la mano, como si hubiera entendido mis intenciones de entrevistarlo. Rápidamente percibí su entusiasmo viajero, en esta su primera visita a Estados Unidos.
Me condujo en el acto junto a su “Machete cacha roja”, escultura en lámina de aluminio, forjado en metal, para luego mostrarme su “Lapiesculturas”, un interesante ensamblaje sobre madera.
“El arte es una especie de comunicación”, me dijo Carlos. “Un elemento como es el machete, utilizado como herramienta y arma (violentamente), se cambia de contexto para convertirse en una obra completamente estética a través de su plasticidad, la ruptura de la rigidez, transformándose en un elemento agradable”, agregó. Nos despedimos con un fuerte abrazo, en el que fundimos el calor ennoblecido de dos pueblos hermanos.
De izq. a der.: Carlos Camargo (figura clave en la organización del evento), junto a los artistas barranquilleros Carlos Restrepo, Karen Fabregas, Alex de la Torre, Inés Ospino y Neda Roa. |
Por Leonardo Venta
El 3 de diciembre de 2013, en la galería Scarfone/Hartley de la Universidad de Tampa conocí a Karen Pauline Fabregas Romero, una hermosa joven colombiana de sedoso oscuro cabello y noble mirada. A falta de un amigo común que nos presentara, me le acerqué. Numerosas personas le hablaban al unísono. Me detuve, y aguardé con arrinconada paciencia de reportero en acecho. A la primera inesperada coyuntura, me presenté, y de ahí rompiendo el hielo de la indiferencia, pregunté a Karen – el nombre me suena ahora familiar – por qué ese tipo de arte, refiriéndome a sus dos obras en exhibición.
Toda la conversación giró alrededor de una de las grandes inquietudes que agitan al ente racional: el amor, paciente, servicial, generoso, humilde, puro, desinteresado, apacible, indulgente y justiciero. Karen me hablaba de lo mucho que le duelen los niños que venden dulces en las calles y autobuses de Barranquilla, mientras yo pensaba en miríadas de huérfanos bajo un disconforme techo de estrellas, en los menores desamparados, maltrechos, desnutridos, abusados física o sexualmente en todo el mundo, al mismo tiempo que menudeaba en mi pensamiento, como íntimo rosario, la quejumbrosa rima de las ‘joyitas sufrientes’ de Gabriela Mistral: “Piececitos de niño, / azulosos de frío, / ¡cómo os ven y no os cubren, / Dios mío!”.
“Mi obra está basada en los niños que trabajan en las calles y son explotados, negándoseles las posibilidades de un sistema de vida digno, malogrando su formación educacional, su salud, y dañando su futuro al no prestársele atención a este mal que alarmantemente va incrementándose”, admite Karen. “Son abusados, violentados en los buses y en las calles. Yo soy de Barranquilla y veo esa situación a diario, pero se vive igualmente en cualquier parte de Colombia, en toda Latinoamérica y en los diferentes países del mundo”, agrega, conmoviéndonos, la artista barranquillera.
Al referirse a “Candy child (niño del dulce)”, 70 x 60 x 40 cm, tamaño natural, escultura recubierta con las envolturas de estas golosinas, Karen afirma con tierna energía: “Esos dulces son los que ellos venden en los buses. Yo iba recogiendo las envolturas de dulce que la gente desechaba, para luego seleccionar las mejores y pegarlas con gran paciencia. Este muy trabajado proyecto me demoró cuatro meses”.
“Candy child (niño del dulce)”, 70 x 60 x 40 cm, escultura tamaño natural, Karen Pauline Fabregas Romero. |
La otra obra de Karen en la exhibición, “Boxeador”, 57 x 50 x 50 cm, aborda, en la misma medida de todos los elementos de “Candy child”, la tragedia de estos menores desclasados, erigiéndose como vigoroso ejemplar del arte en pro del mejoramiento humano, necesaria y enérgica denuncia de los males que carcomen las simientes de cualquier sociedad, mucho más allá de su contexto regional e indiscutible valor estético. La artista utilizó periódicos, con toda la grisácea espiración de sus gradaciones, ya que, según ella, estos niños usan en gran medida los diarios, especialmente aquellos que pernoctan en los sórdidos parajes de asfalto y cemento. Hay otros que pasan todo el día en la calle pero duermen en casa.
“Boxeador”, 57 x 50 x 50 cm, escultura tamaño natural, cemento plástico y periódicos, Karen Pauline Fabregas Romero. |
Inesperadamente, uno de los asistentes – quizá artista, por su teatral elegancia – se apropia de Karen. Accedo consternado. Me saludan algunos que no veía hacia años. Sonrío con ensayada reverencia, mientras anhelo toparme con al menos uno de los otros cuatro expositores que volaron desde Barranquilla a Tampa para estar presentes en la recepción de clausura de la exhibición de arte contemporáneo que responde al nombre de “Sister Cities Art”.
Volteo mi rostro hacia la pared y vuelvo a examinar la preciosa obra de gran formato, 150 cm x 100 cm, que llamara inicialmente mi atención, “Lenguajes de la inocencia 3”, del joven Javier Caraballo Navarro, donde una niña de espaldas, sobre una silla, dibuja su cándido universo con sutiles tonos grises sobre la inmensidad esperanzadora de una pared de ensueños. Pensé en la analogía metafórica entre la poesía y las artes plásticas.
“Lenguajes de la inocencia 3”, Javier Caraballo Navarro |
“Niño elevando cometa”, acrílico-vidrio, luz de LEDs, madera y resina, Nadir Figueroa Mena. |
En tanto no cesaba de contemplar la idea de departir con algún otro artista barranquillero de visita en Tampa, llegué al vestíbulo de la preciosa galería. Allí me topé con un hombre maduramente jovial, de aspecto caucásico, el cual hablaba agraciadamente el castellano. Su nombre es Carlos A. Restrepo Labarrera, uno de los distinguidos visitantes. Con su efusiva azulada mirada, me saludó antes de extenderme la mano, como si hubiera entendido mis intenciones de entrevistarlo. Rápidamente percibí su entusiasmo viajero, en esta su primera visita a Estados Unidos.
Me condujo en el acto junto a su “Machete cacha roja”, escultura en lámina de aluminio, forjado en metal, para luego mostrarme su “Lapiesculturas”, un interesante ensamblaje sobre madera.
“Machete cacha roja”, Carlos A. Restrepo Labarrera |
jueves, 3 de abril de 2014
El poeta que nació un día que Dios estuvo enfermo
Según Cesar Vallejo, el 16 de marzo
de 1892, fecha en que él naciera en Santiago de Chuco – la capital de la Poesía
en el Perú –, Dios estuvo enfermo. El poeta de las tristezas propias y, sobre
todo, las ajenas, supo ahondar como pocos en el dolor cotidiano y la muerte;
presentar al mundo como un lugar hostil donde los alienados viven sin
esperanzas; al mismo tiempo que formular la superación de los males sociales
mediante la solidaridad y la acción revolucionaria.
La grandeza poética de Vallejo no
tiene paragón en Perú ni, tal vez, en la América del siglo XX. Cuando emprendió
su peregrinar por los piélagos de la poesía, reinaba en su país la pomposidad
sensorial modernista de José Santos Chocano, la delicada constelación simbólica
postmodernista de José María Eguren; y el etéreo refinamiento de “la belle
époque peruana”, resumida en la lírica del también narrador Abraham Valdelomar,
todos bajo el celaje del nicaragüense genio dariano.
En el primer poemario de Vallejo,
Los Heraldos Negros (impreso en 1918, aunque no circuló hasta 1919), si bien el
no tan joven poeta – 26 años de edad – aún infunde aliento a la estética
modernista, escapa de su ser un hondo bramido propio, desolado y sensible,
capaz de tañer y estrujar las fibras más indóciles y recónditas del alma, para
arropar el inmarcesible paraje evasivo de los poetas que le precedieron con el
lamento del insondable dolor omnipresente: “Hay golpes en la vida, tan
fuertes... ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, / la
resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma... ¡Yo no sé!”, gime
virilmente Vallejo en el poema "Los heraldos negros" que da título
general al libro que lo incluye
Los Heraldos Negros, el poemario,
está en buena medida colmado de poemas de amor, rasgados con componentes
cristianos que el hablante lírico evoca o cuestiona, tras una constelación de
culpas y arrepentimientos. En “El poeta a su amada”, leemos: “Amada, en esta
noche tú te has crucificado / sobre los dos maderos curvados de mi beso, / y tu
pena me ha dicho que Jesús ha llorado, / y que hay un viernesanto más dulce que
ese beso”, para luego depositar un enamorado lúgubre ósculo a la pureza
amorosa, “y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos. // Y ya no habrá
reproches en tus labios benditos; / ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
/ los dos nos dormiremos, como dos hermanitos”.
Su segundo libro, Trilce (1922),
constituye un momento clave en la renovación del lenguaje poético
iberoamericano. Nuestro gran poeta trasciende los modelos tradicionales que
hasta en cierto sentido había respetado, añadiendo elementos de la vanguardia a
su poesía. Si bien, numerosos estudiosos afirman que alcanzó su plenitud como
poeta con Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, publicados
póstumamente (1939 y 1940).
A raíz de una falsa acusación de
vandalismo y asesinato, fue a la cárcel por alrededor de tres meses. El 17 de
junio de 1923 abandona para siempre su amado Perú, para dirigirse a una
luminosa capital francesa que sólo le ofrecería tenebrosidades económicas y
emocionales hasta la muerte. “Me moriré en París con aguacero, / un día del
cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París – y no me corro – / tal vez un
jueves, como es hoy, de otoño”, presagió en “Piedra negra sobre una piedra
blanca” (1937).
El Vallejo que descendió en calidad
de irreverente Cristo-poeta, o Alonso Quijano – en angustiosa anagnórisis – a
la Cueva de Montesinos, o al literal infierno de la condición humana, si bien
no murió un jueves, falleció un Viernes Santo, el 15 de abril de 1938. para
darle forma a tan desgarradora experiencia en quejumbrosos y apasionados
henchidos versos.
Cristo marxista, camarada de los
pobres y desclasados, juglar de la justicia, el amor y la solidaridad social,
César Vallejo vivió y escribió – magistralmente – como quien robara ‘huesos
ajenos’, o se bebiera el café que le estaba destinado a otro.
miércoles, 2 de abril de 2014
Entre irreverentes monólogos
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