La novela Nada, de Carmen Laforet, recibió el Premio Nadal en 1944 |
Por Leonardo Venta
“La literatura la inventó el
varón y seguimos empleando el mismo enfoque para las cosas. Yo quisiera
intentar una “traición” para dar algo de ese secreto, para que poco a poco vaya
dejando de existir esa fuerza de dominio, y hombres y mujeres nos entendamos
mejor, sin sometimientos, ni aparentes ni reales, de unos y otros”.
Carmen Laforet
De que la genialidad es también una
virtud femenina en la literatura, no tenemos dudas. A Carmen Laforet, por ejemplo, se
le desconoce, a no ser en los reducidos círculos universitarios especializados
en literatura española. Hasta su muerte a los 82 años, ocurrida en Madrid el 28
de febrero de 2004, todo alrededor suyo estuvo envuelto en un mutismo sólo
comparable al del Pedro Páramo de Juan Rulfo.
Nada –ganadora del primer Nadal
1944– fue escrita en pleno período de la postguerra, por una hasta entonces
desconocida joven de apenas 22 años, Carmen Laforet, quien supo profundizar con
pericia, bajo la apariencia de una novela de trama ligera y superficial, en la
abismal lobreguez de la sociedad española bajo la dictadura de Francisco
Franco.
Andrea, una joven provinciana de 18
años, arriba a Barcelona para establecerse con sus familiares y emprender sus
estudios universitarios, pero sobre todo para independizarse. Destinada a
romper los espacios restringidos (el mundo rural y patriarcal del que
proviene), Andrea expande su radar esperanzador hacia un nuevo horizonte
urbano, para desencantarse tempranamente.
Su amistad con Ena, una joven de
espíritu libre, nutrirá sus aspiraciones. ¿Pero hasta que punto? Nada –cénit de
una exigua producción literaria, cuya calidad no tiene, muy a pesar de Laforet,
paragón con textos posteriores de la autora– propone la necesidad de un espacio
propio para la mujer, dentro de un marco íntimo, pero sobre todo un medio donde
ésta pueda respirar y expresarse con libertad. En esa búsqueda, paradójica, a
la manera del conflicto edípico, Andrea se encamina a una nueva e insospechada
prisión: la casa de su familia en la calle Aribau.
La habitación que se le asigna,
donde pasa hasta hambre, según su primera y definitoria impresión, es “la
buhardilla de un palacio abandonado”. Sus esperanzas de autonomía son
constantemente socavadas. “Habían colocado sobre el armario [del nuevo cuarto
que le es asignado] una pila de sillas de las que sobraban en todas las partes
de la casa”. Como ademán de un opresivo recibimiento, la joven encuentra una nota de su tío Juan
que le advierte: “Sobrina has el favor de no cerrarte con la llave. En todo
momento debe estar libre tu habitación para acudir al teléfono”.
En Nada, la mujer es posesión
masculina, un objeto, no sólo corporal sino emocional e intelectual.
Eh ahí el porqué la resuelta Ena, de rasgos masculinos, deconstruye el
estereotipo pasivo que distingue al “segundo sexo”, y encara el reto, obsesivo,
de seducir y no ser seducida. En sus dos opciones significadoras –la política
(la gran oculta metáfora de la novela que denuncia la represión y desenmascara
la doble moral de la ideología franquista), así como la individual (la
sexualidad de la mujer en sí) –, se concreta en la dicotomía sumisión- rebelión. Lo que explica las fricciones entre Andrea y su tía Angustias; la
primera anhela emanciparse, mientras la segunda le recuerda constantemente a la primera los
patrones de sumisión que deben regir el comportamiento femenino. La emancipación
implica desorden para Angustias. Si bien, ella, como exponente de la decadente
moral de la dictadura que defiende, amparada en preceptos religiosos, aboga una moral que no practica.
La desigualdad económica entre el
hombre y la mujer transita un entorno en la novela donde las penurias de
postguerra no parecen distinguir géneros; no obstante, el desnivel económico
entre ambos grupos es irrebatible. El término ‘jefe’, tan aborrecido por las
feministas, es pronunciado reiteradamente para referirse a un hombre: el padre
de Ena. A su vez, la aparente solución al dilema que ha venido enfrentando
Andrea es una propuesta de carácter económico, ponderada por el señorío
patriarcal: “Hay trabajo para ti en el despacho de mi padre, Andrea”, indica Ena.
Al cerrar este recorrido por la
colosal Nada, gravitando desde el inquieto pulcro universo literario de
Andrea/Laforet, les sugiero arrimarse confiadamente a esta obra de arte
excepcional, de lectura fácil, agradable y edificante.
Una excelente novela. La recomiendo altamente.
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