La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

miércoles, 9 de agosto de 2017

Nada: una gema de la literatura española

La novela Nada, de Carmen Laforet, recibió el Premio Nadal en 1944

Por Leonardo Venta


“La literatura la inventó el varón y seguimos empleando el mismo enfoque para las cosas. Yo quisiera intentar una “traición” para dar algo de ese secreto, para que poco a poco vaya dejando de existir esa fuerza de dominio, y hombres y mujeres nos entendamos mejor, sin sometimientos, ni aparentes ni reales, de unos y otros”.
Carmen Laforet

            De que la genialidad es también una virtud femenina en la literatura, no tenemos dudas. A Carmen Laforet, por ejemplo, se le desconoce, a no ser en los reducidos círculos universitarios especializados en literatura española. Hasta su muerte a los 82 años, ocurrida en Madrid el 28 de febrero de 2004, todo alrededor suyo estuvo envuelto en un mutismo sólo comparable al del Pedro Páramo de Juan Rulfo.
            Nada –ganadora del primer Nadal 1944– fue escrita en pleno período de la postguerra, por una hasta entonces desconocida joven de apenas 22 años, Carmen Laforet, quien supo profundizar con pericia, bajo la apariencia de una novela de trama ligera y superficial, en la abismal lobreguez de la sociedad española bajo la dictadura de Francisco Franco.
            Andrea, una joven provinciana de 18 años, arriba a Barcelona para establecerse con sus familiares y emprender sus estudios universitarios, pero sobre todo para independizarse. Destinada a romper los espacios restringidos (el mundo rural y patriarcal del que proviene), Andrea expande su radar esperanzador hacia un nuevo horizonte urbano, para desencantarse tempranamente.
            Su amistad con Ena, una joven de espíritu libre, nutrirá sus aspiraciones. ¿Pero hasta que punto? Nada –cénit de una exigua producción literaria, cuya calidad no tiene, muy a pesar de Laforet, paragón con textos posteriores de la autora– propone la necesidad de un espacio propio para la mujer, dentro de un marco íntimo, pero sobre todo un medio donde ésta pueda respirar y expresarse con libertad. En esa búsqueda, paradójica, a la manera del conflicto edípico, Andrea se encamina a una nueva e insospechada prisión: la casa de su familia en la calle Aribau.
            La habitación que se le asigna, donde pasa hasta hambre, según su primera y definitoria impresión, es “la buhardilla de un palacio abandonado”. Sus esperanzas de autonomía son constantemente socavadas. “Habían colocado sobre el armario [del nuevo cuarto que le es asignado] una pila de sillas de las que sobraban en todas las partes de la casa”. Como ademán de un opresivo recibimiento, la joven encuentra una nota de su tío Juan que le advierte: “Sobrina has el favor de no cerrarte con la llave. En todo momento debe estar libre tu habitación para acudir al teléfono”.
            En Nada, la mujer es posesión masculina, un objeto, no sólo corporal sino emocional e intelectual. Eh ahí el porqué la resuelta Ena, de rasgos masculinos, deconstruye el estereotipo pasivo que distingue al “segundo sexo”, y encara el reto, obsesivo, de seducir y no ser seducida. En sus dos opciones significadoras –la política (la gran oculta metáfora de la novela que denuncia la represión y desenmascara la doble moral de la ideología franquista), así como la individual (la sexualidad de la mujer en sí) –, se concreta en la dicotomía sumisión- rebelión. Lo que explica las fricciones entre Andrea y su tía Angustias; la primera anhela emanciparse, mientras la segunda le recuerda constantemente a la primera los patrones de sumisión que deben regir el comportamiento femenino. La emancipación implica desorden para Angustias. Si bien, ella, como exponente de la decadente moral de la dictadura que defiende, amparada en preceptos religiosos, aboga una moral que no practica.
            La desigualdad económica entre el hombre y la mujer transita un entorno en la novela donde las penurias de postguerra no parecen distinguir géneros; no obstante, el desnivel económico entre ambos grupos es irrebatible. El término ‘jefe’, tan aborrecido por las feministas, es pronunciado reiteradamente para referirse a un hombre: el padre de Ena. A su vez, la aparente solución al dilema que ha venido enfrentando Andrea es una propuesta de carácter económico, ponderada por el señorío patriarcal: “Hay trabajo para ti en el despacho de mi padre, Andrea”, indica Ena.
            Al cerrar este recorrido por la colosal Nada, gravitando desde el inquieto pulcro universo literario de Andrea/Laforet, les sugiero arrimarse confiadamente a esta obra de arte excepcional, de lectura fácil, agradable y edificante.

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