La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

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domingo, 1 de febrero de 2015

José Martí, el escritor


Por Leonardo Venta

Escritor, poeta, dramaturgo, orador, periodista, pedagogo, embajador, filósofo, visionario, patriota… José Martí clareó y cortejó la inefable sensible conmovedora elegancia de la forma natural del lenguaje al blandir la esencia que funde a la belleza con la virtud en sus espiraciones más genuinas. Toda la producción martiana, desde sus primeros soplos hasta sus apuntes en el Diario que precediera su desaparición física, es un derroche de lirismo, de humilde franca integridad y primoroso desbordante genio.

      Leer a Martí es palpar el costado más sublime y entrañable del ser humano, humedecer con conmovidas lágrimas las páginas leídas sin dejar vestigios de arrepentimiento. Leerlo es igualmente transitar los más pulcros corredores de la perfección literaria bajo el aliento de una existencia insistentemente consagrada al mejoramiento humano. Es saborear la sencillez que nada tiene que ver con la llaneza. Es absorberse en el llanto de su “maniatada” Cuba; abrirse paso por las salas de las grandes exhibiciones neoyorquinas, con sus “relampagueantes” Renoir; con un Seurat, “bajo el sol del cenit”; los “orgiacos” Monet; y envolvernos en la capa oscura de Goya, bajar envueltos en ella “a las entrañas del ser humano”, burlando la Inquisición, la sordera y la locura del artista,  “y con los colores de [las entrañas de la tierra] contar el viaje a su vuelta”.  Leer a Martí es ennoblecer la memoria de la hermosa y tierna niña guatemalteca –María Josefa Granados– para depositar un ósculo de eternidad poética sobre su trémula frente.

      Su genio y probidad como escritor y orador emulan. Sus cualidades en la oratoria las certifica su coterráneo y contemporáneo Manuel de la Cruz (1861-1896), “… según los que le oían habitualmente, pocos oradores han dado a su palabra el tono, el calor y la fuerza que imprimía a sus discursos”. Martí, arquetipo de Cristo para los cubanos, expresó en cierta ocasión: "Sólo va al alma, lo que sale del alma". Su epistolario –del que Rubén Darío asegurara que hubiese bastado para su segura inmortalidad– denota la intensidad y pureza del hombre, patriota y escritor, incluso en momentos de incertidumbre. La misiva a su madre, el 5 de mayo de 1894, así lo atestigua: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás acabarán mis luchas. El hombre íntimo está muerto y fuera de toda resurrección, que sería el hogar franco y para mi imposible, adonde esta la única dicha humana, o la raíz de todas las dichas. Pero el hombre vigilante y compasivo está aún vivo en mí, como un esqueleto que se hubiese salido de su sepultura; y sé que no le esperan más que combates y dolores en la contienda de los hombres, a que es preciso entrar para consolarlos y mejorarlos”.

      No nos cansamos de citar al gran crítico martiano Ivan A. Schulman, cuando establece que “raras son las figuras literarias cuya excelencia artística corra pareja con una intachable complexión moral y cuyas cualidades personales, lo mismo que su producción literaria, sean fuente perenne de inspiración. La manifestación de este raro conjunto de características en [José Martí] constituye una justificación más –si es que alguna se necesitaba realmente– de la universal reverencia que se le ha tributado”.

      El Martí redentor sacrificó su dicha personal y la de su familia, así como la continuidad y depuración de su producción literaria para consagrarse a libertar la sojuzgada patria. No fue un escritor de torre de marfil, almidonado, sino un sagrario del amor. Su obra no refleja un estilo planeado, tal como lo confiesa en el prólogo a su Ismaelillo, sin duda el primer ósculo lírico del Modernismo a Hispanoamérica: “Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido. Cuando he cesado de verte en una forma, he cesado de pintarte. Esos riachuelos han pasado por mi corazón. ¡Lleguen al tuyo!”.

      Personalidades literarias, entre ellas, Juan Ramón Jiménez, Ricardo Gullón, Ivan A. Schulman, Federico de Onís, lo señalan iniciador más que precursor –como erróneamente ha sido restringido su radio creativo–  de los rasgos más relevantes del sistema estético del Modernismo. La prosa poética martiana constituye –especialmente durante el período de 1877 a 1882– una de las máximas aportaciones a ese –el primer– movimiento literario hispanoamericano. Si tenéis dudas, leer su única novela, Amistad funesta o Lucía Jerez. En la misma, manchas, luces y sombras, captan lo físico para brindarle una connotación sensorial que tiene mucho de cuadro impresionista: “Y allá, en la  penumbra del corredor, como un rayo de luz diese sobre el rostro de Juan, y de su brazo, aunque un poco a su zaga, venía Lucía, en la frente de él, vasta y blanca, parecía que se abría una rosa de plata: y de la de Lucía se veían sólo, en la sombra oscura del rostro, sus dos ojos llameantes, como dos amenazas”. ¡Cuán hermosa prosa!  Un reto literario al mejor de los pinceles.

      El lirismo martiano influyó decisivamente en Darío. Juan Ramón no titubeó en señalar dicha influencia: “… Martí vive (prosa y verso) en Darío, que reconoció con nobleza, desde el primer instante, el legado. Lo que le dio me asombra hoy que he leído a los dos enteramente. ¡Y qué bien dado y recibido!”. Puede leerse un acertado análisis sobre el tema en Iniciación de Rubén Darío en el culto a Martí: Resonancias de la prosa Martiana en la de Darío, de Manuel Pedro González; y en Breve historia del modernismo, de Max Henríquez Ureña. Además, el estudio “Poética y estilo de José Martí”, de A. Roggiano, demuestra cómo las institutoras ideas martianas componen la esencia de la estética modernista.

      En una publicación mexicana, Martí expresó en 1876: “Es ley que ya termine la fatigosa poesía convencional, rimada con palabras siempre iguales que obligan a una semejanza enojosa en las ideas. No se hacen versos para que se parezcan a los otros…”. En 1881, propone Martí en su “Revista Venezolana”, en lo que constituye un manifiesto estético de su estilo, identificado con la originalidad y la armonía en la forma y el contenido del Modernismo: “La frase tiene sus lujos, como el vestido… es fuerza que se abra paso esta verdad acerca del estilo: el escritor ha de pintar como el pintor. No hay razón para que el uno use de diversos colores y el otro no”. Añade Martí en dicho texto: “Se habla hoy un dialecto poético, del que creo bueno ir saliendo, porque sofoca y desluce la poesía. La poesía ha de estar en el pensamiento y en la forma”.

      Pedro Salinas, ilustre miembro de la Generación del 27, en su libro La poesía de Rubén Darío, afirma refiriéndose al autor de Azul “...nunca le interesó el activismo político”. Lo expuesto por Salinas explica cómo pudo dar a conocer por doquier la nueva escuela poética; en contraste, el creador del Ismaelillo afirmamos, consagrado a sus deberes patrios, enfrentó grandes obstáculos al cultivo de su vocación literaria. El misterio de la grandeza de José Martí como escritor radica, según Juan Marinello, “en aquella pugna agonal de clamores y relámpagos en que bracea siempre el hombre apostólico”.

sábado, 15 de marzo de 2014

Julián del Casal: la sublimidad de la rareza


"¿No veis en la frustración de Casal, en su sacrificio, el cumplimiento de un destino armonioso?".  Lezama Lima
Por Leonardo Venta

“…Por primera vez en la historia de nuestra sensibilidad, el poeta hace arrodillar, obliga a que se le crea”, José Lezama Lima [1941]

Si hay un poeta con quien plenamente me identifico es Julián del Casal (1863-93). Se le reconoce como un esteta aderezado en una especie de maldición baudeleriana. Expuesto prematuramente a la condena fatal de la tuberculosis, vivió su corta existencia – 30 años – en espera de la fina invisible inevitable estocada de la dama del nunca jamás. Su respiración literaria se movía al lánguido ritmo hesicástico del romanticismo, del gregario y pulcro parnasianismo, y del novedoso modernismo que iniciaran y cultivaran José Martí, Rubén Darío, José Asunción Silva y Manuel Gutiérrez Nájera.

Casal vivió inventándose en una exótica displicencia de agitada dolida serenidad, extravagante sagacidad, enfermizo subsistir, palpitar (homo) erótico, reverenciando los modelos estéticos de los poetas franceses de su época, en alas del ensoñador magín decimonónico parisino, que sólo pudo recrear en su habanera metafórica imaginación finisecular, a falta del tan suspirado viaje a la “ciudad de la luz”.

Las imágenes de su primer libro de poesías, Hojas al viento (1890), navegan los celajes románticos de José Zorrilla o la musicalidad amorosa de Gustavo Adolfo Bécquer, al mismo tiempo que fruncen el seño con el punzante desdén de un Heinrich Heine o la taciturna sensible perfección de Giacomo Leopardi en un venerado inexplorado éxodo al altar de Charles Baudelaire y Théophile Gautier.

Su segunda publicación, Nieve (1892), refrenda con su título el sello exótico de un escritor modernista, injertando la ilusoria imagen de los helados copos blancos en improcedente entorno caribeño. Su último poemario, Bustos y rimas (1893), libro póstumo, sentencia la madurez de un estilo impar en la literatura castellana – brumoso y límpido, osado e incorpóreo, opulentamente simbólico –, en que los sentidos articulan incontenibles sacudidas y desprenden delicada evasiva complacencia por las culturas exóticas en un viaje íntimo hacia la beldad sin centralizarse en descripciones de panoramas externos.

En 1885, escribe Francisco Chacón en la revista cubana El Fígaro, consideraba la mejor publicación de su tipo en América Latina, y fundada el 23 de julio del mismo año: “Casal no pertenece a esta época mercantilista hasta dejarla de sobra, es cosa en la cual no cabe un adarme de la duda. Si existiera la metempsicosis, aseguraría que Casal encarnó en el espíritu de algún romántico de mediados del siglo”. Luego afirma: “No se interesa por la política”, lo que lo singulariza en un momento histórico de tantos contrastes políticos en la isla.

La aparición de Hojas al viento, intensifica la concepción de rareza que estimula la poesía casaliana en los exámenes y juicios literarios, en discrepancia con el medio social en que vive. El escritor, crítico literario, periodista y orador Enrique José Varona, nos previene: “Julián del Casal tendría delante una brillante carrera de poeta; si no viviese en Cuba. Porque aquí se puede ser poeta, pero no vivir como poeta”. Manuel de la Cruz, en una crónica publicada en 1888 se refiere al “nerviosismo, la melancolía tenaz, el tinte de incertidumbre angustiosa que caracteriza las lucubraciones, y uno de sus casos típicos Casal”.

El escritor, periodista y traductor cubano Ricardo del Monte, dijo sobre el poeta maldito habanero: “así vivió Casal, en perpetua contradicción con su tierra Cuba, con la sociedad que lo rodeaba, con el medio ambiente moral, científico y literario de su época y hasta con su idioma nativo que hubiera trocado gustosamente por el de Baudelaire y Huysmann”.

El insigne José Martí publicó a raíz de la muerte de Casal en el neoyorquino diario “Patria”, en 1893: “De la beldad vivía prendida su alma; del cristal tallado y de la levedad japonesa; del color del ajenjo y de las rosas del jardín; de mujeres de perla, con ornamentos de plata labrada; y él, como Cellini, ponía en un salero a Júpiter. Aborrecía lo falso y pomposo. Murió, de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme”.

El gran Darío nicaragüense – amigo del autor de "Virgen triste" – publica en La Habana Elegante el 17 de junio de 1894, rememorando su visita, junto a Casal y Enrique Hernández Miyares, al Cementerio Colón de La Habana, la manera en que el primero, “el único triste de todo el grupo, sólo se animó a su llegada a la necrópolis”, como hechizado por la morada permanente que le aguardaba. “Unos le llaman decadente, otros lamentan su originalidad […] Los Huysmann, los Verlaine, los Hellos, no tienen nada que ver con los Taines o los Gouyeau. Son artistas de excepción y, por lo tanto, no pueden ser pesados en las mismas romanas en que la crítica, sabia o docta, pesa el montón de carne humana que compone el inmenso rebaño de los hombres de letras, poesía y literatos. Y Casal, en nuestras letras españolas, es un ser exótico”, sostiene Darío.

Para el inmenso Cintio Vitier, “Martí encarna en nosotros las nupcias del espíritu con la realidad, con la naturaleza, y con la tierra misma, Julián del Casal… significa todo lo contrario”. De esta manera se reafirma la antitesis Casal-Martí: “al revés que en Martí, en Casal el mundo humano y el mundo natural se repelen”, añade Vitier. Casal no puede abandonar Cuba, la isla, que según algunos, desprecia; mientras Martí la venera desde el profundo océano en que se anega su crujiente ostracismo.

En el pródigo ensayo “Julián del Casal”, del Maestro José Lezama Lima,  aparecido en Analecta del Reloj, en 1941, leemos: “Hasta la llegada de Casal habíamos contemplado en nuestro siglo XIX, superficiales complementos, gratuitas recepciones poéticas, influencias porque sí y cómodas resonancias. Pero a fines de ese siglo se brinda con Casal una espléndida muestra de madurez poética. Casal tenía todos los antecedentes de sangre y de gusto para receptar a Baudelaire. Nuestra crítica – tan absurda y municipal para juzgar el hecho poético – se contentaba con presentarlo como un afrancesado más o cualquiera (...) A la deliciosa síntesis que ofrecía Baudelaire, Casal podía responder con una síntesis sanguínea igualmente deliciosa. Tenía ese vasto arsenal cuantitativo en el cual día a día el poeta esconde y distribuye. Sus contemporáneos sólo le distinguen cuando se disfraza con babuchas orientales o cuando adopta la vestimenta del eterno huérfano. Pero toda la vida previa y misteriosa de Casal, cuando se encuentra con Baudelaire, no lo abandona, y animado por éste, convierte la externa queja en invisible secreto. Secreto donde vida y poesía se resuelven”. 

martes, 12 de febrero de 2013

Regreso

Por Dinorah Rivas*

– El orquideario de la abuela ha retoñado dos flores – dijo el tío conmovido.
Será el milagro de los últimos días de invierno...


Te hallé envejecida,
mutilados los huesos,
apenas sosteniendo la estructura
fragmentada en tu agonía.

Surcaban tus callejas aguas turbias:
racimos agrios de desoladas lágrimas.

Amasé la tierra evocando las huellas
por donde entonces corriera ligera
con la sola premura de la inocencia,
y acercaste tu pena hasta mi pecho
como la ola acaricia el arrecife,
rompiendo en conmovido abrazo.

Ya no eran tan blancos los rosales...

Pero el sol, Inmaculado,
aún penetraba en el hogar
por las grietas de los antiguos vitrales.

 

* En “Regreso”, de Dinorah Rivas, la voz poética, a semejanza del Tonio Kröger de la novela homónima de Thomas Mann, describe con imágenes la vuelta al hogar, a la encanecida y maltrecha patria – ya sea un regreso  literal u onírico, ¿qué importa? –. Lo que fija nuestros sentidos, en cernudiano modo, es el reencuentro: el choque emocional entre el mórbido presente y el pasado agazapado en remoto celaje idealizado.

domingo, 4 de marzo de 2012

Nicolás Guillén – “Soneto” – musicalización e interpretación de Amaury Pérez



"Soneto" La paloma de vuelo popular (1974) – Nicolás Guillén

Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte?
¿Por qué noche decir, si es mediodía?
Si arde mi piel, ¿por qué la tuya es fría?
si digo vida yo, ¿por qué tú muerte?

Ay, ¿por qué este tenerte sin tenerte?
Este llanto ¿por qué, no la alegría?
¿Por qué de mi camino te desvía
quién me vence tal vez sin ser más fuerte?

Silencio. Nadie a mi dolor responde.
Tus labios callan y tu voz se esconde.
¿A quién decir lo que mi pecho siente?

A ti, François Villon*, poeta triste,
lejana sombra que también supiste
lo que es morir de sed junto a la fuente.

* François Villon (1431-1463?), poeta francés que vivió a mediados del siglo XV. Nació a comienzos de la década del `30 en el siglo XV y se desconoce cuando murió. Su creación más celebrada es `La balada de los ahorcados`, escrita cuando esperaba su ejecución en la horca.

Los datos acerca de la vida de François Villon son inciertos. Se dice siempre de él que era un marginal. Que no pocas veces fue encarcelado, que era un truhán. Quienes se han abocado a seguir su itinerario y a estudiar su obra lo describen como el más ilustre y genuino precursor de la poesia maldita.

Nacido en 1431 o 1432, su verdadero nombre era François de Montcorbier, huérfano de padre, fue confiado al maestro Guillaume de Villon (del cual adoptó el apellido), canónico y capellán de Saint-Benoît-le-Bétourné, quien lo envía a seguir estudios en la facultad de artes. Pero después de haber obtenido una licenciatura, descuida el estudio para correr detrás de la aventura. A partir de esta época, su vida tendrá por telón de fondo la guerra de los cien años y su cortejo de brutalidades, hambruna y epidemias. Acusado de asesinar al religioso Philippe Sermoise, su rival en amores, es obligado a huir de París. Pero obtiene el perdón en enero de 1456. Poco después participa en el hurto del Colegio de Navarra. Entre 1456 y 1461, prosige sus andanzas por el valle del Loira, es puesto en prisión durante el verano de 1461, pero liberado algunos meses más tarde en ocasión de una visita de Luis XI. De retorno a París, escribe Le Testament pero es arrestado una vez más en 1462. Es torturado y condenado a la horca, pero el juicio será casado en apelación en enero de 1463. La pena es conmutada por diez años de destierro de París. Perdemos su rastro después de este último episodio.

Villon no renovó tanto la forma de la poesía de su tiempo como sus temas. Dio nueva vida a motivos heredados de la cultura medieval que él conocía a la perfección y los animó con su propia y original personalidad. Así, toma a contrapie el ideal cortés, invierte los valores admitidos celebrando a las gentes destinada al patíbulo, se entrega de buen grado a la descripción burlesca o a las bromas subidas de tono, y multiplica las innovaciones en el lenguaje. Pero la estrecha relación que Villon establece entre los eventos de su propia vida y su poesía lo lleva a dejar igualmente que la tristeza y la melancolía se apoderen de sus versos. Le Testament (1461), que es considerada como su obra capital, se inscribe como una prolongación del `Legado` (1456), al que se le llama comúnmente, el `pequeño testamento`. Ese largo poema de 2023 versos está marcado por la angustia de la muerte a la que el propio Villon acababa de ser condenado y recurre, con una singular ambigüedad, a una mezcla de reflexiones sobre el tiempo, amargas chanzas, invectivas y fervor religioso. Esta combinación de tonos contribuye a dar a la obra de Villon un sinceridad patetista que la singulariza respecto a la de sus predecesores.

Villon, ignorado por su tiempo, es redescubierto en el siglo XVI antes que Marot lo publique.

sábado, 29 de mayo de 2010

Pax Animae


Por Julián del Casal

No me habléis más de dichas terrenales
que no ansío gustar. Está ya muerto
mi corazón y en su recinto abierto
sólo entrarán los cuervos sepulcrales.

Del pasado no llevo las señales
y a veces de que existo no estoy cierto,
porque es la vida para mi un desierto
poblado de figuras espectrales.

No veo más que un astro obscurecido
por brumas de crepúsculo lluvioso,
y, entre el silencio de sopor profundo.

Tan sólo llega a percibir mi oído
algo extraño y confuso y misterioso
que me arrastra muy lejos de este mundo.