La Kitri de
Viengsay Valdés es considerada una de las mejores del mundo.
Foto cortesía de Nancy Reyes (BNC) Por Lauren Warnecke (Traducción de Leonardo Venta) |
La última ocasión
que el Ballet Nacional de Cuba (BNC) estuvo en Chicago fue en 2003. La primera
bailarina Viengsay Valdés tenía 26 años en aquel entonces. Su actuación en el
Teatro Auditorium fue vaticinada por Sid Smith, crítico del Tribune, como realmente
impresionante. Si bien, el comentario de Smith fue insuficiente; 15 años después, Valdés
volvió a deslumbrar a los espectadores que se dieron cita en el teatro situado
en East Congress Parkway.
Una gira nacional que celebra la
70.ª temporada del BNC comienza aquí en Chicago, con tres actuaciones de
"Don Quijote" en el Auditorium Theatre. La superestrella Alicia
Alonso, de 97 años, permanece al frente de esta agrupación que fundó en La
Habana, en 1948, y a la que Fidel Castro dio el nombre de Ballet Nacional de
Cuba, en 1959, ofreciéndole un apoyo anual del gobierno cubano.
El BNC es conocido por entrenar
bailarines fenomenales, muchos de los cuales han abandonado Cuba para integrarse
a compañías de danza estadounidenses y europeas. De igual relevancia y
dedicación para la Alonso ha sido mantener las tradiciones soviéticas del
ballet clásico. Ya sea por este enfoque, las inclinaciones típicamente
conservadoras de una organización sufragada por el estado o el impacto de las
sanciones políticas y económicas a Cuba (posiblemente todo lo anterior), esta
agrupación danzaría se ha visto entorpecida de realizar extensas giras e invertir
en nuevas producciones, lo que ha originado que sus presentaciones en la escena internacional siempre estén acompañadas de cierto enigma.
De esta forma, aunque la puesta del “Don Quijote” de la Alonso, que data de 1988, sea una joya, también carece
de los recursos acostumbrados en la escenografía actual. Esto pudiera no ser
tan visible, si el reponer los clásicos no estuviera de moda. “El lago de los
cisnes” de Christopher Wheeldon, y “La Bayadera” de Stanton Welch son
incorporaciones relativamente nuevas a la reputación del Joffrey Ballet, y el año
próximo veremos “Whipped Cream” de Alexei Ratmansky –un ballet de 1924
raramente representado, si es que se ha escenificado alguna vez–, rescatado la
temporada pasada para el American Ballet Theatre. Al igual que el “Don Quijote”
de la Alonso, cada una de estas reposiciones son relativamente fieles al
original, aunque tal vez cambie el entorno o se infundan matices
más contemporáneas a la coreografía.
Por consiguiente, sería propicio
hacer una pausa para reconocer que la Alonso estaba adelantada a la tendencia actual,
y, que 30 años después, su versión de "Don Quijote" todavía se
mantiene. El resuelto cuerpo de baile ejecuta una dinámica coreografía que nos
recuerda la destreza técnica de la Alonso y la elegancia palmariamente cubana
que ella trajo a los escenarios estadounidenses. Este “Don Quijote” presenta partes
que demuestran el gran talento del BNC. La Alonso añade profundidad al argumento, al crear la secuencia de un sueño en la
que el soñador caballero andante (Yansiel Pujada) confunde a Kitri (Valdés) con
la elusiva Dulcinea (Yiliam Pacheco), un personaje principal de la novela, ausente en la versión original del ballet.
Pujada y Dairon Darias, encarnando al
torpe escudero Sancho Panza, originan frecuentes motivos de regocijo, al igual
que Ernesto Díaz como Camacho, un noble francés que contiende por la mano de
Kitri. Los trajes espumosos llenos de vuelos (probablemente reconstruidos, pero
todavía muy de la década de 1980), así como los estáticos telones de fondo pudieran
carecer de modernidad, pero todo eso se compensa con la calidad del material humano.
En la antesala del grand pas de deux,
Kitri y Basilio –el barbero pobre a quien Kitri verdaderamente ama– se casan, luego de que Basilio finge su muerte. (Sí, “Don Quijote” es, a veces, hilarante. De
eso se trata). Valdés ejecutó un balance sobre la punta que parecía una
eternidad, cambiando posiciones de arabesque a passé développé. Las impresionantes
quíntuples pirouettes de Patricio Revé en la variación de Basilio provocaron expresiones
de júbilo en el público, incluidas la de esta crítica.
He visto innumerables representaciones
de este grand pas de deux, a menudo extraídas de contexto como una demostración
de habilidad técnica en un programa de concierto. Esta obra es notable por su áspera
bravura y su toque español, creado originalmente en 1869 por el coreógrafo Marius
Petipa, con música de Ludwig Minkus, un compositor judío-austriaco. En esta
presentación, luego de transcurridos los tres actos del ballet, nos percatamos
que Kitri y Basilio son seres dados a divertirse, personajes relativamente
humildes y complejos, extraídos de un capítulo de la novela homónima de 1605, escrita por Miguel
de Cervantes.
La sensibilidad de la versión creada por la Alonso hacia los detalles de Kitri y Basilio, así como la importancia de “Don Quijote” en el
repertorio de una compañía cuya cultura ha estado fuertemente influida por el
imperialismo español, no deben subestimarse. Las fallas de este ballet no están
en la puesta de la Alonso, sino en el tema en sí mismo como un medio para expresar
adecuadamente las muchas complejidades de la obra maestra de Cervantes. El lenguaje del
ballet clásico, en particular, es principalmente un vehículo que facilita su representación; los personajes y los insustanciales libretos producidos durante
este período –escudriñados por los bailarines e infundidos con menos
complejidad de la que quizás merecen– seguramente no están a la altura de los
significados más profundos de la novela.
Pero tal vez no
sea necesario, porque, ¡santo cielo!, fue emocionante verlo.
(Reseña publicada en el Chicago Tribune, el 19 de mayo de 2018)
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