Por Leonardo Venta
El 10 de noviembre de 2005, Fernando
Bujones –vencedor de múltiples lides contra las fuerzas del mal para salvar
cautivos cisnes sobre el escenario– sucumbió en el Hospital Jackson Memorial de
Miami, a los cincuenta años, a causa de una fatal emboscada montada por un agresivo
cáncer.
Bujones
–calificado por la crítica de danza del New York Times, Anna Kisselgoff, como
“el mejor bailarín norteamericano de su generación"– nació el 9 de marzo de
1955 en la ciudad de Miami. Sus padres, cubanos, decidieron regresar a su
patria cuando él tenía siete años. Es allí donde comenzó su formación como
bailarín con el Ballet Nacional de Cuba. Retornó con su familia a Miami en
1964. Dos años después, recibió una beca de la Fundación Ford para continuar
sus estudios en el New York City Ballet. En 1972, a los 17 años, pasó a
integrar el elenco del prestigioso American Ballet Theatre (ABT), para
convertirse en el bailarín principal más joven en la historia de la compañía.
En 1974, cuando Mijaíl Baryshnikov asume la
dirección artística del ABT se inicia un dilatado capítulo de desavenencias
entre los dos bailarines, que culmina en 1985 con la renuncia del
cubano-americano a continuar en la agrupación neoyorquina. De esa época data la
célebre frase de Bujones: "Baryshnikov tiene la publicidad, yo tengo el
talento".
Cuando
el ABT pasó a manos de una nueva directiva artística, Bujones fue invitado a
bailar con la compañía en la temporada 1989-90. Ya en 1987 había ingresado como
primer bailarín en el Ballet de Boston. Su presentación el 14 de enero de 1990
en la gala de los 50 años del ABT en el Metropolitan Opera House fue soberbia.
Más admirable resultó su aparición en 1995 en el mismo escenario neoyorquino,
junto a sus compañeros del American Ballet Theatre para despedirse de su
público entre vítores y una ovación de pie que duró alrededor de veinte
minutos, entre numerosas salidas y entradas al escenario
A
partir de su retiro como bailarín, se dedicó al trabajo coreográfico, la docencia
y la dirección artística. En esa nueva modalidad, fue nombrado director
artístico del Ballet de Orlando en el año 2000, compañía a la que confirió
nuevo aliento. Allí se mantuvo colaborando hasta septiembre de 2005, cuando
presionado por la gravedad de su enfermedad, decidió trasladarse a Miami para
recibir tratamiento médico.
Bujones
será recordado por su excepcional virtuosismo, proporciones físicas ideales
para el ballet –superiores a las de Baryshnikov o Rudolf Nureyev–, elegante línea, envidiables extensiones, vertiginosos entrechats, notable
ballon, elevados jetés, bordados giros, delicado oído musical, impecable
sentido del estilo, aire principesco, contagiosa bravura, inexplicable encanto
escénico e ingente versatilidad en el desempeño de roles protagónicos.
Según Kisselgoff, de joven tuvo Fernando Bujones dos ídolos: Erik Bruhn y Nureyev, de quienes anhelaba combinar la pureza del primero con la energía del segundo. A raíz de una representación suya de "La bayadera" en Nueva York, otro reconocido crítico del New York Times, el británico Clive Barnes, afirmaba que su briosa manera de bailar “mantenía a los espectadores al filo de sus asientos”. Hoy, doce años después de su temprana desaparición física, su memoria aún nos mantiene al filo de nuestras butacas.
Según Kisselgoff, de joven tuvo Fernando Bujones dos ídolos: Erik Bruhn y Nureyev, de quienes anhelaba combinar la pureza del primero con la energía del segundo. A raíz de una representación suya de "La bayadera" en Nueva York, otro reconocido crítico del New York Times, el británico Clive Barnes, afirmaba que su briosa manera de bailar “mantenía a los espectadores al filo de sus asientos”. Hoy, doce años después de su temprana desaparición física, su memoria aún nos mantiene al filo de nuestras butacas.
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