Por Leonardo Venta
(Publicado en La Gaceta de Tampa, mayo de 2007)
Raphael, el sexagenario intérprete español cuyas canciones han sido grandes éxitos desde que irrumpió triunfalmente en el mundo del espectáculo en la década de los sesenta, tuvo un fin de semana exitoso y excesivamente ajetreado.
El viernes 11 de mayo actuó en el Knight Concert Hall del Carnival Center de Miami, después de dos años de ausencia. El sábado 12, de la misma forma, se presentó en nuestra Bahía, donde hacía mucho no se le veía, en el Carol Morsani Hall del Tampa Bay Performing Arts Center, y el domingo cantó, por primera vez, en la conocida capital del nuevo sur, en el Atlanta Symphony Hall del Woodruff Arts Center. Nótese que los nombres de estos teatros se desentienden mucho de la notoriedad de concisión que se le ha atribuido siempre a la lengua shakesperiana.
Eso sí, nada conciso fue el concierto de dos horas y media que ofreció en Tampa “El Niño de Linares", como se le conoce en el mundo artístico a este cantante, quien a sus 62 años todavía ‘sigue siendo aquel’, o al menos, pretende serlo.
Raphael, que en su famoso tema “Frente al espejo”, lleva rato afirmando tener “menos tersa la piel’ y ‘unos años de más’, no quebró el cristal frente al que interpreta esta canción, como siempre lo hace en sus importantes conciertos. Quizá… lo estaba reservando para quebrarlo en Atlanta, la función que le sobrevenía el domingo. ¿Sabrá Dios cuántos cristales ha quebrado o dejado de quebrar en esta gira mundial, que comenzó en mayo del 2006 y planea concluir en marzo del 2008, bajo el título de su más reciente CD, “Cerca de ti”?
Sin embargo, el quebrar cristales y pararse ante un espejo es un efecto tan repetido como el que ha suscitado Violetta Valéry, la heroína de “La Traviata”, al lanzar y quebrar su copa vacía de vino, por 154 años ininterrumpidos, desde el estreno de esta ópera de Verdi en Venecia.
En Chile, donde Raphael realizó, según leímos en la prensa, seis memorables funciones, hubo espejos rotos, teatros abarrotados y una gran aprobación general. De la función en Miami, el pasado viernes, no hemos leído nada aún.
No obstante, al terminar el concierto de Raphael en Tampa, algunos se preguntaban el por qué en un espectáculo que costaba igual, o más, de lo que se paga por un ballet, o una ópera, no había una orquesta – ni siquiera un grupo de músicos –, tampoco bailarines, ni efectos escénicos. El intérprete se movía en el espacio que ocupaba un piano, una improvisada y pequeña escalera, una silla, hasta detenerse, al final, ante el famoso cristal-espejo que nunca quebró.
Sin lugar a duda, pudimos disfrutar del arte del Gran Raphael – valga la franqueza de este calificativo –, pero desde un oscuro y desolado escenario, acompañado por los dedos disciplinados del pianista argentino Juan Esteban Cuacci, que acariciaban el piano al dedillo, y al que el ‘Niño de Linares’, en su absorvente exceso de autoestima, no le dejó muchos aplausos disponibles.
mucha verdad, y bien dicha. Vale!
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