Por Leonardo Venta
El cordobés Luis de Góngora –poeta representativo del barroco europeo en castellano, lo que se ha dado en llamar culteranismo o gongorismo, autor de retadoras obras al entendimiento– es adalid de un lenguaje refinadísimo, colmado de atrevidas metáforas, neologismos, cultismos greco-latinos, algunos de los cuales se reiteran sistemáticamente; así como enarbola, cual antípoda estético torbellino, una sintaxis torcida, con alteración del orden habitual de la colocación de las palabras, a la usanza del latín en las cláusulas. A su vez, emplea un léxico desmedido para explayar una riqueza que coquetea apetitosamente con el color, la luz, el sonido, el tacto, el olor, además de valerse de gran número de referencias mitológicas, asociadas a un simbolismo y hermetismo, que lo hace casi inaccesible, originando, por ende, juicios que califican o niegan su estilo de contraproducente y banal.
Marcelino Menéndez Pelayo acusó a
Góngora de haberse “atrevido á escribir un poema entero (las Soledades), sin
asunto, sin poesía interior, sin afectos, sin ideas, una apariencia ó sombra de
poema, enteramente privado de alma”. No obstante, los simbolistas del siglo
XIX, especialmente Verlaine, redimieron la reputación del cordobés como
escritor. En tanto, en 1927, en el tercer centenario de la celebración de la
muerte de Góngora, sale a luz una prosificación de las Soledades –preparada por
el poeta, crítico literario y filólogo español Dámaso Alonso –que rescata el
valor del relegado e incomprendido escritor culterano.
“El culto a Góngora lo trae a
España Rubén Darío, y él lo aprende en el simbolismo francés. Es curioso, y
hasta cómico. El entusiasmo de Verlaine por Góngora no pasa de ser una intuición:
Verlaine ama a Góngora, a quien no conoce, no puede conocer, porque es un poeta
maldito”, afirma Dámaso Alonso. A su vez, uno de los pioneros en revalorizar a
Góngora en Europa fue Lucien-Paul Thomas con Études sur Góngora et gongorisme
considéré dans leur rapports avec le marinisme, publicado en Bruselas, Bélgica,
en 1910.
Como resultado a las extravagancias
gongorinas, para referirse al oscuro poeta, es célebre la frase del humanista
Francisco de Cascales: “…convertido de ángel de luz en ángel de
tinieblas”. Las particularidades
estilísticas que Góngora ha iluminado o ensombrecido con el apellido que
bautiza su pluma, son prototipos de una escritura elitista, rechazada no sólo
por el lector común sino incluso por lo más selecto de la intelectualidad de
sus días.
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