Viengsay Valdés, la quinta joya del Ballet Nacional de Cuba
Por Leonardo Venta
El artista francés Edgar Degas, que tanto amó pintar bailarinas, escribió: “Es el movimiento de las personas y las cosas lo que nos consuela. Si las hojas de los árboles no se movieran, cuan triste estarían éstos – al igual que nosotros”. El ballet es la prolongación de los movimientos básicos cotidianos del hombre, como el caminar, el saltar, el dar vueltas.
El ser humano expresa sus emociones más con gestos que con palabras. En ciertas cuevas prehistóricas se han hallado pinturas que sugieren los movimientos dinámicos de los hombres en su búsqueda por alimentos. Las tribus primitivas danzaban para invocar la lluvia, para aplacar la ira de los dioses o, simplemente, para celebrar.
Nacido en Italia en el siglo XIV, y diseminado por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI, el Renacimiento, que transformó no sólo las artes, sino también las ciencias, las letras y la filosofía, se relacionó con suntuosas celebraciones en las que el danzar bien era exigida norma.
En el siglo XV pululaban en la península con forma de bota maestros que producían y enseñaban bailes para las grandes ocasiones. En 1489, para celebrar las bodas de Galeazzo – duque de Milán – con Isabel de Aragón se llevó a cabo una impresionante festividad bailable en la ciudad italiana de Tortona.
La Reina Isabel I de Inglaterra era célebre por participar en una forma de baile llamada La Volta, en la cual era levantada garbosamente en el aire. Luis XIV, que realizó su primera incursión en un rol de ballet a los doce años, le debe su apelativo de “El Rey Sol”, a su participación como bailarín en “Le Ballet Royal de la Nuit”, en 1653, como Apolo, dios del centro de nuestro sistema planetario.
La inmensa mayoría de los ballets de la corte francesa estaban formados por escenas de baile en las que alternaban fragmentos líricos y partes declamadas. El vestuario era suntuoso, los decorados y efectos escénicos sumamente elaborados. Con el tiempo, los bailarines profesionales fueron desplazando gradualmente a los cortesanos y lo ampuloso fue simplificándose.
El escenario se empleó por primera vez en Francia a mediados del siglo XVII. Al coreógrafo francés Pierre Beauchamps se le atribuye la creación de las cinco posiciones de los pies, en las que se basa toda la técnica académica. En 1713, se establece la primera academia de ballet conocida por el nombre de Académie Royale de Musique.
El siglo XIX despunta con la hegemonía de las figuras femeninas en este arte. En 1870, con el montaje de Coppélia en París, el rol del personaje masculino de Franz es desplazado por el de la traviesa Swanilda. En junio de 1872, llega a la capital francesa Marie Taglioni, quien transformó el estilo del ballet definitivamente, ciñéndolo, como adherido a la gasa de su vaporoso tutú (faldellín), en un etéreo hálito romántico, por primera vez, “sur les pointes”.
Durante la última parte del XIX, el Romanticismo da paso al “período clásico”, en el que los rusos presiden el reinado de las puntas. Rusia mantuvo la tradición del ballet francés, gracias al coreógrafo galo Marius Petipa, que llegó a ser director de coreografía del Ballet Imperial Ruso.
El bailarín y coreógrafo Mijaíl Fokine y el empresario Sergei Diáguilev fundaron en 1909 la compañía de Ballets Rusos. Es la época Vaslav Nijinski, un mito de la danza. Por otra parte, en la década de los cuarenta del siglo XX se fundaron en Nueva York dos grandes compañías: el American Ballet Theatre y el New York City Ballet.
A principios de 1956, compañías rusas como la del teatro Bolshói y el teatro Kírov, hicieron por primera vez representaciones en Occidente. La gran expresividad dramática y el virtuosismo técnico de los rusos influyeron irreversiblemente en el mundo occidental.
Con los premios obtenidos por las llamadas “cuatro joyas del ballet cubano”, Mirta Plá, Josefina Méndez, Aurora Bosh y Loipa Araújo, en las competiciones de ballet de Varna, en la década de los sesenta, el Ballet Nacional de Cuba tomó por sorpresa el olimpo de la danza clásica. Hoy cuenta con figuras como la prima ballerina Viengsay Valdés, la quinta joya de la corona danzaria antillana.
El ballet no es un arte elitista diseñado exclusivamente para gustos potentados, como algunos creen; es más bien el aliento, trascendente y necesario, que eterniza el carácter efímero de la belleza. No es justo abandonar esta vida sin haberlo disfrutado.
Por Leonardo Venta
El artista francés Edgar Degas, que tanto amó pintar bailarinas, escribió: “Es el movimiento de las personas y las cosas lo que nos consuela. Si las hojas de los árboles no se movieran, cuan triste estarían éstos – al igual que nosotros”. El ballet es la prolongación de los movimientos básicos cotidianos del hombre, como el caminar, el saltar, el dar vueltas.
El ser humano expresa sus emociones más con gestos que con palabras. En ciertas cuevas prehistóricas se han hallado pinturas que sugieren los movimientos dinámicos de los hombres en su búsqueda por alimentos. Las tribus primitivas danzaban para invocar la lluvia, para aplacar la ira de los dioses o, simplemente, para celebrar.
Nacido en Italia en el siglo XIV, y diseminado por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI, el Renacimiento, que transformó no sólo las artes, sino también las ciencias, las letras y la filosofía, se relacionó con suntuosas celebraciones en las que el danzar bien era exigida norma.
En el siglo XV pululaban en la península con forma de bota maestros que producían y enseñaban bailes para las grandes ocasiones. En 1489, para celebrar las bodas de Galeazzo – duque de Milán – con Isabel de Aragón se llevó a cabo una impresionante festividad bailable en la ciudad italiana de Tortona.
La Reina Isabel I de Inglaterra era célebre por participar en una forma de baile llamada La Volta, en la cual era levantada garbosamente en el aire. Luis XIV, que realizó su primera incursión en un rol de ballet a los doce años, le debe su apelativo de “El Rey Sol”, a su participación como bailarín en “Le Ballet Royal de la Nuit”, en 1653, como Apolo, dios del centro de nuestro sistema planetario.
La inmensa mayoría de los ballets de la corte francesa estaban formados por escenas de baile en las que alternaban fragmentos líricos y partes declamadas. El vestuario era suntuoso, los decorados y efectos escénicos sumamente elaborados. Con el tiempo, los bailarines profesionales fueron desplazando gradualmente a los cortesanos y lo ampuloso fue simplificándose.
El escenario se empleó por primera vez en Francia a mediados del siglo XVII. Al coreógrafo francés Pierre Beauchamps se le atribuye la creación de las cinco posiciones de los pies, en las que se basa toda la técnica académica. En 1713, se establece la primera academia de ballet conocida por el nombre de Académie Royale de Musique.
El siglo XIX despunta con la hegemonía de las figuras femeninas en este arte. En 1870, con el montaje de Coppélia en París, el rol del personaje masculino de Franz es desplazado por el de la traviesa Swanilda. En junio de 1872, llega a la capital francesa Marie Taglioni, quien transformó el estilo del ballet definitivamente, ciñéndolo, como adherido a la gasa de su vaporoso tutú (faldellín), en un etéreo hálito romántico, por primera vez, “sur les pointes”.
Durante la última parte del XIX, el Romanticismo da paso al “período clásico”, en el que los rusos presiden el reinado de las puntas. Rusia mantuvo la tradición del ballet francés, gracias al coreógrafo galo Marius Petipa, que llegó a ser director de coreografía del Ballet Imperial Ruso.
El bailarín y coreógrafo Mijaíl Fokine y el empresario Sergei Diáguilev fundaron en 1909 la compañía de Ballets Rusos. Es la época Vaslav Nijinski, un mito de la danza. Por otra parte, en la década de los cuarenta del siglo XX se fundaron en Nueva York dos grandes compañías: el American Ballet Theatre y el New York City Ballet.
A principios de 1956, compañías rusas como la del teatro Bolshói y el teatro Kírov, hicieron por primera vez representaciones en Occidente. La gran expresividad dramática y el virtuosismo técnico de los rusos influyeron irreversiblemente en el mundo occidental.
Con los premios obtenidos por las llamadas “cuatro joyas del ballet cubano”, Mirta Plá, Josefina Méndez, Aurora Bosh y Loipa Araújo, en las competiciones de ballet de Varna, en la década de los sesenta, el Ballet Nacional de Cuba tomó por sorpresa el olimpo de la danza clásica. Hoy cuenta con figuras como la prima ballerina Viengsay Valdés, la quinta joya de la corona danzaria antillana.
El ballet no es un arte elitista diseñado exclusivamente para gustos potentados, como algunos creen; es más bien el aliento, trascendente y necesario, que eterniza el carácter efímero de la belleza. No es justo abandonar esta vida sin haberlo disfrutado.