La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

martes, 10 de agosto de 2010

La cuentística de Baldomero Lillo


Por Leonardo Venta

El escritor chileno Baldomero Lillo es uno de los grandes de la cuentística latinoamericana. Nacido en Lota, en 1867, centro minero cercano a Concepción, conoció de primera mano las penurias en las oscuras y húmedas galerías subterráneas.

Su padre, José Nazario, era administrador de minas, y el mismo Baldomero trabajó en las minas de carbón y en labores de comercio para ayudar al sustento de su familia.

Audaz lector, como casi todos los grandes escritores, descubrió desde temprana edad su amor por la literatura. Pero no fue hasta casi los cuarenta años de edad que publica su primer libro de cuentos, Sub Terra, en 1904. Tres años más tarde, en 1907, sale a la luz Sub Sole.

En ambos libros, de corte naturalista, desarrolla la tesis de que las condiciones sociales y económicas moldean la conducta humana. En el primero denuncia, mediante descarnadas y conmovedoras descripciones, el triste destino de los obreros de las minas, aunque también aborda temas bucólicos, amorosos, humorísticos e inclusive urbanos. Sub Sole, más elaborado literariamente, navega lo costumbrista, lo psicológico, lo dramático, lo indigenista e incluso lo fantástico.

El cuento “La compuerta número doce”, que forma parte de Subterra, ilustra, con admirable solidaridad y exaltado naturalismo, el horroroso mundo en que vivían anegadas las familias de mineros de su pueblo natal, Lota. De igual modo, el alcance humano y social de “La compuerta número doce” puede remontar al lector – sensible – a cualquier otro lugar en la geografía, o la imaginación, dónde existan condiciones infrahumanas de cualquier índole.

Mediante el hechizo literario de Lillo, con súbita sencillez, abordamos su barcaza luz-sombra conducida por remos musculosamente sensibles, para llegar a un nuevo círculo del Infierno, el cual Dante Aligheri no alcanzó a describir, y agonizar en la asfixia de hedientos minerales carboníferos, húmedos pulmones aniquilados y oscuras entrañas desentrañadas.

Nos quedamos silenciosos, acurrucados en el espantoso asombro de Pablo al descender a la mina por primera vez. Junto al pequeñuelo ignoramos algo nuestro silencio austral, para sentirnos un poco Miguel Hernández, e inventarnos – amorosos – nuestro “niño yuntero”, al que hay que redimir, salvar a toda costa. Nos trasmutamos en el viejo y cansado minero padre de Pablo, participamos de su caos, de su disyuntiva abrahamica y nos consolamos con el ‘no consuelo’ que hay que soportar para sobrevivir.

Baldomero Lillo en “La compuerta número doce” deposita bajo nuestros sentidos - como una ofrenda de compasiva ternura - una miríada de los “niños yunteros” de Miguel Hernández, que él prefirió llamarle desde su paisaje austral “Pablos de Lota”. Pero al igual que el gran poeta español, tan de todos los que amamos la literatura, nos lanza el mismo llamado: “Quién salvará este chiquillo / menor que un grano de avena / De dónde saldrá el martillo/verdugo de esta cadena. / Que salga del corazón de los hombres jornaleros, / que antes de ser hombres son / y han sido niños yunteros. “

No hay comentarios:

Publicar un comentario