“Edipo Rey”, ballet de Jorge Lefebre sobre la obra homónima de Sófocles,
forma parte del repertorio del Ballet Nacional de Cuba desde que Alicia Alonso,
a pocos días de cumplir 50 años de edad, y Jorge Esquivel, su joven parternaire entonces, lo estrenaran en el Gran Teatro de La Habana, en noviembre de 1970.
Por Leonardo Venta
“Todo
lo trágico se basa en un contraste que no permite salida alguna. Tan pronto
como la salida aparece o se hace posible, lo trágico se esfuma”.
Johann
Wolfgang von Goethe
El
arte dramático persigue esencialmente expresar los sentimientos y reflexiones
incitados por la lucha del ser humano con las fuerzas eternas que parecen regir
su vida o, como expresa Sófocles, “los encuentros del hombre con algo más que
el hombre”.
Al
acércanos al término ‘tragedia’ en literatura, tenemos siempre que remitirnos a
Atenas. Este género, cuya acción
presenta conflictos que mueven a compasión y horror, con el fin, según
Aristóteles, “de provocar el desencadenamiento liberador de tales efectos”, y cuyo
desenlace generalmente es funesto, evoluciona hasta alcanzar su madurez en el
siglo V antes de nuestra era.
Entre
las siete piezas dramáticas de Sófocles, “Edipo Rey” – cuyo protagonista,
ignorando que es hijo del monarca de Tebas, lo mata y se casa con la reina, que es su
madre – es abanderada de la cultura ateniense en su santuario más ponderado: el
teatro, todo lo que nos ha quedado – junto a los trágicos Esquilo y Eurípides y
el comediógrafo Aristófanes –, aparte las crónicas de los historiadores.
El
teatro de la época no era un centro de reunión para entretener, mucho menos un
mecanismo de ficciones picarescas y solazadas, ni una reproducción exacta de la
vida ateniense. Incluso, la comedia griega, que tomaba sus temas de la vida
política y social contemporáneas, aderezaba con anécdotas una agenda más profunda
y ambiciosa. El llamado teatro “clásico” se dirigía a lo más hondo de la
conciencia individual y colectiva.
Las
tragedias griegas se representaban durante ciertos días del año. El festival
principal se celebraba en la primavera, donde grandes masas se congregaban –
por varias jornadas sucesivas y durante la mayor parte del día – en un teatro al
aire libre que acomodaba alrededor de 17 mil espectadores para presenciar un
ciclo de presentaciones teatrales en medio de una grandiosa suntuosidad cívica
y religiosa. Los practicantes de la tragedia afrontaban una gran responsabilidad.
Si bien, eran recompensados ingentemente tanto en prestigio como
económicamente.
Antes
de ser representada, cada tragedia debía ser aprobaba por un comité de
selección, y el solo hecho de ser aceptada para su escenificación le confería
enorme prestigio a su autor. Competían tres autores escogidos, y se elegía un
ganador por el voto de jueces influenciados por la acogida del público. Cada concursante
debía entregar una serie de cuatro obras: tres tragedias, independientes entre
sí o formando una trilogía sobre un tema específico, y una sátira de carácter
más ligero.
En
la tragedia ática sobresale el elemento propiamente musical, que otorga
relevancia a las partes corales, conjuntamente con la connotación religiosa. El
drama era recitado o cantado (odas) por un “coro” que interpretaba, tonificaba
y comentaba los sucesos. El coro tendía un puente entre el espectador y lo
escenificado; a su vez inmiscuía al primero en los sucesos, empinando el
dramatismo de la acción.
Gracias
al auxilio del coro, el espectador se transformaba en un personaje más, sumándosele
en la valoración de lo acontecido en el escenario. El asistente al espectáculo
se veía reflejado en la trama, y, al igual que el coro, era en cierto sentido cómplice
de lo escenificado. El coro hablaba por los personajes, exponía lo que éstos no
podían decir o no se atrevían a confesar, algo así como una especie de narrador y, al mismo tiempo, subconsciente, monólogo interior, de los actores y los espectadores.
Una
obra teatral debía contar una historia heroica y legendaria conocida. Como el
público ya manejaba los hechos de la acción, el dramaturgo tenía entera
libertad creativa para desarrollar su trama. La puesta no se apoyaba en el
factor suspenso, no procuraba satisfacer la curiosidad pasajera, sino estimulaba
la reexaminación profunda de las verdades eternas.
La
tragedia, como género, esgrime la ironía dramática: las palabras contradicen el
significado de la situación, o proponen acciones cuyos resultados refutan lo
que originalmente se procuraba. Para Karl Jaspers, pionero del existencialismo,
Homero es uno de los primeros trágicos, en el sentido que sus héroes, coronados
por el halo de sus hazañas, padecen conscientemente una honda expectativa de
muerte, la que finalmente acaba despojándolos de su triunfo para hundirlos en
la nada absoluta.
El error, ocasionado por
diferentes motivos, en orden a sí mismo o provocado por los demás, arroja al ser
humano a la desventura, lo expone al engaño, lo enceguece, obstaculiza su camino a la verdad. La inseguridad
e impotencia despereza lo trágico. La existencia establece un sombrío
contraste polarizado entre Dios y los hombres, o entre los hombres mismos para que
el devenir trágico se concrete.
Si
bien, generalmente las tragedias áticas culminan desdichadamente, hay otras
con un devenir reconciliador. De lo que
concluimos, que el final funesto no determina la existencia de una tragedia
como propone el epígrafe de Goethe con que encabezamos este escrito, sino la
profusa intensidad de lo trágico en la misma, de la misma manera que el purgar del buen Edipo encuentra su anhelado sosiego, ciego y ya muy anciano, en Colona, “la única ciudad que socorre al extranjero”.
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Aún recuerdo viendo este ballet con Esquivel y Alicia. Inolvidable. Saludos.
ResponderEliminarSaludos Lisette. Yo tambien recuerdo un jueves, a la salida del Teatro Garcia Lorca, en una funcion poco concurrida de Edipo Rey, yo entregandole una rosa a Alicia Alonso. Su Yocasta era genial, como todo lo que bailaba. La de Mirta Pla era hermosamente sensual. Ademas, tuve el privilegio de conocer a Menia Martinez y Jorge Lefebre en unas de sus visitas a La Habana. Nunca olvidare que bailaron el Adagio del Concierto de Aranjuez de Rodrigo. .
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