La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

martes, 10 de agosto de 2010

Merodeando las fronteras de la gratitud


Por Leonardo Venta

La ingratitud es un mal comúnmente generalizado. José Martí, mientras preparaba la Guerra de Independencia de Cuba, escribió en una misiva dirigida a Máximo Gómez: “… no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”.

Comúnmente, el que otorga favores espera algo a cambio. Sin embargo, no siempre se reciben muestras genuinas de agradecimiento. Existe una gran diferencia entre dar las gracias y el estar agradecido. Dar las gracias pudiera formar parte de una simple norma de urbanidad, carente de emociones. El legítimo agradecimiento va más allá de la mera cortesía.

Hay seres que ignoran (al menos lo aparentan) las mercedes recibidas, o las retribuyen con prisa para no quedar moralmente endeudados. “Demasiado apresuramiento en pagar un favor ya es una muestra de ingratitud”, afirma François de la Rochefoucauld ». Los peores pagan con la traición.

Hay otros que reciben favores como si se les pagara una deuda. Pero no sólo son falibles los que reciben dádivas. Existen dadores, aunque parezca extraño, que pueden hacer más mal que bien al brindar ayuda.

Se puede dar para resaltar una grandiosidad inexistente, humillando al que recibe. Se puede aparentar una bondad que no se posee. Algunos, después de ayudar, se lo echan en cara a los beneficiados; lo comentan en cualquier esquina, emiten juicios desfavorables e imprudentes que violan la intimidad de los receptores del aludido favor.

No hay mejor dádiva que la desinteresada, fomentada en la relación vencedor-vencedor, en la que se benefician ambas partes. Debe causar la misma satisfacción dar que recibir. Toda ayuda que rebaje la dignidad y estima personal de quien la recibe, es indecorosa. Por eso, debemos saber cómo pedir y dar. Al ayudar al prójimo no debemos esperar nada a cambio.

Asimismo, debemos recibir con gozo, humildad y gratitud. Aunque no nos lo propongamos, siempre recibiremos favores (somos entes sociales); de la misma forma, nos veremos involucrados en situaciones que nos precisen otorgar ayuda. Después de todo, al decir de Terencio, “Homo sum: humani nihil a me alienum puto”(Soy hombre: nada humano me es ajeno).

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