Es posible que el episodio de Maese Pedro responda
a una imitación por Cervantes de su plagiario Avellaneda, a pesar de que la
obra ilegítima la menciona por primera vez después.
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Por Leonardo Venta
La confusión
dramática de lo que se cree ver en el escenario y lo que realmente ocurre en el
mismo, es fielmente representada en el episodio de Maese Pedro, cuando Don
Quijote y Sancho Panza presencian una
comedia de títeres en la obra más universal de la literatura española.
A su vez, esta aventura es un buen
ejemplo de metalepsis (tropo, especie de metonimia, que consiste en tomar el
antecedente por el consiguiente, o al contrario), que consiste en la intrusión
unilateral de un personaje de la obra, en este caso don Quijote, dentro de otra
obra, elemento dramático sumamente revolucionario para su época.
La crítica parece coincidir en que
la Aventura del Retablo de Maese Pedro es uno de los pasajes escritos por
Cervantes después de enterarse de la existencia del Quijote de Avellaneda de
1614. En la versión apócrifa, don Quijote interrumpe violentamente el ensayo de
una comedia de Lope de Vega titulada El testimonio vengado, tal como lo hace
don Quijote en la representación de títeres de Maese Pedro en la obra de
Cervantes.
El ingenioso hidalgo se absorbe en
lo que ocurre en el retablo y su preocupación por la verdad es tal que
interrumpe al narrador pidiéndole se mantenga fiel a los hechos: “Niño, niño –dijo
con voz alta a esta sazón don Quijote–, seguid vuestra línea recta y no os
metáis en las curvas o transversales; que para sacar una verdad en limpio
menester son muchas pruebas y repruebas”.
Maese Pedro también amonesta a su
criado: “Llaneza, muchacho: no te encumbres; que toda afectación es mala”.
Luego, don Quijote corrige detalles, “entre moros no se usan campanas sino
atabales”, y al impacientarse el titiritero le replica: “No mire vuesa merced
en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que
no se le halle. ¿No se representan por ahí, casi de ordinario, mil comedias
llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren
felicísisamente su carrera, y se escuchan no sólo con aplauso, sino con
admiración y todo. Prosigue, muchacho, y deja decir; que como yo llene mi
talego [saco que sirve para guardar dinero], siquiera representase más
impropiedades que tiene átomos el sol”, a lo que responde don Quijote afirmativamente.
Pero tal espíritu de mesura y razonamiento dura poco; momentos después la
acción teatral súbitamente le conmueve a tal punto que siente la necesidad de
intervenir y arremete contra los moros que persiguen a Don Gaiferos, el
protagonista de la verdadera historia, y su mujer.
Si bien la historia de Don
Gaiferos nos llega sólo a través de las palabras del narrador, podemos imaginar
la escena, es decir, lo que don Quijote percibe. La introducción recitada por
el criado de Maese Pedro no deja lugar a duda de que se trata de una
representación: “Esta verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se
representa es sacada al pie de la letra de las corónicas francesas y de los
romances españoles que andan en boca de las gentes y los muchachos por esas
calles”.
Don Quijote parece advertir que las
aventuras de Don Gaiferos son una interpretación, pues objeta el carácter
escénico de la representación en diferentes oportunidades. Parece aceptar la
explicación del titiritero acerca de las libertades que se suelen tomar en el
teatro. Dicho de otro modo, reconoce el teatro como un juego, y por eso nos
sorprende cuando súbitamente da rienda suelta a su desatinada cólera, tomando
como realidad lo que ocurre en el tablado.
A través de la representación teatral
en el Maese Pedro, con todo el artificio y la ficción que implica –no olvidemos
que los que actúan no son ni siquiera actores, sino títeres– Cervantes enfatiza
la realidad en la novela. El juego teatro-realidad y la confusión y angustia
que genera en don Quijote este episodio, iluminan de algún modo la realidad
interior del gran protagonista de la obra cumbre cervantina.
Don Quijote interrumpe al narrador
para amonestarle sobre la falta de verosimilitud de lo representado sobre el
escenario, agregándole una confusión a la ya latente disyuntiva en el personaje
del ingenioso hidalgo, cuya problemática esencial es precisamente determinar
qué es realidad y qué no lo es, lo que constituye un valioso aporte teatral a
las estrategias narrativas de la novela para enarbolar la tesis central de la
misma: realidad versus fantasía. Como
representación escénica de la existencia humana, el episodio enfatiza en los
principios de simulación de la sociedad, de la misma manera que los actores lo representan
en una obra de teatro.
Como colofón a lo ya expuesto, en el episodio
de las Cortes de la Muerte, en el capítulo XII, del Segundo libro, don Quijote
reflexiona sobre la comedia como espléndida acción de espejo, en “donde se ven
al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación hay que más al
vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los
comediantes”.
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