La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

miércoles, 24 de octubre de 2012

"Espacios inacabados"

En el año 2000, las escuelas de arte de Cubanacán conformaban la lista de las construcciones de valor artístico, arqueológico e histórico más dañadas del planeta, según la publicación realizada por la organización neoyorquina “World Monuments Fund (Fondo para los Monumentos del Mundo)”.

Por Leonardo Venta

 Como parte de una gira en territorio estadounidense y su estreno en la televisión nacional de este país, se exhibió el pasado viernes, 5 de octubre de 2012, en el Teatro del Club Cubano de Ybor City, el laureado documental “Espacios inacabados (Unfinished Spaces)”, codirigido por Alysa Nahmias y Benjamin Murray. El excelente filme aborda la conmovedora odisea de las escuelas de arte habaneras de Cubanacán y sus creadores.

En 1961, mientras jugaba golf en el otrora Country Club de La Habana, a Fidel Castro se le ocurrió construir en ese sitio “las más bellas escuelas de arte del mundo”. La dirección del proyecto fue encomendada por el propio mandatario a la arquitecta Selma Díaz, la cual delegó la obra en el arquitecto camagüeyano Ricardo Porro, y los italianos Vittorio Garatti y Roberto Gottardi, quienes a principios de los años sesenta (1961-1965) se encargaron de diseñar y crear con entrañable fervor juvenil los cinco pabellones correspondientes a las escuelas nacionales de danza contemporánea, artes plásticas, arte dramático, música y ballet.

El proyecto inacabado es una sutileza arquitectónica donde el espacio fluye; se integra al éxtasis de la naturaleza caribeña, asila la luz de un bruñido sol tropical; se tiende magnificente sobre la falda del surrealismo, para sorprender con el sagaz salto de un inaprensible insubordinado gesto, henchido de metáforas culturales que abrazan la tradición colonial y la cultura negra en Cuba.

La geometría orgánica del conglomerado arquitectónico, integrado por la bóveda tabicada de tradición catalana, el uso del ladrillo, el erotismo afirmado en los órganos reproductores femeninos – como son una gigante escultura del fruto de la papaya, apelativo de la vagina para los cubanos, y las cúpulas de los edificios asemejando senos de mujeres negras –, así como las hilvanadas fibras de remotas aldeas africanas compaginadas con los sedosos portales europeos, no sólo reflejan el anhelo manifiesto de sus creadores sino se estremecen e integran a un trascendente entorno vital que explora y universaliza el ecléctico hibridismo isleño.

La banda sonora de Giancarlo Vulcano columpia la magia que expelen las imágenes fílmicas; lo idílico de la fotografía, la destreza de los editores Kristen Nutile y Alex Minnick en conectar escenas con hechuras de la memoria del detalle; así como la producción de Elise Jaffe y Jeffrey Brown nos conduce por las vertientes “qüasi” poéticas de un documental que al deslizarse entre nuestros sentidos armoniza con el primor emocionado de la historia.

Para los tres artífices del milagro llamado Cubanacán – Porro (tuvo a cargo las escuelas de danza moderna y artes plásticas), Garatti y Gottardi (perfilaron los pabellones de música, ballet y artes dramáticas, respectivamente) –, de igual manera que el estado de la hoy deteriorada Habana, su proyecto irradia, desde su desamparo, el embrujo tan atribuido a la capital de la sufrida alegre isla, incluso entre las ruinas que sofocan bajo sus escombros un bramar de excelsitud.

Los arquitectos, al principio, tuvieron plena libertad para asomarse a sus sueños. Determinaron el lugar de emplazamiento de los edificios, eligieron entre ellos a quién le correspondería realizar cada una de las edificaciones. Sin embargo, el panorama pronto se ensombreció. Las construcciones resultaban mucho más costosas de lo previsto y los inusitados diseños comenzaron a provocar quejas entre los resentidos extremistas. Se les acusó de despilfarrar el dinero del pueblo y de difundir ideologías elitistas burguesas. El proyecto fue paralizado en 1965. Porro, después de sufrir una persecución inenarrable, se vio obligado a emigrar a París; Garatti se marchó a Milán. Sólo el estoico Gottardi, a quien se le asignaron trabajos humillantes en una empresa constructora, se mantuvo en la isla.

Las edificaciones sufrieron la corrosión ocasionada por el paso del tiempo y las inclemencias atmosféricas, la falta de mantenimiento, el saqueo, el abandono total. Incluso, familias marginadas buscaron refugio entre sus ruinas, así como fortuitos amantes sin un techo donde desplayar sus eróticos instintos. A fines de la década de los noventa, el historiador estadounidense John Loomis publicó Revolución de Formas. Las olvidadas escuelas de Arte de Cuba (Revolution of forms. Cuba´s forgotten Art Schools), un texto que recoge las impresiones de su visita, por invitación del bueno de Gottardi, a las lesionadas edificaciones.

Castro, al leer el libro de Loomis, decidió recomenzar el proyecto. En 1999, se invitó a los tres arquitectos, ahora octogenarios, a continuar su trabajo. Garatti y Porro visitaron La Habana, después de haber sido el primero encarcelado y expulsado del país por falsas acusaciones de espionaje; mientras la carrera de Porro fue truncada en la isla. Después de paralizado el proyecto de las escuelas de arte, la única asignación que se le encomendó al arquitecto camagüeyano fue crear una jaula para el águila del zoológico habanero.

El inacabado sueño fue nuevamente secundado por el gobierno; si bien fue una ayuda caracterizada por el comedimiento con que se tratan los asuntos a los que no se le da gran relevancia. Se reiniciaron las labores en los pabellones de danza moderna y de artes plásticas, cuyo desarrollo y culminación defraudaron a su creador Ricardo Porro. Al primer aparente obstáculo, el régimen cubano dejó de financiar un propósito que catalogó, como lo había hecho en los años sesenta, de no productivo.

“Espacios inacabados”, al igual que el ambiente prodigioso que revela, es un filme conmovedor, al punto de humedecer nuestras mejillas. Testificamos un doble drama: el de las vulneradas escuelas de arte, en su estremecimiento de maldecidos caracteres, y el de sus tres octogenarios creadores. Al concluir la cinta, nos remontamos a la tesis del filósofo francés Henri Bergson sobre la relatividad y la naturaleza del tiempo, a sabiendas de que nuestros relojes se habían detenido en un entrañable espacio psíquico, el cual  – junto a Porro, Garatti y Gottardi – anhelábamos redimir.


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