La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 21 de julio de 2012

La denuncia social en "La casa de Bernarda Alba"

“La Casa de Bernarda Alba” (1936) es la última de las tres tragedias rurales de Federico García Lorca, junto a “Yerma” (1934) y “Bodas de sangre” (1933)
Por Leonardo Venta

“La casa de Bernarda Alba”, drama de Federico García Lorca, es firmamento de la magia de un cosmos oculto definido por valores universales. Lorca terminó de escribir esta pieza el 19 de junio de 1936 y fue asesinado exactamente dos meses después, el 19 de agosto.

Pepe el Romano, un personaje no visible, es el eje a través del cual se desarrolla la acción de la obra; cinco hermanas que se debaten por poseerlo, una madre autoritaria aferrada a las tradiciones, dos criadas sentenciosas, la locura que habla con cordura en María Josefa – la madre de Bernarda – y el inútil consuelo religioso de Prudencia constituyen a grandes rasgos los personajes fundamentales que mueven la trama de esta tragedia.

La obsesión sobre la moral, el pudor, la esterilidad, la hipocresía y el miedo al “que dirán” son temas abordados por esta pieza teatral mediante personajes que se insertan en una dicotomía de apariencia externa, marcada por los prejuicios sociales de la época, y la interior, matizada por complejas pasiones.

El crítico literario Salvatore J. Poema en su análisis del personaje de Bernarda, divisa el valor simbólico del mismo, a través de elementos opresivos tan variados como son los “de dios tirano en el Antiguo Testamento, de Madre Superiora en el convento, de guardiana de una cárcel, de líder militar o cacique, de directora de un asilo de dementes y hasta de dios mitológico que rige la muerte, Zeus".

La tiranía de Bernarda se ensancha ya que están dadas las coordenadas idóneas para que su opresión navegue soberanamente: cuatro hijas solteras, sin las cuales no tendría la oportunidad de explayar su aplastante autoridad, y una sociedad regida por leyes que cercenan todo tipo de libertad.

A su vez, la morada donde se desarrolla la trama, como entidad personificada en sí, nos remite a los predios de una atmósfera insostenible, que bien pudiera compararse, según Poeta, con “el infierno, un convento, una prisión, una casa de locos y hasta un opresivo cuartel militar”. Desde esa guarida,  la madre defiende resueltamente la apariencia de moralidad de los suyos, defensa matizada por una visión obcecada que ha sido instituida durante siglos de oscurantismo en España.

La casa – lo que vegeta, palidece y palpita en ella – es la escenificación de lo que ha venido acaeciendo por mucho tiempo en el país ibérico, pero llevado al micromundo de cuatro paredes y unos ventanales tapiados por espesos cortinajes.

El calor desesperante y la atmósfera agobiante que preponderan en la casa de Bernarda se contraponen a la alegría y la vitalidad coral que bulle en un mundo exterior regido por hombres. No sería errado señalar que ese constante calor pudiera sugerir asimismo el fuego de la sexualidad reprimida y ahora desbocada en las hijas de Bernarda ante la presencia de Pepe el Romano.

La denuncia de Lorca rebasa los límites de un estrato social, se ensancha, no sólo en su alcance, sino también en su intensidad temática al escrutar la moral, el amor, el odio, el honor ligado a la virginidad y la frustración sexual, entre otros.

La locura de la madre de Bernarda, María Josefa, se desplaya con plena libertad. Son precisamente María Josefa y Adela los personajes que desnudan sus pasiones, En la primera, el autor recurre a la locura; mientras, el suicidio de Adela es una especie de estertor liberador.

El único personaje masculino, Pepe el Romano, merodea la zona subjetiva de la imaginación; en forma de actante, conduce el desarrollo y desenlace trágico de la obra. El espectador/lector tiene que imaginárselo mediante las descripciones de las ardientes mujeres, del afán de Martirio, la hija deforme de Bernarda, de llevárselo a la cama aunque sea en fotos, de las acechantes pisadas del caballo de Pepe en sus rondas nocturnas en búsqueda de episodios amorosos.

Lorca pone el dedo en la llaga. Registra el proscristo crujir de los instintos reprimidos – los anhelos libertarios – que tarde o temprano, cual incontenible ardiente lava arrastran consigo indóciles turbulencias. Para el escritor granadino, así como para nosotros, el oscurantismo, la intolerancia, el dogmatismo, los prejuicios, entre otras plagas, amputan esperanzas, provocan siniestros espirituales, pespuntan cicatrices en la alegría, trazan arrugas en el alma y engendran verdaderos discapacitados de la felicidad. Eh ahí la vigencia y universalidad del teatro lorquiano.


 “La casa de Bernarda Alba” por el Ballet Nacional de Cuba. Coreografía de Iván Tenorio, música de Sergio Fernández Barroso, diseños de Salvador Fernández, libreto basado en la obra homónima de Federico García Lorca. Viengsay Valdés en el papel de Bernarda y Annette Delgado como Adela.

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