En la última
aparición pública de Gabriel García Márquez, el 6 de marzo de 2014, recibió
afuera de su residencia en Ciudad de México a periodistas y admiradores con
motivo de su cumpleaños 87
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Por Leonardo
Venta
Gabriel García Márquez, uno de los
llamados ‘cuatro jinetes del Apocalipsis’ del “boom” de la novela
latinoamericana en la década de los sesenta –junto a Mario Vargas Llosa (el
único sobreviviente), Julio Cortázar y Carlos Fuentes–, falleció el jueves, 17
de abril de 2014, a los 87 años en su residencia de la Ciudad de México.
El gran escritor, nacido en
Aracataca, un pequeño pueblo bananero colombiano de unos 38 mil habitantes,
“irrigado por los ríos de aguas heladas que descienden de la Sierra Nevada y
desembocan en la Ciénaga Grande”, estuvo hospitalizado del 31 de marzo al 8 de
abril en un centro médico de Ciudad de México debido a una neumonía, para
luego, de regreso en su hogar, recibir la ineluctable visita de la muerte.
El premio Nobel de Literatura 1982,
alcanzó la fama con la historia de los Buendía en la aldea de Macondo –uno de
los referentes geográficos literarios jamás creados–, en su celebérrima novela
Cien años de soledad, donde funde magistralmente el realismo y la fantasía. Desde
su publicación en 1967, en la bonaerense Editorial Sudamericana, se ha
traducido a 39 idiomas y ha vendido 40 millones de ejemplares.
Partiendo del concepto de “nueva
narrativa” que formula el novelista y cuentista José Donoso, expuesto por el
eminente crítico literario Ángel Rama como inusitada percepción de los
componentes definitorios del “boom” latinoamericano, la obra de García Márquez,
mediante la subversión innovadora de la forma, la experimentación lingüística,
el empuje de una idiosincrasia ficcional autóctona –en franco rechazo a la
ideología burguesa y sus huellas importadas–, zanja nuevos horizontes de cálida
exuberante brillantez, afirmados tanto por la creatividad del autor como por el
entorno latinoamericano que los enriquece, para penetrar los distantes oscuros
impasibles vitrales europeos, acostumbrados a obstruir y subestimar esa pródiga
“luminosidad” nuestra, y originar de esa manera una asombrosa refractante gama
de interés en ascenso por la literatura hispanoamericana a nivel mundial hasta nuestros
días.
Cuando llegó la noticia del
fallecimiento del hijo amado al pueblo mágico de las mariposas amarillas
–Macondo/Aracataca–, las campanas de la iglesia de San José, donde fue
bautizado, tañeron desconsoladamente en señal de duelo, mientras los habitantes
inclinaban sus humedecidos rostros en señal de reverencia; otros, más
soñadores, escudriñaban el cielo en busca de una ascensión maravillosa. En
tanto, la Alcaldía les ofrecía a los pobladores la oportunidad de llorar al
Gabo por cinco días que pudieran convertirse en cien años... una eternidad.
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