Andy García junto a la
actriz española Inés Sastre en "La ciudad perdida" (2005)
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Por Leonardo Venta
Uno de los actores más reconocidos del cine estadounidense, Andy García,
cumplió 62 años el pasado 12 de abril. Si me viese precisado a escoger un
nombre para encumbrar culturalmente el saludable orgullo cubano en este prolongado aliento de
exilio, articularía, sin pensarlo mucho, el de este precursor del auge latino en el
cine estadounidense (aunque Oscar Hijuelos, el feliz Pulitzer de
Literatura 1990, lo califique –digo, el vocablo ‘latino’– como un desacertado y
prejuicioso intento sajón de restarle méritos a nuestros García, González y
Hernández, sólo por mencionar algunos de los apellidos castellanos más comunes.
“Yo no soy un actor latino, sinceramente. Todo el mundo sabe que amo mi
cultura y siempre he dicho que soy cubano, pero yo no me considero un actor
latino, ni quiero que me consideren ni me clasifiquen de esa manera. Uno tiene
que clasificar a todos los actores igual”, expuso García durante una
conferencia de prensa sobre la película "The Pink Panther 2", en 2009.
El habanero Andrés Arturo García y Menéndez; o, quién sabe, el intenso
Vincent Corleone de "El Padrino
III" de Francis Ford Coppola –que le valió una nominación al Oscar–; o, simplemente,
Andy García, fue durante la década de los ochenta –por no comprometer la de los
noventa– el galán absoluto hispano en Hollywood. Sí, este gran actor, fervoroso
amante de la música de su tierra, consagrado también como director de cine
independiente, deslumbró a la meca del cine antes que muchos otros latinos lo hubiesen
soñado.
Tenía 5 años cuando salió de su amada Cuba, en 1961, para instalarse con su
familia en Miami, en calidad de exiliado. Si bien, el embrujo habanero nunca dejó
de ceñir sus emociones. García, en más de una ocasión, ha confesado conservar todos
los afectos aglutinados hacia su amada tierra, como si hubiese presagiado el no
regreso y sintiérase obligado a retener –como un Marcel Proust de nuestros días–
el efímero (e insondable) tiempo perdido.
Al célebre actor parece nunca haberle afectado la vanidad, fruto casi
invariable del estrellato, ni el saberse admirado. Más bien, le incita un amor
y hondo respeto hacia sus raíces. Produjo y dirigió en 1993 el documental “Como
su ritmo no hay dos”, con el cual ayudó a revitalizar la carrera del entonces casi
olvidado músico cubano Israel López 'Cachao'.
Andy García perfila sus papeles y traza su rumbo artístico más por el amor
a su carrera y a sus principios ideológicos que por el dinero que pueda
obtener. Comparte su cariño con María Victoria, compañera de muchos años, y sus
cuatro hijos, cuya privacidad protege con entrañable celo. Es sumamente austero
en la esfera pública, alejado de los escándalos y frivolidades que acechan a las
celebridades. Así, se ha granjeado un respeto envidiable, no sólo por su
talento y carisma como artista, sino también por su integridad.
Se preparó durante 16 años para honrar a su entrañable Cuba, con el
tesón arrollador de un titán enamorado. En 2005, estrenó "La ciudad perdida”,
en la que debutó como director de largometraje de ficción y, al mismo tiempo,
fungió como protagonista. La cinta, basada en un excelente libreto del Premio Cervantes Guillermo
Cabrera Infante, es un poema heroico al amor, a la ciudad perdida, que bien
puede ser La Habana, o cualquier otro entrañable rincón de nuestras nostalgias.
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