Escena de la adaptación al cine de la novela Beltenebros por Pilar Miró |
Por Leonardo Venta
En el análisis del discurso
literario es conveniente tener en consideración la importancia del género, que
influye en las variantes y matices lingüísticos culturales que el hombre o la
mujer imparten a la obra, afectando el contexto y la forma de lo expresado. Es
decir, un tema según sea quién lo escriba tiende a ser marcado por diferencias
en su forma y contenido. Por otra parte, la ideología del género afecta la
manera en que los textos son leídos, así como los cánones de excelencia
establecidos.
Socioculturalmente, el género, apartándonos del
punto de vista exclusivamente biológico, es el resultado de una categorización que
ha sido falseada (aprendida) con intereses muy palpables en la jerarquización
del poder masculino. Un ejemplo
ostensible es el cuestionamiento que
Antonio Muñoz Molina ofrece a la representación tradicional de la 'femme fatale' en Beltenebros (1989), una obra de la posmodernidad
confeccionada con hebras de la novela policíaca, la novela de espía, la novela
rosa y el llamado "film noir".
"Vine a Madrid para matar a un hombre a
quien no había visto nunca". Con esa expresión se inicia esta obra que,
según el consenso de la crítica literaria, no tiene parangón en la novelística
contemporánea española. El sicario Darman, otrora capitán del ejército
republicano exiliado en Inglaterra, bajo ordenes de una organización subversiva
comunista, regresa clandestinamente al Madrid de los años sesenta para ejecutar
a Andrade, un inocente acusado de traición. En ese empeño sanguinario de ángel
sentenciador, se relaciona con Rebeca Osorio, amante del hombre a quien debe
liquidar, en un complejo proceso que lo llevará a reconstruir su pasado
a través de lugares y acciones en un simbólico desplazamiento que
devela magistralmente, entre otros elementos, el pedregoso proceso hacia la
verdad.
La susodicha mujer sufre en sí todo el aglutinamiento del abuso masculino, mental y
físico, a través del voyerista Valdivia, que la hostiga y oprime tanto desde la
oscuridad literal –es nictálope – como la emocional. La obliga cada noche a bailar y
a cantar para él, vestida de Rita Hayworth, ante un grupo de sicalípticos espectadores que
se reúnen en la Boite Tabú. Él la disfruta
desde la oscuridad de su palco, mientras ella se va desnudando poco a poco.
"Aunque tú no me veas yo te estaré viendo", le expresa. Ella no se
librará de esta opresión hasta el desenlace de la trama.
La
mujer abusada es idéntica a otra que Darmar conociera 20 años atrás. Es la hija
de Rebeca Osorio (madre), con quien experimentara una fracasada experiencia
amorosa, especie de doble que aúna el presente con el pasado. "La
exaltación y la vergüenza se estaban consumando ante mí al ritmo hirviente del
bongó, que parecía golpear a la muchacha como a un boxeador débil,
descoyuntándola, arrojándola de rodillas al suelo, imponiéndole metódicamente
los movimientos sincopados de una danza en la que se iba desnudando como si se
desgarrara a sí misma", así describe Darmar el degradante espectáculo que
le ha sido impuesto a la joven.
Para la escritora y pensadora Simone de Beauvoir, la mujer sólo puede lidiar con la inferioridad con que ha
sido marcada por el hombre, vengándose, mutilando la supremacía masculina,
contradiciéndola, y negando su verdad y valores. La 'mujer fatal' desdobla una
connotación ambivalente que origina un desbalance en el devenir del hombre.
“Los temores del hombre de perder su estabilidad o su 'yo' frente a la mujer
son reflejados en la mujer fatal: las dos Rebecas van minando la figura del
detective, Darman, hasta el punto de producir la confusión del protagonista y
de oscurecer su habilidad observadora en las últimas páginas de la
novela", expresa Chung-Ying Yang, catedrático en la Universidad Nacional
Chengchi de Taipei. En este caso, la mujer es “la imagen amenazadora de lo
ilegible, lo imprevisible y lo inalcanzable (…) la antítesis de lo maternal, de
lo productivo”, agrega.
De Beauvoir asevera en su libro El Segundo Sexo algo similar a lo establecido por el
académico taiwanés: “(…) el hombre siente hostilidad hacia la mujer porque le
teme, siente temor de su imagen con la que él mismo se identifica”. Percibe su
caída bajo el influjo pernicioso de la mujer que lo arrastra. Es en gran
sentido una caída al estilo adámico. “Todos los
Padres de la Iglesia insisten en la idea de que ella [Eva] condujo a Adán al pecado”, agrega la intelectual gala.
Al
escudriñar, encontramos en Beltenebros
argumentos suficientes para demostrar que la mujer no sólo representa esa
“otredad” que complementa al hombre, "sacada de la costilla de Adán",
sino también es ese objeto sexual que despierta pasión animal en él. Es un
elemento más de la Naturaleza que estimula y satisface los apetitos masculinos.
“Las miradas y las manos y las respiraciones de los hombres habían gastado su
piel [la de Rebeca Osorio hija] pulimentando su blancura y volviendo todo su
cuerpo tan dúctil como una seda muy usada (…)”, leemos en el texto de Muñoz
Molina.
Por
otro lado, la descripción de Rebeca Osorio (hija) se desliza a través de
ciertas características que implican debilidad y, por consiguiente, traslucen
la histórica inferioridad atribuida a la mujer con respecto al hombre,
a pesar del ambivalente poder nocivo que sustenta como 'femme
fatale': “Había en ella una obediencia sonámbula a los designios de
otros”, expresa Darmar. Luego la identifica por “la infinita y cálida pasividad
de sus muslos".
Darman
es una especie de antihéroe de la literatura posmoderna; reconoce sus errores e
intenta rectificarlos, no se rinde en su afán de encontrar la usualmente paradójica, cuestionable e inaccesible verdad. El doctor valenciano Pasqual Mas, autor de numerosos
estudios y ediciones críticas, expresa: “Casi la totalidad de la literatura de
Muñoz Molina sigue un proyecto ético. Los héroes de sus novelas actúan movidos
por la necesidad de rectificar conductas a situaciones marcadas por el mal”.
Valdivia,
el supuesto Beltenebros de nuestra historia, se desliza entre la oscuridad de los balcones
de un centro nocturno y la de un cine clausurado. Sus ocultas ocupaciones y un
defecto en un ojo lo constriñen a
resguardase de la mirada ajena.
En el desenlace, Rebeca Osorio (hija) consigue vengarse. Ciega a Valdivia con la luz de una linterna, precipitándolo a la planta baja del cine en ruinas, en su desesperación por huir de ella. “Arriba, en las últimas gradas, más alta que nosotros, la muchacha pálida y desnuda mantenía inmóvil la linterna y su círculo de incandescencia trazaba una fría y blanca línea de luz que iba a romperse en la cara de Valdivia, y siguió persiguiéndolo cuando cayó hacia atrás empujado por ella”, leemos en el texto.
En el desenlace, Rebeca Osorio (hija) consigue vengarse. Ciega a Valdivia con la luz de una linterna, precipitándolo a la planta baja del cine en ruinas, en su desesperación por huir de ella. “Arriba, en las últimas gradas, más alta que nosotros, la muchacha pálida y desnuda mantenía inmóvil la linterna y su círculo de incandescencia trazaba una fría y blanca línea de luz que iba a romperse en la cara de Valdivia, y siguió persiguiéndolo cuando cayó hacia atrás empujado por ella”, leemos en el texto.
Muñoz
Molina rompe esquemas tradicionales con este final, al igual que lo hace con el
resto de la obra. Darmar no es quien mata al villano ni rescata a la heroína.
Ella se salva por sí sola. Si bien, la catarsis se consuma en la
transformación interior de Darmar, como manifestación de una honda implicación
alegórica, que bien puede encaminarnos a múltiples interpretaciones, timbradas
por la ambigüedad posmoderna que prevalece en una narrativas de esta índole.
La novela –que toma el título del sobrenombre del célebre Amadís de Gaula cuando pierde la razón y es forzado a vivir en una cueva– emplaza a la mujer en un ambiente de erotismo y violencia, de fluctuantes relaciones de género: poder de seducción y manipulación, exhibicionismo y voyerismo, así como rechazo y desvelamiento dentro de una atmósfera matizada por el palpitar contradictorio, complejo, desestabilizador y constituidor del ideario político e ideológico y la identidad en el proceso evolutivo del protagonista y los mensajes implícitos en la trama.
La novela –que toma el título del sobrenombre del célebre Amadís de Gaula cuando pierde la razón y es forzado a vivir en una cueva– emplaza a la mujer en un ambiente de erotismo y violencia, de fluctuantes relaciones de género: poder de seducción y manipulación, exhibicionismo y voyerismo, así como rechazo y desvelamiento dentro de una atmósfera matizada por el palpitar contradictorio, complejo, desestabilizador y constituidor del ideario político e ideológico y la identidad en el proceso evolutivo del protagonista y los mensajes implícitos en la trama.
Muy sensual esta novela de Antonio Muñoz Molina
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