La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

miércoles, 16 de febrero de 2011

Vislumbrando a Borges(II)


Por Leonardo Venta

Borges anuncia constantemente la inconsecuencia inexplicable de la existencia, y, por ende, cuestiona su validez universal como categoría absoluta: “fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real”, conjetura en "El inmortal". Luego agrega: “La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño”.

Para el autor de Ficciones, lo onírico es una especie de ensayo o augurio de la muerte. En el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, propone la existencia como una ilusión. El Tlön (tierra) es ficticio, y Herbert Ashe es “uno de sus modestos demiurgos” (dios creador). Los objetos físicos existen condicionados por la imaginación: “Los hay de muchos [términos]: el sol y el agua contra el pecho del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el sueño”.

Añádase a esta entelequia, respaldada por una propuesta filosófica inmersa en lo ilusorio, a Bioy-Casares, que comparte con Borges la experimentación estética y filosófica sin categorías totalizadoras. Bioy propone, por ejemplo, en La invención de Morel – novela cuya trama Borges califica de perfecta –, un mundo en que lo irreal se transforma en lo verdadero. El protagonista, en una isla desierta, se encuentra con seres que son la proyección de imágenes y escenas creadas e inmortalizadas por la ciencia.

Ya habíamos mencionado la semana pasada cómo en “Las ruinas circulares” Borges dilucida la existencia de un sujeto a través de la representación y voluntad de otro (mediante el sueño), y que éste, a su vez, es soñado por un tercero, dentro del marco de la teoría cíclica del tiempo: “Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad”. No por coincidencia, en el epígrafe a este cuento se cita a Lewis Carroll en boca de Tweedledde: “Y si él dejara de soñarte…”. Alicia, protagonista de "A través del espejo…”, de Carroll, existe porque el Rey Rojo la está soñando, y si éste dejara de soñarla, ella dejaría de existir.

Roberto Paoli en su ensayo “Borges y Schopenhauer” realiza un acertado análisis del uso del verbo ‘borrar’ para proponer los aspectos oníricos en que hombres y cosas aparecen y desaparecen (mueren) de la faz de la tierra en los textos borgeanos: “Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche” (“El Sur”); el cuento “La espera”, del libro El Aleph, finaliza: “En esta magia estaba cuando lo borró la descarga”.

En “El Sur”, Dahlmann, después de sufrir un accidente, divaga en ese horizonte impreciso en que la imaginación y la realidad se confunden. El señor Villari, protagonista de “La espera”, igualmente merodea esos contornos: “Al fin del sueño, él sacaba el revolver (…) y lo descargaba contra los hombres. El estruendo del arma lo despertaba, pero siempre era un sueño y en otro sueño el ataque se repetía y en otro sueño tenía que volver a matarlos”.

En “La biblioteca de Babel”, “el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos”. La insuficiencia humana se insignifica más aun ante la inmensidad inaccesible del universo, del cual la biblioteca es una alegoría , ente superior metafísico, con propiedades, principios y causas primarias. “Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio”, apunta el narrador.

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