Por Leonardo Venta
En 1554 salió a la luz en Burgos, en Alcalá de Henares y en Amberes, un librito, breve, con el título de Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Se piensa que debió de existir una edición anterior, quizás de 1553, de la que no han quedado vestigios.
Premiado inmediatamente con la popularidad, el libro se reimprimió reiteradamente, no faltándole traducciones a otras lenguas, imitaciones y segundas partes. Durante todo el siglo XVI se publicó como obra anónima. Luego se le atribuyeron improbados autores. ¿Quién osaría firmar un libro que contiene una crítica tan abierta a sus contemporáneos?
El relato, autobiográfico, es narrado en primera persona, a la manera de una carta dirigida a alguien de rango superior – “vuestra merced” –, y trata la vida de un niño, Lázaro o Lazarillo de Tormes, hijo de la pobreza que sirve a varios amos hasta independizarse. Las experiencias de Lázaro no tienen nada de extraordinarias. En esto estriba, en parte, la trascendencia del libro.
La tendencia de la época eran las narraciones asombrosas, cuyos protagonistas, igualmente extraordinarios, figuraban aventuras y amores sorprendentes. Es el período de las novelas de caballerías, en que honrosos caballeros enfrentan múltiples eventualidades en lugares lejanos y exóticos.
El Lazarillo reaviva personajes escombrados de las lóbregas subyacentes galerías de la España del siglo XVI. El género literario al que pertenece, por lo general satírico, se le conoce como ‘novela picaresca’, cuyo calificativo compendia la temática que desentraña su personaje central: pícaro, cínico y amoral. El género relata una serie de episodios en la vida de este perfecto antihéroe, cronológicamente ordenados, sin ajustarse a una trama única.
Natural de Salamanca, junto al río Tormes, Lazarillo, cuya autoestima y probidad son gradualmente minadas por sus ineluctables penosas experiencias, sirve a diferentes amos preñados de defectos y de los cuales se aprovecha: el primero y el que más influye en su vida es un mezquino tramposo mendigo invidente; le siguen un cura avaro, un escudero deseoso de aparentar, un fraile mercedario, un clérigo que se dedica a vender bulas papales y un capellán o alguacil.
Las pocas comisiones para pintar que recibió Francisco de Goya durante la Guerra de la Independencia española (1808-1804) disiparon las barreras creativas que el arte por encargo generalmente impone sobre el artífice. De dicha etapa es la reproducción del óleo sobre lienzo que adereza este artículo, “Lazarillo de Tormes", en que el genial aragonés recrea el episodio cuando el primer amo de Lázaro, el ciego, le da al muchacho una longaniza para cocer, y el famélico pequeñuelo la sustituye por un nabo.
Al intuir el ardid, y ante la insistente negativa de Lázaro, el invidente introduce los dedos en la boca del infortunado pícaro, mientras lo inmoviliza entre sus piernas para que no se le escabulla. La pincelada rápida y empastada, así como la oscuridad conceden a la obra una atmósfera que evidencia la transición estilística de Goya del colorismo a las pinturas negras, definitoria manifestación en la producción del atormentado artista.
En 1554 salió a la luz en Burgos, en Alcalá de Henares y en Amberes, un librito, breve, con el título de Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Se piensa que debió de existir una edición anterior, quizás de 1553, de la que no han quedado vestigios.
Premiado inmediatamente con la popularidad, el libro se reimprimió reiteradamente, no faltándole traducciones a otras lenguas, imitaciones y segundas partes. Durante todo el siglo XVI se publicó como obra anónima. Luego se le atribuyeron improbados autores. ¿Quién osaría firmar un libro que contiene una crítica tan abierta a sus contemporáneos?
El relato, autobiográfico, es narrado en primera persona, a la manera de una carta dirigida a alguien de rango superior – “vuestra merced” –, y trata la vida de un niño, Lázaro o Lazarillo de Tormes, hijo de la pobreza que sirve a varios amos hasta independizarse. Las experiencias de Lázaro no tienen nada de extraordinarias. En esto estriba, en parte, la trascendencia del libro.
La tendencia de la época eran las narraciones asombrosas, cuyos protagonistas, igualmente extraordinarios, figuraban aventuras y amores sorprendentes. Es el período de las novelas de caballerías, en que honrosos caballeros enfrentan múltiples eventualidades en lugares lejanos y exóticos.
El Lazarillo reaviva personajes escombrados de las lóbregas subyacentes galerías de la España del siglo XVI. El género literario al que pertenece, por lo general satírico, se le conoce como ‘novela picaresca’, cuyo calificativo compendia la temática que desentraña su personaje central: pícaro, cínico y amoral. El género relata una serie de episodios en la vida de este perfecto antihéroe, cronológicamente ordenados, sin ajustarse a una trama única.
Natural de Salamanca, junto al río Tormes, Lazarillo, cuya autoestima y probidad son gradualmente minadas por sus ineluctables penosas experiencias, sirve a diferentes amos preñados de defectos y de los cuales se aprovecha: el primero y el que más influye en su vida es un mezquino tramposo mendigo invidente; le siguen un cura avaro, un escudero deseoso de aparentar, un fraile mercedario, un clérigo que se dedica a vender bulas papales y un capellán o alguacil.
Las pocas comisiones para pintar que recibió Francisco de Goya durante la Guerra de la Independencia española (1808-1804) disiparon las barreras creativas que el arte por encargo generalmente impone sobre el artífice. De dicha etapa es la reproducción del óleo sobre lienzo que adereza este artículo, “Lazarillo de Tormes", en que el genial aragonés recrea el episodio cuando el primer amo de Lázaro, el ciego, le da al muchacho una longaniza para cocer, y el famélico pequeñuelo la sustituye por un nabo.
Al intuir el ardid, y ante la insistente negativa de Lázaro, el invidente introduce los dedos en la boca del infortunado pícaro, mientras lo inmoviliza entre sus piernas para que no se le escabulla. La pincelada rápida y empastada, así como la oscuridad conceden a la obra una atmósfera que evidencia la transición estilística de Goya del colorismo a las pinturas negras, definitoria manifestación en la producción del atormentado artista.
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