Por Leonardo Venta
Con su virtuoso
pincel manifiesta pericia y hálitos renacentistas, así como de los grandes
maestros decimonónicos, en temáticas del siglo XXI y otros novedosos proyectos.
Aquel que domina las técnicas más exigentes dentro de las artes plásticas, de
la manera que lo hace César Santos, puede darse el lujo de incursionar
triunfalmente en cualquier modalidad estilística.
Cuando lo entrevisté en 2007, a raíz
de "Danza Imposible", el afiche oficial del XII Festival
Internacional de Ballet de Miami creado por él, Santos no tenía televisor,
ahora nos confiesa que tiene uno enfrente de su cama, si bien permanece entre
10 a 13 horas diarias en su estudio. Sus modelos preferidas, las mujeres,
especialmente su esposa Valentina, aparecen sensualmente en obras en las que
usualmente él se autorretrata.
“Mi meta como artista y ser humano
es mantenerme con la libertad de expresar mis ideas y lo que siento con
respecto al arte. De lograrlo, sería influenciar la trayectoria del arte del
futuro y mantenerme como parte de la historia del arte”, afirma Santos, quien
nació el 10 de julio de 1982 en Santa Clara, Cuba, y emigró con su familia a
Estados Unidos a la edad de 13 años.
Nuestro pintor ha explorado desde
temprana edad el oficio de figurar ideas y objetos en una superficie, con los
trazos y colores pertinentes. Estudió arte en el New World College de Miami,
ciudad en la que creció. De allí se trasladó a Angel Academy of Art, en
Florencia, Italia, hasta graduarse, bajo la tutela de Michael John Angel –discípulo
del Gran Maestro Pietro Annigoni, uno de los grandes de la pintura realista
italiana del siglo XX y, a su vez, estudioso de maestros renacentistas como
Tiziano y Da Vinci, de quienes no sólo captó el esplendor artístico de una
época, sino los más particulares procedimientos pictóricos–.
El estilo de Santos se caracteriza
por extraer elementos cotidianos fuera de su contexto natural para crear un
novedoso entorno para ellos, una nueva realidad –a juicio de este columnista–
más sublime, ideal y asequible. Para él, “su arte es una metáfora de la vida, y
cada cual debe poner un poco de sí mismo a la hora de interpretarlo”. Le atraen
y divierten las oposiciones, diríamos (literariamente) el oxímoron –combinación
de expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido–, rara
mixtura pictórica que nos interpola a la creación literaria del genio Jorge
Luis Borges.
Otro rasgo distintivo de la obra de
Santos es la armonía que enarbola tal plácido celaje, complaciente paz interior
que se desliza cual alado espíritu de adentro hacia fuera. Nada es explicito
para él, siempre le ronda una metáfora de lo sobrehumano humanizado, lo
cotidiano divinizado, lo imposible posible, lo mefítico purificado, el dechado reverente
de lo canónico. En un lenguaje postmoderno diríamos la venganza de la copia. Observamos en casi todos los cuadros
del joven artista plástico una fuerza –fluida– que se imbuye de conceptos
contemporáneos, refrescantes, así como de una filosofía personal que establece
“el maridaje entre lo clásico y lo moderno yuxtapuesto y fundido en un mismo
nivel”, en perfecta armonía estética pero lanzando guiños que transcienden el
marco de la propuesta original.
“Mis herramientas son la imaginación
y la técnica: la esencia y la base de mi trabajo. Siento la necesidad de
plasmar figuras y objetos evasivos en diseños conceptuales que tienten a la
verosimilitud, que convenzan", confiesa nuestro deslumbrante maestro. Los
logros alcanzados por Santos –a una edad en que no sobreabundan en otros
artistas– son significativos. Ha exhibido en espacios tan prestigiosos como la
exposición “El legado de Annigoni”, en Villa Bardini, en la mítica Florencia;
en el Museo de Arte de Beijing, localizado en el “Templo de la Longevidad”,
construido en 1577; en la neoyorquina galería Eleanor Ettinger Chelsea; en el
"World of Art Showcase", perteneciente a la exposición internacional
de arte en el Hotel Wynn de Las Vegas, Nevada, celebrado entre el 20 y el 22 de
diciembre de 2012, donde de las 17 obras que exhibió todas fueron vendidas.
En la plástica de Santos prevalece
una distribución muy acusada de la luz y de las sombras. El artista, que
demuestra un especial interés por los tonos ocres, persigue
–insistimos– lo
ideal, lo estético, el ennoblecimiento de la imagen y la pureza. ¿Especie de
evasión de una realidad nada exenta de imperfecciones? Efluvio de dicha
apreciación es la “Pietá”, la obra de la imagen que encabeza este artículo,
trabajo que le tomó aproximadamente tres semanas pintar en un frío invierno de
Estocolmo.
En contraste con la escultura de
Michalengo –célebre por registrar la vulnerabilidad de Cristo que aglomera en sí
todas las flaquezas nuestras–, en la “Pietá” de Santos, el pintor exánime es la
figura central, mientras su esposa y un modelo en calidad de ayudante lo
sostienen en su estudio. “Con este cuadro quise representarme como un artista
tradicional caído por el peso y el dominio del arte conceptual y modernista; a
quien está levantando la nueva generación de jóvenes deseosos de resucitar al
oficio del arte”, indica Santos. “La iluminación proyectada sobre la figura del
creador –entiéndase la analogía creacionista entre éste y Dios– sugiere la luz
que necesita un artista para representar al mundo que lo rodea y resaltar al
mismo tiempo su propia humanidad”, manifiesta el pintor. “Mi pintura no se
refiere a ninguna religión. Aunque uso la pose y composición que aparecen en
las obras religiosas del renacimiento, me valgo del significado de la palabra
"pietá", en sí misma, para indicar compasión y devoción, en mi caso
al arte”, añade.“En estos últimos años ha habido un renacimiento del realismo
en la pintura, yo ya dediqué años al estudio de la teoría y el arte conceptual.
Después, fui a Italia para aprender las técnicas de los grandes maestros;
quiero ser el punto de encuentro entre estos dos mundos y crear pinturas
actualizadas con temas de nuestros tiempos pero ejecutadas con la dignidad de
las pinturas del pasado”, rubrica.
Lo plasmado por Santos en el lienzo se
sabe destino. Sin dejar de emitir guiños de verosimilitud, se descubre y
arrebuja en la unisonancia polifónica –valga el oxímoron– de una sutil parodia,
para desnudarnos la fantasía del artista, tal cual creación onírica, o cuento
encantado. Imaginar la vida como la anhelamos forma parte de nuestras diarias
quimeras –al menos para los soñadores–, y en eso radica, a mi juicio, uno de
los legados conceptuales más trascendentes del arte de César Santos. Cada
cuadro es para él, y consecuentemente para nosotros, efugio, mejor dicho,
retorno feliz a lo ancestral, de manos del virtuosismo –paleta de los grandes
artistas– con ‘grazia’ y, sobre todo, eco de una emanación estética íntima que
seduce la voluntad de los sentidos, a través de la delicadeza del detalle acabado,
del arte de la figura, refugio atávico de los renacentistas, cimentado con
sinceridad presente.
Sus lienzos, especialmente sus
numerosos autorretratos, no desaprovechan el legado de los recursos expresivos
del arsenal creativo de la mitología eternizada en su suntuosidad de tradición.
El propio pintor se nos presenta, en ellos, como dios, semidios
–quizá– arropado
en una sediciosa lúdica beatífica humanidad, héroe redentor, amoroso mártir, en
un horizonte hilarante que llega a serlo tenuemente –por creíble–. Lo
imaginativo y lo genuino se abrazan en esa propuesta abierta, osada, sutil,
admirable. Está en el espectador descifrarla, asirla y deleitarse en ella.
La próxima exposición personal del
pintor villaclareño, "The Artist's Accomplice (El cómplice del
artista)", será del 17 de enero al 15 de febrero, donde se exhibirán ocho
obras de gran formato que abordan el tema del maniquí de Annigoni. La recepción
será el 24 de enero en Oxenberg Fine Arts, 50 N.E. 29 St., Miami, Florida
33137.
Me ha fascinado tanto la obra como el articulo.
ResponderEliminarexcelente!!!!!!
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