Por Leonardo Venta
El Martí universal llevó su canto libertario tanto a la distante Europa como a la más cercana América. Le tomó 12 largos días su viaje de Nueva York a Venezuela. Al llegar a Caracas, en enero de 1881, dirigió primero sus pasos cansados y elevó su alma enérgica hacia la estatua de Simón Bolívar. Allí dialogó con la efigie en amoroso soliloquio, que más tarde evocaría en su revista para niños “La Edad de Oro”:
“Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como cuando a un padre se le acerca un hijo”.
En Venezuela llevaba el pan a su mesa como profesor de francés y literatura en dos colegios, a la vez que ofrecía su talento como columnista en el periódico La Opinión Nacional. Escribiendo para esa publicación, proyectó y llegó a publicar su Revista Venezolana, de la cual sólo circularon dos números, en julio de 1881.
En la misma exaltó la figura de Miguel Peña, diputado y presidente de la Asamblea que creó la Gran Colombia, entre otras honorabilidades. “Aquel lidiador audaz que así movía la espada como la pluma – dice Martí – sin que la pluma fuera más extraña a sus manos que la espada […] merece presidir, en aposento de bronce, los destinos de la ciudad que él supo hacer tumba de realistas, fortaleza de derechos y cuna de republicanos”.
Entre el joven Martí y el anciano Cecilio Acosta, poeta venezolano de pensamiento liberal y uno de los más fuertes críticos del presidente de la república Antonio Guzmán Blanco, emergió una pronta identificación basada en elevados ideales de justicia y patriotismo
A raíz de la muerte de Acosta, Martí le dedica un sentido ensayo en su Revista Venezolana: “Ya está hueca y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y gallarda; y yerta, junto a la pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor, y al mal rebelde”.
La calurosa exaltación a Cecilio Acosta, dictó la prevista sentencia sobre Martí de persona no grata a las altas esferas del gobierno venezolano. El apóstol cubano tuvo que regresar a Estados Unidos, donde estableció su centro de acción revolucionaria por la independencia de Cuba.
Desde Nueva York, durante agosto de 1881 a junio de 1882, envió valiosas crónicas a la Opinión Nacional de Venezuela, en las que, con la firma de M. de Z., comentaba no sólo los acontecimientos de la vida norteamericana, sino además reflejaba la actividad intelectual y política de Europa. Al mismo tiempo que esas crónicas, Martí enviaba notas sin firmar sobre historia, letras, biografía, curiosidades y ciencias, agrupadas bajo el título “Sección Constante”.
En junio de 1882, cesaron las colaboraciones de Martí a la Opinión Nacional. La causa, la explicaría el más universal de los cubanos tres años después en una misiva a su amigo Manuel Mercado, fue la de que era “condición para continuar aquella labor, que consintiese en alabar en ella las abominaciones de Guzmán Blanco”.
Hijo de la América de Bolívar, Martí se arrebujó siete históricos meses de calor y entusiasmo bajo el cielo venezolano. Del amor que despertó en él esa hermosa tierra, dejó testimonio su amorosa pluma:
“[…] De América soy hijo; a ella me debo. Y de América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, ésta es la cuna; ni hay para labios dulces copa amarga; ni el áspid muerde en los pechos varoniles; ni de su cuna reniegan hijos infieles. Déme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo”.
Soy venezolano y me honra este escrito de Marti sobre mi tierra y sus hombres. Felicidades!
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