"La Salle des Planètes", una de las ilustraciones de Desmazières para “La biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges.
Por Leonardo Venta
La idea del mundo como representación es una constante en la obra de Jorge Luis Borges. Según esta propuesta, el objeto carece de existencia fuera de la representación. En uno de los tempranos textos del genio argentino, el híbrido cuento-ensayo “Pierre Menard, autor del Quijote”, el narrador formula: “La verdad histórica, para él [Menard], no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió”, es decir, la percepción de la realidad.
Una nueva dimensión fusiona la metafísica y lo fantástico, como parte de una estética literaria que revolucionó la literatura regionalista y el realismo decimonónico que le precediera. Otra propuesta muy presente en la obra de este autor, es la realidad observada cómo un sueño, lo cual implica cierto escepticismo ante el destino y el rol del hombre en el universo.
El uso de la ambigüedad en la trama borgeana, no sólo sostiene la atmósfera de expectativa y misterio que caracteriza al género fantástico, despertando interés en el lector hacia la trama, sino – en su rol de legítima manifestación de una ética filosófica – sugiere la insuficiencia humana para descifrar la esencia de la realidad. En “El Aleph”, cuento que da título al libro compuesto por diecisiete relatos de Borges, publicado en 1949, y revisado por el autor en 1974, el crítico Julio Ortega encuentra esta condición del pensamiento humano ceñida a las limitaciones de la capacidad enunciativa del lenguaje que “(…) sólo puede extraviar, apenas contemplar y parcialmente referir [la visión del Aleph]”.
En el celebrado soneto “El sueño”, el hablante lírico pregunta: “¿Quién serás esta noche en el oscuro / sueño, del otro lado de su muro?”. Borges no se cansa de enunciar la irracionalidad del mundo, la inconsecuencia inexplicable de la existencia, y, por ende, cuestionar el carácter absoluto de la validez universal, satirizándolo con sagaz sutileza. Para él, lo tangible es tan irreal como el sueño y la misma muerte, de la cual el acto de dormir constituye una especie de ensayo, o augurio.
En el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, el Tlön (tierra) es un mundo ficticio, y Herbert Ashe, personaje de la vasta lista de la inventiva de Borges, es “uno de sus modestos demiurgos” [dios creador]. En dicha narración, los objetos físicos existen condicionados por la imaginación: “Los hay [objetos] de muchos [términos]: (…) el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por un sueño”.
En su relato corto “Las ruinas circulares”, recopilado en Ficciones (1944), relata el empeño audaz de un hombre en soñar a otro y descubrir finalmente que él es también un sueño de un tercer individuo. Encabeza la narración un epígrafe tomado de “A Través del Espejo” de Lewis Carroll: “Y si dejase de soñar contigo”, donde los personajes Tweedledum y Tweedledee le explican a Alicia que ella existe porque el Rey Rojo la está soñando, y si éste dejara de soñarla, ella dejaría de existir.
Roberto Paoli en su ensayo “Borges y Schopenhauer” realiza un acertado análisis del uso del verbo ‘borrar’ en los textos del primero para proponer aspectos oníricos en que hombres y cosas aparecen y desaparecen de la faz de la tierra, mueren: “Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la ‘borrara’ la noche”; el cuento “La espera”, del El Aleph, termina con la frase “En esta magia estaba cuando lo ‘borró’ la descarga”.
En “El Sur”, incluido en Ficciones, Juan Dahlmann, el protagonista, después de sufrir un accidente, divaga, al igual que el lector, absorto y desorientado, de manos del narrador, en búsqueda de ese espacio abstracto entre la imaginación y la realidad. El señor Villari, el protagonista de “La espera” merodea esas mismas fronteras: “Al fin del sueño, él sacaba el revolver (…) y lo descargaba contra los hombres. El estruendo del arma lo despertaba, pero siempre era un sueño y en otro sueño el ataque se repetía y en otro sueño tenía que volver a matarlos”.
En “La biblioteca de Babel”, el hablante narrativo sugiere la suerte imprecisa del hombre como idea y representación de un alma universal o dios creador: “El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos”. La insuficiencia humana se insignifica más aun ante la inmensidad del universo que anhela aprisionar – alegorizado por la biblioteca –, ente superior metafísico, con propiedades, principios y causas primarias: “Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio”, apunta el narrador.
En “Los inmortales”, relato escrito por Borges en conjunción con Bioy-Casares, “(…) don Guillermo reputa que los cinco sentidos del cuerpo humano obstruyen o deforman nuestra captación de la realidad y que, si nos liberáramos de ellos, la veríamos como es, infinita”. La narración sugiere la necesidad de emancipación de las obstrucciones engañosas de los sentidos, en el ansia por alcanzar la verdad y el conocimiento.
La realidad, según Borges, se aprehende mejor desde adentro. Dicha propuesta mantiene una estrecha relación con la ceguera literal que le aguijoneó a través de casi toda su existencia, y lo condujo a valerse más de la introspección que de los sentidos. En su poema juvenil, “Amanecer”, la voz poética, en una antonimia de paisaje urbano desolado (espiritual) y poblado (literal), ciñe todos los “arrabales desmantelados del mundo” en la “honda noche universal” (ceguera cognoscitiva del hombre) – como “actividad de la mente” y definitivo “sueño de las almas”. La realidad como sueño cobra vida, para delinear el símil de la ceguera, en su sentido exacto, con la médula ofuscada de la ciudad desolada: “y la noche gastada / se ha quedado en los ojos de los ciegos”.
“Amanecer”
Jorge Luis Borges
En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
y trazó el capricho siguiente:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!
Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro detiene el silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.
“El sueño”
Jorge Luis Borges
Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?
¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora
de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra
y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?
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