La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 8 de octubre de 2011

“La curiosidad barroca”

En la decoración de la fachada de la Iglesia de San Lorenzo, siglo XVIII, aparece una princesa amerindia acompañada de símbolos de la cultura Inca. La media luna incaica trastorna la serenidad tradicional de la Corintia. Las hojas americanas de la selva y el trébol mediterráneo se entrelazan. Las sirenas de Ulises tañen la guitarra peruana. La flora, la fauna, la música, e incluso el sol del "Nuevo Mundo" se afirman en su inusitado perfil barroco. No habrá cultura europea en América a menos que los símbolos nativos se integren a la misma.

Por Leonardo Venta

“La curiosidad barroca” es un capítulo del libro ensayo La expresión americana de José Lezama Lima en que el autor explora y reivindica lo americano dentro del aval universal. Para el escritor cubano es el “barroco de la contraconquista", en que, de algún modo, los conquistadores fueron conquistados.

Es interesante ver como Lezama se refiere a un barroco americano, y no a uno meramente latinoamericano; sugiriendo, así, la idea del continente como un todo que comparte una misma geografía y naturaleza, que nada entiende del proceso histórico que más adelante habría de diferenciar a las dos Américas.

Según Lezama, el barroco ha sido identificado meramente por su estilo excesivo, encrespado, oscuro, detallista, hinchado y formalista, lo que ha inducido a los críticos a sujetar bajo la sombrilla de este término esencias que, aunque reúnen algunas de estas características, no son necesariamente barrocas. Establece, además, que el barroco ha existido en América desde las primeras crónicas en que los conquistadores describen la exuberante singular naturaleza que la identifica: nuevos árboles impenetrables, frutos ignorados, dentro del marco de un paisaje maravilloso.

Según Lezama, nuestro barroco, que rompe con la repetición monótona del europeo, es un arte que va más allá de lo meramente formal, cuyo eje es movido por una necesidad intrínseca, casi ontológica –impulso creador– que en nada constituye una sombra del primero, envejecido en su proceso natural, sino más bien descuella en su propia brillantez y autenticidad.

La naturaleza americana posee una sensibilidad colmada de virtudes espirituales para el autor. Asimismo, reconoce a “ese americano señor barroco”, cuyo “saboreo de vivir se le agolpa y fervoriza”. Lo admite como un opulento fruto en que lo diverso y maravilloso de su naturaleza condensa su grandiosidad. En lo autóctono americano existe –alega– el primer elemento barroco de formación de un estilo, y sor Juana Inés de la Cruz es la primera gran redentora en ese designio poético de brindarle universalidad.

Lo que para el europeo es repetitivo, insiste el ensayista, para el americano es simultáneo. A su decir, el barroco americano resume y aprieta lo que sucedió en Europa a través de siglos al condensarlo en la corta unidad cronológica de nuestra historia.

Nuestro barroco, a juicio de Lezama, se ilustra con la hazaña del quechua Kondori; quien inserta los símbolos incaicos del sol y la luna en el mismo. Por otra parte, encuentra en el arte Aleijadinho su otro rizoma: “Con su lepra, que está también en la raíz proliferante de su arte, riza y multiplica, bate y acrece lo hispánico con lo negro”.

De esta forma, el quechua Kondori y el arte Aleijadinho ilustran el sincretismo de lo “hispano-incaico” e “hispano negroide”, respectivamente. En ningún momento, el ensayista divorcia al barroco americano del español; los analiza en sus síntesis culturales y los diferencia en sus procesos históricos y divergencias étnicas, sin olvidar que de dicho sincretismo nacen las culturas amerindias y afroamericanas. Mientras el barroco europeo era un juego de formas inertes a su llegada a América, al contacto con nuestro continente se humaniza y cobra vida, insiste.

Lezama encuentra en nuestro barroco americano inusitadas adquisiciones del lenguaje, nuevos mobiliarios y modos de vida, un misticismo propio y maneras del paladar en el tratamiento de las comidas. “El banquete literario, la prolífica descripción de frutas y mariscos, es de jubilosa raíz barroca”, afirma. En fin, toda su magnificencia se arraiga, arrebuja y esparce con misteriosa plenitud exaltada en la esencia de su propia nueva naturaleza americana.

José Lezama Lima


Por Leonardo Venta

Célebre por su novela Paradiso, José Lezama Lima –uno de los más importantes escritores de la literatura hispanoamericana del siglo XX, por su genio literario, su personalidad imanadora y pujanza grupal, entre otras numerosas cualidades– ha influido sobre múltiples escritores de la lengua castellana en el panorama de una sorprendente multiplicidad controversial. Al mismo tiempo, ha atraído y embrollado, tanto a críticos literarios como a los más sagaces lectores en el desconcierto que ocasiona una obra y, ¿por qué no?, una vida incomprendidas y hasta cierto punto manipuladas por intereses políticos y arribistas.

Tras la muerte de Lezama Lima, en 1976, el mito se empina. Por ejemplo, el nada inhibido narrador, poeta y ensayista camagüeyano Severo Sarduy, desde su traza parisina estructuralista y neobarroca, le dedica en la revista "Vuelta" –fundada por Octavio Paz– el primer capítulo de su novela Maitreya (1978), con el título "En la muerte del Maestro". Por su parte, el poeta y ensayista Cintio Vitier, que mantuvo con Lezama un estrecho vínculo de discípula admiración por vida y dedicó gran parte de sus estudios a su obra, desde su receptáculo en la isla roja, con el propósito de integrarla, constreñidamente, en su carácter de valiosísima joya, a la corona que encasqueta en la testa nacionalista de la revolución cubana.

De padres cubanos, abuelo vasco por el linaje paterno y bisabuelo andaluz, por el materno, José María Andrés Fernando Lezama Lima, hijo de un Coronel del ejército, nace en el campamento militar de Columbia, en La Habana, el 19 de diciembre de 1910.

“Soy el producto de un encuentro placentero, en los primeros años de la República, entre familias de gran acentuación cubana y familias en las cuales predominaba lo español (y por eso refleja contornos tangenciales: el apasionamiento ibérico y la suavidad un tanto recelosa del indiano), confiesa Lezama en una entrevista.

Bolín, como llamaban a Lezama cuando pequeño, perdió a su padre de 33 años, el susodicho Coronel, cuando no había cumplido aún los nueve años de edad. El hablante narrativo reinventa conmovedoramente esa pérdida en Paradiso: “El ordenanza descorrió la sábana. Vio, de pronto a su padre muerto, ya con su uniforme de gala, los dos brazos cruzados sobre el pecho…Cerró los ojos, le pareció ver de nuevo la mano del ordenanza descorrer la sábana. Retuvo el rostro de su padre hasta que se lo fueron llevando las olas” (292-93). Confiesa Eloísa que ni su madre ni ninguno de sus hermanos vieron a su padre muerto, y que Lezama lamentó siempre no haber asistido a los funerales de su padre.

Para Eloísa, la menor de sus dos hermanas, –más profesora que escritora, fallecida el 25 de marzo de 2010 en Miami, ya nonagenaria–, la vida, vocación y creación de José Lezama Lima son inseparables (16). Apasionado lector, premisa necesaria para llegar a ser un buen escritor, Lezama confesaba, desde su adolescencia sólo leer libros difíciles que le retaran. “Sólo lo difícil es estimulante”, es una de sus frases célebres. Se crió en un seno donde las conversaciones femeniles iluminaban la sobremesa de destellos culturales, que el niño Lezama captaba, muchos de los cuales se hacen eco casi textualmente en Paradiso: “Hay que insistir en que todos eran maestros en el arte de la conversación, de la narración y de la paremiología [tratado de refranes]. Y que hasta una exhuberancia barroca se colaba entre los intersticios de aquella casa donde con frecuencia las escenas llegaban al paroxismo de una pasión exagerada” (20).

En 1929, Lezama ingresa en la Universidad de La Habana, a la que llama Upsalón, lugar de encuentro inicial de la triada que adereza el devenir intelectual de la tonalidad ensayística de la atípica novela Paradiso: Fronesis, Foción y Cemí, este último el trasunto de Lezama Lima, aunque lo niega el propio autor. Sobre su experiencia universitaria declaró Lezama: “Yo pensé siempre estudiar Derecho y Filosofía y Letras, pero como usted recordará la Universidad estuvo cerrada tres años por Machado y dos por Batista. Me hice abogado, pero tuve que empezar a trabajar. (…) Pero recuerde la estrofilla de San Juan de la Cruz que dice: ‘Religioso y estudiante, religioso por delante’. Ya, yo, en aquella época había preferido ser un estudioso y abandonarme como todo poeta incipiente a la voluptuosidad de la más variada lectura” (21). (continuará)

miércoles, 5 de octubre de 2011

Orígenes, una alhaja literaria

Mariano Rodríguez, José Lezama Lima y José Rodríguez Feo

Por Leonardo Venta

Orígenes (1944-1956), a mi juicio – y con el respaldo de Octavio Paz, quien la calificó como "la revista más importante del idioma", – es una alhaja literaria. Gestada por los dos José: Lezama Lima y Rodríguez Feo (Pepe); dirigida por ambos, hasta el número 34, en que el segundo la abandona; acicalada por el pintor Mariano Rodríguez y el escultor Alfredo Lozano en calidad de coeditares, al decir del periodista, narrador y prestigioso ensayista Reynaldo González, “fue una aventura intelectual definitoria de la cultura cubana del siglo XX”.

Lezama y Pepe se conocen en el estudio donde Mariano pinta sus gallos fauvistas y deslumbra al vacío con líneas y colores de intenso barroquismo. En ese asiduo devenir todos se compenetran. “Un día de invierno de 1944, estábamos Lezama y yo sentados en un banco del parque Martí, en el corazón de La Habana, conversando, cuando se me ocurrió proponerle la publicación de una revista literaria”, relata Pepe.

Consagración de La Habana era el título que le gustaba a Rodríguez Feo para la revista, pero prevaleció el de Orígenes, propuesto por el otro José. La publicación, que se mantuvo prodigiosamente por 12 años, se apuntaló en el ímpetu juvenil de los fundadores, en las colaboraciones de los escritores insulares Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fina García Marruz, Virgilio Piñera, Gastón Baquero, Ángel Gaztelu, Justo Rodríguez Santos, Octavio Smith y Lorenzo García Vega, quienes alternaban en sus páginas con luminarias extranjeras como Wallace Stevens, T. S. Eliot, Virginia Wolf, George Santayana, Albert Camus, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez, María Zambrano y el propio Octavio Paz.

A Mariano y Lozano se le unieron importantes creadores de las artes plásticas en la isla – Víctor Manuel, Wilfredo Lam, René Portocarrero, Cundo Bermúdez, Amelia Peláez, Raúl Milián, Fayad Jamís, Arístides Fernández, Mario Carreño, Roberto Diago, Luis Martínez Pedro, Carmelo González – junto a los extranjeros Osborne, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, entre otros, para alternarse portadas y viñetas que constituían por sí mismas obtenciones artísticas.

Sobra señalar que la producción lezamesca enriqueció la revista. Allí publicó el célebre extenso poema “Muerte de Narciso”, aparecido en el segundo número de la revista Verbum el año de 1937, así como el poemario que concertaba el libro Enemigo rumor; además de los primeros capítulos de la novela Paradiso. El Grupo Orígenes a través de su revista alcanza cohesionar lo más selecto de la intelectualidad cubana en el rescate de la identidad nacional a partir de la cultura, proceso que ya se había iniciado con la revista Verbum.

El carácter apolítico y meramente esteticista que se le ha atribuido a Orígenes no es acertado. El desden hacia lo establecido, una forma sofisticada de sedición, y la búsqueda de lo nacional desde una nueva perspectiva sugiere destellos de insatisfacción con el orden establecido. En una de las “Señales” afirma Lezama: “un país frustrado en lo esencial político puede alcanzar virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza”.

Graduado summa cum laude por la Universidad de Harvard (1943), Rodríguez Feo, cuya acomodada posición económica le permitía subvencionar la publicación, en su frecuentado éxodo por los más altos centros docentes estadounidenses, conoció a valiosas personalidades literarias que a través de una intensa labor de captación de su parte accedieron a publicar en Orígenes.

Asimismo, sus traducciones, de gran academicismo, muchas veces auxiliadas por los propios autores, acentuaron el carácter cosmopolita de la revista. Leemos en una de las misivas que Rodríguez Feo le dirige a Lezama: “mi traducción de un fragmento del tercer tomo de la autobiografía de Jorge Santayana… autorizado expresamente para la revista…”, a lo que el etrusco habanero responde con humor inigualable: “Albricias por lo de Santayana. Péscate trucha mayor y el próximo Orígenes se irá a letras áureas”.

Así la reputación de la revista alcanzó esferas insospechadas. Sin embargo, discrepancias editoriales ocasionaron la ruptura entre sus dos bastiones, a raíz de unos ataques de Vicente Aleixandre a Juan Ramón Jiménez y un artículo que este último deseaba publicar en su defensa en la revista, a lo que se opuso Rodríguez Feo. Lezama se quedó solo al frente de la publicación, pero la falta de fondos ocasionó en poco tiempo la desaparición de la misma.