Lucio Livio Andrónico introdujo en Roma los géneros griegos épico, lírico y dramático, por lo que se le considera el fundador de la poesía épica y dramática latina. |
Por Leonardo Venta
En su excelente
obra La Civilización Romana, el historiador y latinista francés Pierre Grimal
(1912-1996), resume la herencia cultural de la Antigua Roma partiendo de
"una zona brillante entre las tinieblas de la prehistoria italiana y las
no menos densas en que la descomposición del Imperio sumergió al mundo
occidental".
Por su parte, el académico escocés John
William Mackail (1859-1945), al analizar la herencia literaria latina, afirma
que "la misión y la obra de Roma fue la transformación de la cultura
griega en una sustancia apta para su uso universal", así como que "en
la literatura es donde el espíritu de la raza latina ha logrado su expresión
más completa".
La tradición fija los orígenes de
Roma en la fundación de la ciudad, atribuida a Rómulo, en el año 753 a.C. La
hostilidad de los pueblos que la circundaban y la necesidad de adquirir nuevas
tierras laborables transformaron a este pueblo agricultor en otro guerrero.
Cada ciudadano era un soldado que integraba las filas de un ejército con
ambiciones de expansión y conquista.
Desde tiempos inmemoriales existieron
en Roma dos clases sociales: los patricios y los plebeyos. Los primeros integraban
los órganos del gobierno: el rex (en el período de la monarquía) y los
cónsules, en la República; el Senado, integrado por trescientos patricios; los
comicios curiales, que se reunían para discutir y resolver los problemas
comunes; así como los colegios sacerdotales y las prácticas de culto.
Los plebeyos, tal vez una clase
formada en sus inicios por extranjeros, permanecían fuera de la organización de
los patricios; en otros términos, no pertenecían al pueblo romano, no tenían
derecho de ingreso a la tierra pública y estaban privados de derechos
políticos. Si bien, individualmente eran libres, podían poseer territorios y
estaban obligados a pagar impuestos y cumplir el servicio militar. Por su
constante crecimiento, se convirtieron en un peligro para el antiguo populus, constituido
por el conjunto de los ciudadanos romanos (civis) y cuya cifra fue
languideciendo.
Muy pronto se entabla una pugna
entre patricios y plebeyos. El curso de ascenso de una parte de la plebe se
inicia con la Constitución del rey Servio Tulio (578-534 a.C.), que crea los
comicios centuriados, organización de carácter militar, que comprende a todos
los hombres –lo mismo del populus que de la plebe– y que los obliga a prestar
servicio militar, divididos en clases según la fortuna que poseen.
En las primeras décadas del siglo
III a.C., Roma domina toda Italia. Ha llegado a someter, entre otros pueblos
vecinos, a las ciudades de la Magna Grecia, la zona colonial griega que se hallaba
en la Italia meridional. La ciudad de Tarento, la última en capitular, fue
tomada el año 272 a.C. Allí fue hecho prisionero y llevado a Roma como esclavo,
el joven poeta heleno Lucio Livio Andrónico, que habría de iniciar a la
juventud romana en el conocimiento de la literatura griega. Introdujo los
géneros griegos épico, lírico y dramático, por lo que se le considera el
fundador de la poesía épica y dramática latina.
Al extender su poder por Italia,
Roma somete paulatinamente a pueblos de civilizaciones más adelantadas
(etruscos, itálicos del centro de la península, griegos del sur), de los cuales
recibió significativas influencias que supo incorporar a su propio cosmos
cultural y transmitir más tarde a los pueblos romanizados.
En literatura, lo poco que se conoce
de manifestaciones de carácter poético anteriores al siglo III a.C., nos remite
a la existencia de fórmulas rítmicas, en verso saturnio, único empleado en los
tiempos primitivos por los pueblos de la Italia central. Estas fórmulas de
composición poética, que se transmitieron en forma oral de generación a
generación, comprenden plegarias y cantos religiosos, como era el canto de los
Hermanos Arvales, que honraban a la Dea Dia, antigua deidad agrícola
Datan también de esa etapa los
cantos heroicos, que se entonaban en los banquetes públicos y en los que se ensalzaban
las virtudes de los antepasados y de los héroes. Por otra parte, los cantos de
triunfo –en honor de los vencedores– y las neniae o cantos fúnebres –en honra
de los difuntos– comprendían los aludidos rituales.
Representaciones primitivas de un
arte escénico popular se registran en el marco de las fiestas agrícolas,
matizadas por un despliegue de improvisación y creatividad. La bufonada, la
obscenidad, la sátira, la mascarada interactúan libremente. Estas expresiones
escénicas enriquecieron la literatura latina. La mezcla de bailes, coplas y
mímicas ataviaban lo mismo una acción dramática que satírica.
Los juegos religiosos de Roma
(ludi), con sus danzas, exhibiciones, concursos atléticos, carreras y combates
de gladiadores adquirieron su forma sistematizada de los etruscos. De sus
tierras llegaron a Roma los flautistas (tibicines), los danzarines de mimos
(histriones), los usos de las máscaras (persona). La tradición afirma que en el
364 se originó una intrusión masiva de componentes etruscos (para conjurar una
peste pertinaz), de donde probablemente provienen las raíces del teatro latino
(Tito Livio, VII, 2).
Los cantos fesceninos y las saturae
son, por consiguiente, las formas dramáticas populares con que se recrearon los
romanos antes de la llegada del teatro griego, en el siglo III a.C. Luego de la
evolución de las primeras manifestaciones poéticas romanas, en gran parte
plebeyas, las grandes obras latinas aparecen estrechamente vinculadas con la
aristocracia política y religiosa.
Los aristócratas escriben sus
memorias (commentarii), la custodia de archivos (acta), los libros de cuenta
(tabulae), entre otros, que se conservan en las pertinentes magistraturas.
Entre estos documentos, sobresalen los Anales
de los Pontífices, donde se registraban anualmente los acontecimientos más
importantes de la historia de la ciudad. Igualmente, las grandes familias
tenían sus archivos privados (stemmata, especie de árbol genealógico), las
inscripciones que acompañaban los retratos de los antepasados notables (tituli
imaginum), que comprendían los panegíricos pronunciados en sus exequias y los
grabados sobre sus monumentos funerales. Hasta nuestros días han llegado las
inscripciones de los Escipiones, que constituyen una valiosa fuente para descifrar
los orígenes de Roma y de la lengua latina.
Sin embargo, no florecerá una forma
artística depurada de la literatura latina hasta más tarde, cuando la lengua
logra asimilar los modelos griegos. "El derecho, en cambio
–afirma el
latinista Jean Bayet –, al desarrollarse desde una base sustancialmente latina,
formuló pronto sus principios de modo tan original, que puede considerarse la
primera expresión artística de la prosa latina". La Ley de las XII Tablas,
primera codificación de leyes, válida tanto para patricios como para plebeyos,
redactada por los decenviros a mediados del siglo V a.C., es la primera
manifestación de la prosa latina con carácter de excelsitud. Caracterizada por
el rigor de sus procedimientos, así como por la concisión y claridad de su
lenguaje, es el ideal cultural de la sobriedad, la fuerza y la autoridad del
carácter romano.
No podemos arriesgarnos a afirmar
que existiera antes del siglo III a.C. una verdadera literatura latina. No
había condiciones ni intención ni juicio de carácter estético para operar en el
campo literario. En sus orígenes, el latín era uno de los dialectos que se
hablaban en la Italia central, para luego irse fortaleciendo durante los siglos
de expansión de Roma por la península. Al consumarse la conquista de Italia, no
era todavía un instrumento bruñido para una expresión artística elaborada. Las
prácticas literarias fundacionales requerirían de un mayor desarrollo cultural
del pueblo romano, la asimilación de la portentosa cultura helena, y el advenimiento
y progresión de escritores, como el susodicho Lucio Livio Andrónico, dedicados
a su perfeccionamiento.