La deidad egipcia Harpócrates, conocida entre griegos y romanos, es representada como un niño con un dedo pegado a sus labios, lo cual se interpretaba erróneamente como indicación de silencio; de ahí le viene el nombre de Dios del Silencio.
Por Leonardo Venta
«No he de callar, por más que con el dedo / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises, o amenaces miedo, / ¿no ha de haber, un espíritu valiente?, / ¿siempre se ha de sentir lo que se dice?, / ¿nunca se ha de decir lo que se siente? (…)».
Francisco de Quevedo y Villegas, 1630
Horus, una de las mayores divinidades egipcias, se solía representar de diferentes formas. Una era la de un niño con el dedo colocado sobre los labios. Los griegos le adoptaron, llamándole Harpócrates, dios del secreto y la discreción, al interpretar la postura del dedo como un gesto que indicaba silencio.
San Agustín llamó dios grande del Silencio a Harpócrates, y la Décima Musa de México, sor Juana Inés de la Cruz, hace buen uso de su significado alegórico (ver y escuchar, pero mantenerse callado) en su más significativa pieza lírica, Primero Sueño: “(…) con indicante dedo, / Harpócrates, la noche silencioso; a cuyo, aunque duro, / si bien imperïoso / precepto, todos fueron obedientes”. En Harpócrates, confluyen la condición de silencioso con la representación de la noche, imagen que bosqueja la atmósfera misteriosa de las sombras, el dominio donde mora el pensamiento.
Alfonso Méndez Plancarte indica en su prosificación del Sueño: "de igual modo que la noche – como un silencioso Harpócrates, la deidad egipcia y griega que sellaba con un dedo sus labios – intimaba, el silencio a los vivientes...: a cuya precepto imperioso, aunque ‘no duro’ (pues que es tan suave acatarlo), todos obedecieron". Se podría especular más al respecto, arguyendo que Harpócrates podría significar el silencio exigido a Sor Juana por sus superiores religiosos, opuestos a sus inquietudes eruditas.
El obispo de Puebla, Fernández de Santa Cruz, conminó a Sor Juana a dejar sus escritos profanos para dedicarse a los religiosos (primera señal de la existencia de una persecución que la forzó posteriormente a abdicar de sus actividades intelectuales). Por otro lado, el historiador Elías Trabulse asegura la existencia de un juicio secreto efectuado en contra de sor Juana por el obispo Aguiar y Seixas a sazón del escándalo causado por la “Carta Atenagórica”. Octavio Paz, a su vez, comenta: “la poetisa fue constantemente objeto de reconvenciones y reprimendas. Núñez de Miranda, su confesor, le transmitió sin duda muchas de estas quejas, aparte de las suyas propias”.
El silencio, significado por Harpócrates, puede que sea el ejercicio de una virtud necesaria, reflejo de una mente adiestrada en la mesura y la prudencia. Si bien, romper los códigos del silencio en un medio opresivo, es como sostener en alto la verdad para que pueda ser vislumbrada como estandarte de denuncia.
Hay silencios que al romperse ciegan la pávida mudez del miedo. Otros, desde su aparente mutismo expresivo, proclaman grandes verdades. Paradójicamente, se pronuncian a veces pomposas alocuciones que no dicen nada, sino más bien exasperan a la verdad con falacias, que de tanto repetirse, o por conveniencia propia, son aceptadas como indiscutibles.
Hay mucha tela que cortar en este taller del silencio, una problemática que debemos resolver nosotros mismos con nuestras consciencias; por el momento, queda preguntarle a Harpócrates, o a ese yo solapado que habita en no sé que rincón de nosotros: ¿Callar o hablar?
Silencio… (el espacio y el tiempo, déspotas de la formalización del pensamiento, me obligan a ponerle fin a este artículo). Pero, usted, estimado(a) lector(a), tiene la posibilidad casi instintiva de seguir instigándolo hasta que hable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario