De izq. a der.: Carlos Camargo (figura clave en la organización del evento), junto a los artistas barranquilleros Carlos Restrepo, Karen Fabregas, Alex de la Torre, Inés Ospino y Neda Roa. |
Por Leonardo Venta
El 3 de diciembre de 2013, en la galería Scarfone/Hartley de la Universidad de Tampa conocí a Karen Pauline Fabregas Romero, una hermosa joven colombiana de sedoso oscuro cabello y noble mirada. A falta de un amigo común que nos presentara, me le acerqué. Numerosas personas le hablaban al unísono. Me detuve, y aguardé con arrinconada paciencia de reportero en acecho. A la primera inesperada coyuntura, me presenté, y de ahí rompiendo el hielo de la indiferencia, pregunté a Karen – el nombre me suena ahora familiar – por qué ese tipo de arte, refiriéndome a sus dos obras en exhibición.
Toda la conversación giró alrededor de una de las grandes inquietudes que agitan al ente racional: el amor, paciente, servicial, generoso, humilde, puro, desinteresado, apacible, indulgente y justiciero. Karen me hablaba de lo mucho que le duelen los niños que venden dulces en las calles y autobuses de Barranquilla, mientras yo pensaba en miríadas de huérfanos bajo un disconforme techo de estrellas, en los menores desamparados, maltrechos, desnutridos, abusados física o sexualmente en todo el mundo, al mismo tiempo que menudeaba en mi pensamiento, como íntimo rosario, la quejumbrosa rima de las ‘joyitas sufrientes’ de Gabriela Mistral: “Piececitos de niño, / azulosos de frío, / ¡cómo os ven y no os cubren, / Dios mío!”.
“Mi obra está basada en los niños que trabajan en las calles y son explotados, negándoseles las posibilidades de un sistema de vida digno, malogrando su formación educacional, su salud, y dañando su futuro al no prestársele atención a este mal que alarmantemente va incrementándose”, admite Karen. “Son abusados, violentados en los buses y en las calles. Yo soy de Barranquilla y veo esa situación a diario, pero se vive igualmente en cualquier parte de Colombia, en toda Latinoamérica y en los diferentes países del mundo”, agrega, conmoviéndonos, la artista barranquillera.
Al referirse a “Candy child (niño del dulce)”, 70 x 60 x 40 cm, tamaño natural, escultura recubierta con las envolturas de estas golosinas, Karen afirma con tierna energía: “Esos dulces son los que ellos venden en los buses. Yo iba recogiendo las envolturas de dulce que la gente desechaba, para luego seleccionar las mejores y pegarlas con gran paciencia. Este muy trabajado proyecto me demoró cuatro meses”.
“Candy child (niño del dulce)”, 70 x 60 x 40 cm, escultura tamaño natural, Karen Pauline Fabregas Romero. |
La otra obra de Karen en la exhibición, “Boxeador”, 57 x 50 x 50 cm, aborda, en la misma medida de todos los elementos de “Candy child”, la tragedia de estos menores desclasados, erigiéndose como vigoroso ejemplar del arte en pro del mejoramiento humano, necesaria y enérgica denuncia de los males que carcomen las simientes de cualquier sociedad, mucho más allá de su contexto regional e indiscutible valor estético. La artista utilizó periódicos, con toda la grisácea espiración de sus gradaciones, ya que, según ella, estos niños usan en gran medida los diarios, especialmente aquellos que pernoctan en los sórdidos parajes de asfalto y cemento. Hay otros que pasan todo el día en la calle pero duermen en casa.
“Boxeador”, 57 x 50 x 50 cm, escultura tamaño natural, cemento plástico y periódicos, Karen Pauline Fabregas Romero. |
Inesperadamente, uno de los asistentes – quizá artista, por su teatral elegancia – se apropia de Karen. Accedo consternado. Me saludan algunos que no veía hacia años. Sonrío con ensayada reverencia, mientras anhelo toparme con al menos uno de los otros cuatro expositores que volaron desde Barranquilla a Tampa para estar presentes en la recepción de clausura de la exhibición de arte contemporáneo que responde al nombre de “Sister Cities Art”.
Volteo mi rostro hacia la pared y vuelvo a examinar la preciosa obra de gran formato, 150 cm x 100 cm, que llamara inicialmente mi atención, “Lenguajes de la inocencia 3”, del joven Javier Caraballo Navarro, donde una niña de espaldas, sobre una silla, dibuja su cándido universo con sutiles tonos grises sobre la inmensidad esperanzadora de una pared de ensueños. Pensé en la analogía metafórica entre la poesía y las artes plásticas.
“Lenguajes de la inocencia 3”, Javier Caraballo Navarro |
“Niño elevando cometa”, acrílico-vidrio, luz de LEDs, madera y resina, Nadir Figueroa Mena. |
En tanto no cesaba de contemplar la idea de departir con algún otro artista barranquillero de visita en Tampa, llegué al vestíbulo de la preciosa galería. Allí me topé con un hombre maduramente jovial, de aspecto caucásico, el cual hablaba agraciadamente el castellano. Su nombre es Carlos A. Restrepo Labarrera, uno de los distinguidos visitantes. Con su efusiva azulada mirada, me saludó antes de extenderme la mano, como si hubiera entendido mis intenciones de entrevistarlo. Rápidamente percibí su entusiasmo viajero, en esta su primera visita a Estados Unidos.
Me condujo en el acto junto a su “Machete cacha roja”, escultura en lámina de aluminio, forjado en metal, para luego mostrarme su “Lapiesculturas”, un interesante ensamblaje sobre madera.
“Machete cacha roja”, Carlos A. Restrepo Labarrera |
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