viernes, 26 de octubre de 2018

Aventura del Retablo de Maese Pedro en El Quijote

Es posible que el episodio de Maese Pedro responda a una imitación por Cervantes de su plagiario Avellaneda, a pesar de que la obra ilegítima la menciona por primera vez después.

Por Leonardo Venta 


            La confusión dramática de lo que se cree ver en el escenario y lo que realmente ocurre en el mismo, es fielmente representada en el episodio de Maese Pedro, cuando Don Quijote y Sancho Panza  presencian una comedia de títeres en la obra más universal de la literatura española.
            A su vez, esta aventura es un buen ejemplo de metalepsis (tropo, especie de metonimia, que consiste en tomar el antecedente por el consiguiente, o al contrario), que consiste en la intrusión unilateral de un personaje de la obra, en este caso don Quijote, dentro de otra obra, elemento dramático sumamente revolucionario para su época.
            La crítica parece coincidir en que la Aventura del Retablo de Maese Pedro es uno de los pasajes escritos por Cervantes después de enterarse de la existencia del Quijote de Avellaneda de 1614. En la versión apócrifa, don Quijote interrumpe violentamente el ensayo de una comedia de Lope de Vega titulada El testimonio vengado, tal como lo hace don Quijote en la representación de títeres de Maese Pedro en la obra de Cervantes.
            El ingenioso hidalgo se absorbe en lo que ocurre en el retablo y su preocupación por la verdad es tal que interrumpe al narrador pidiéndole se mantenga fiel a los hechos: “Niño, niño –dijo con voz alta a esta sazón don Quijote–, seguid vuestra línea recta y no os metáis en las curvas o transversales; que para sacar una verdad en limpio menester son muchas pruebas y repruebas”. 
            Maese Pedro también amonesta a su criado: “Llaneza, muchacho: no te encumbres; que toda afectación es mala”. Luego, don Quijote corrige detalles, “entre moros no se usan campanas sino atabales”, y al impacientarse el titiritero le replica: “No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí, casi de ordinario, mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísisamente su carrera, y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo. Prosigue, muchacho, y deja decir; que como yo llene mi talego [saco que sirve para guardar dinero], siquiera representase más impropiedades que tiene átomos el sol”, a lo que responde don Quijote  afirmativamente. Pero tal espíritu de mesura y razonamiento dura poco; momentos después la acción teatral súbitamente le conmueve a tal punto que siente la necesidad de intervenir y arremete contra los moros que persiguen a Don Gaiferos, el protagonista de la verdadera historia, y su mujer.
            Si bien la historia de Don Gaiferos nos llega sólo a través de las palabras del narrador, podemos imaginar la escena, es decir, lo que don Quijote percibe. La introducción recitada por el criado de Maese Pedro no deja lugar a duda de que se trata de una representación: “Esta verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se representa es sacada al pie de la letra de las corónicas francesas y de los romances españoles que andan en boca de las gentes y los muchachos por esas calles”.   
            Don Quijote parece advertir que las aventuras de Don Gaiferos son una interpretación, pues objeta el carácter escénico de la representación en diferentes oportunidades. Parece aceptar la explicación del titiritero acerca de las libertades que se suelen tomar en el teatro. Dicho de otro modo, reconoce el teatro como un juego, y por eso nos sorprende cuando súbitamente da rienda suelta a su desatinada cólera, tomando como realidad lo que ocurre en el tablado.
            A través de la representación teatral en el Maese Pedro, con todo el artificio y la ficción que implica –no olvidemos que los que actúan no son ni siquiera actores, sino títeres– Cervantes enfatiza la realidad en la novela. El juego teatro-realidad y la confusión y angustia que genera en don Quijote este episodio, iluminan de algún modo la realidad interior del gran protagonista de la obra cumbre cervantina.
            Don Quijote interrumpe al narrador para amonestarle sobre la falta de verosimilitud de lo representado sobre el escenario, agregándole una confusión a la ya latente disyuntiva en el personaje del ingenioso hidalgo, cuya problemática esencial es precisamente determinar qué es realidad y qué no lo es, lo que constituye un valioso aporte teatral a las estrategias narrativas de la novela para enarbolar la tesis central de la misma: realidad versus fantasía.  Como representación escénica de la existencia humana, el episodio enfatiza en los principios de simulación de la sociedad, de la misma manera que los actores lo representan en una obra de teatro.
             Como colofón a lo ya expuesto, en el episodio de las Cortes de la Muerte, en el capítulo XII, del Segundo libro, don Quijote reflexiona sobre la comedia como espléndida acción de espejo, en “donde se ven al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes”.

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