Por Leonardo Venta
"Levanta tu párpado cerrado / que acaricia un
sueño virginal; / soy el espectro de una rosa / que llevaste ayer al baile (…) todas
las noches mi espectro rosa / vendrá a bailar a tu cabecera (…) y sobre el alabastro en el que reposo / un
poeta con un beso / escribió: 'aquí yace una rosa / que todos los reyes
envidiarán'”.
Théophile
Gautier
Y heme aquí, acurrucado tras un críptico
ciprés, sin saber qué decir, sin intenciones de hacer periodismo ni literatura,
sin citar declaraciones de las llamadas celebridades, sin repasar machacadas historias,
sin elucubrar estrategias y aproximaciones, ajeno a esa actitud distante y
crítica que no sabe articular el lenguaje de una lágrima.
Desde esta inmerecida pena cósmica,
cierro los ojos para evocarla. Escucho la "Invitación a la danza" de Carl
Maria von Weber; ejecuto acompasados movimientos con recuerdos suyos, nuestros,
que –antes de ser remembranzas– atravesaron de un brioso radiante salto mi irrepetible
nocturno ventanal habanero con el fin de instalarse para siempre en mi
habitación de emociones y ensueños adolescentes.
Con estos brazos invidentes guiaré al
espectro de Rosalía Lourdes Elisa Palet Bonavia en fúnebre irremediable danza. Concluido
el baile, me acercaré tembloroso con una rosa en la mano a la ventana abierta –por
la que desapareciera como había entrado– en busca de su extraviado aroma.