La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 20 de febrero de 2015

El amor en la literatura


"Paolo y Francesca" (1864), obra del artista germano Anselm Feuerbach
Por Leonardo Venta

El más enamorado mes del año ya se nos adentra, luego de prodigarnos su decimocuarta jornada, en la que celebramos ese inexplicable instinto de traspasar nuestro propio celaje para fundirnos en otro firmamento. La literatura universal refleja esa experiencia afectiva, y en este espacio nos referiremos a ella, ilustrándola con algunos elevados ejemplos.

La historia de Paolo y Francesca, inmortalizada por Dante Alighieri en la Divina Comedia, es un conmovedor ejemplo de amor prohibido. Dante los ubica en el segundo círculo del Infierno, donde se castiga a aquellos cuya razón sucumbe ante la pasión, perennemente impelidos por un torbellino de un lugar a otro. “…por deleite, leíamos un día: / soledad sin sospechas la nuestra era. // Palidecimos, y nos suspendía / nuestra lectura, a veces, la mirada; / y un pasaje, por fin nos vencería. // Al leer que la risa deseada / besada fue por el fogoso amante, / éste, de quien jamás seré apartada, // la boca me besó todo anhelante. / Galeoto fue el libro y quien lo hiciera: / no leímos ya más desde ese instante”.

 La literatura registra huellas del amor no correspondido. Garcilaso de la Vega, a pesar de sufrir el rechazo de Isabel de Freyre, perpetúa su pasión hacia ella en varios de los más bellos poemas escritos en lengua castellana. “Yo no nací sino para quereros; / mi alma os ha cortado a su medida; / por hábito del alma misma os quiero.// Cuanto tengo confieso yo deberos; / por vos nací, por vos tengo la vida, / por vos he de morir y por vos muero”, leemos en su “Soneto V”.

Luis de Góngora arremete contra los celos en uno de sus sonetos: “¡Oh celo, del favor verdugo eterno!, / vuélvete al lugar triste donde estabas, o al reino (si allá cabes) del espanto; / mas no cabrás allá, que pues ha tanto / que comes de ti mesmo y no te acabas, / mayor debes de ser que el mismo infierno”.

Nicolás Guillén lamenta el desamor en un soneto dedicado al poeta François Villon: “Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte? / ¿Por qué noche decir, si es mediodía? / Si arde mi piel, ¿por qué la tuya es fría? / si digo vida yo, ¿por qué tú muerte? ”.

El amor puede transmutarse en odio, cuando la desconfianza escala matices oscuros hasta alcanzar su cénit en forma de homicidio. El Otelo shakespereano asesina a la Desdémona que cree infiel para luego suicidarse: “¡Te besé antes de matarte!... ¡No me queda más que este recurso: darme la muerte para morir con un beso!”.

Ahora bien, no todos los amores desatan tormentas pasionales. Hay devociones tan místicas que extasían de sólo avistarlas, como la de San Juan de la Cruz por su Creador: “Quedéme y olbidéme / el rostro recliné sobre el amado [Dios]; /cessó todo, y dexéme /dexando mi cuydado / entre las açucenas olbidado”.

En el poema narrativo “La niña de Guatemala”, José Martí destila la exaltación desgarradora del amor idealizado: “Era su frente ¡la frente / que más he amado en mi vida!”. El poeta besa la frente – “como del bronce candente” –, la mano y los zapatos de su amada muerta: “Allí, en la bóveda helada, / la pusieron en dos bancos, / besé su mano afilada, / besé sus zapatos blancos”.

En “El poeta a su amada”, Cesar Vallejo también deposita amoroso ósculo sobre fúnebre pureza amorosa, “…y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos. // Y ya no habrá reproches en tus labios benditos; / ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura / los dos nos dormiremos, como dos hermanitos”.

Ernesto Cardenal, como ningún otro poeta, arrulla el hambre de amor de Marilyn Monroe, grácil, ingenua y excitante, con aquella sonrisa que encubría oceánicas lágrimas: “Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes. / Para la tristeza de no ser santos / se le recomendó el Psicoanálisis”.

Pocos le han cantado al amor sin alas como Luis Cernuda: “…si el hombre pudiese levantar su amor por el cielo / como una nube en la luz”. El poeta, consternado, acepta el triunfo de la realidad sobre el deseo, y admite, en un derrumbamiento casi epopéyico, su fracaso afectivo: “Como la arena, tierra, / como la arena misma, / la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira. / Tú sola quedas con el deseo, / con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío, /… Tierra, tierra y deseo. / Una forma perdida”.

Federico García Lorca llevaba a cuestas los duendes sombríos de la tragedia, arrebujados en una manera diferente de amar, castigada, latente en sus más elaboradas imágenes poéticas. En “Tu infancia en Menton”, reprocha al amado por su distanciamiento y falta de compromiso amoroso: “Norma de amor te di, hombre de Apolo, / llanto con ruiseñor enajenado, / pero, pasto de ruina, te afilabas / para los breves sueños indecisos”.

En Sonetos del amor oscuro, una selección de la más alta poesía erótico-amorosa lorquiana, la “oscuridad” sugiere el inquietante destino del amor vedado. De dicha selección, “El Amor duerme en el pecho del poeta” se refiere a un ente masculino como receptor de su afecto: “Tú nunca entenderás lo que te quiero / porque duermes en mí y estás dormido / yo te oculto llorando, perseguido / por una voz de penetrante acero”.

"La Balada de la Cárcel de Reading", más allá de examinar las inquietudes que galopan o se tienden sobre la conciencia de Charles Thomas Wooldridge, un condenado a la pena capital por asesinar a su esposa, es el pretexto de que se vale Oscar Wilde para eximir su propio amor confinado: “Pero todos los hombres matan lo que aman, oigan, oigan todos / algunos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra lisonjera...algunos matan su amor cuando son jóvenes y otros cuando viejos / algunos lo estrangulan con las manos de la lujuria, otros con las manos del oro / algunos aman poco, otros demasiado, unos venden y otros compran / hay quienes obran con muchas lágrimas y quienes matan con un suspiro: porque todo hombre mata lo que ama...el cobarde lo hace con un beso, el valiente con una espada”.

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