La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 16 de octubre de 2010

El espejo del espejo


Por Leonardo Venta

“Dalí de espaldas pintando a Gala de espaldas eternizada por seis córneas virtuales provisionalmente reflejadas por seis espejos verdaderos"(1972-1973), es el desconcertante título del óleo sobre lienzo en que Salvador Dalí y su musa-modelo aparecen en planos sucesivos emulando con “Las Meninas”, en que Velázquez se integra a su obra en el acto de pintar, mientras la imagen de los reyes se proyecta desde un espejo.



El "mundo al revés" creado por Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas (1865), y su continuación, en 1872, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, se apoya en la propuesta del cristal azogado que refleja una imagen invertida de quien se contempla en él, y donde, al mismo tiempo, se funden la realidad y la ficción.

No cabe duda que contemplarse, o contemplar algo o alguien, en el espejo es un ejercicio sumamente frecuentado. Para Caroll, el espejo es la manera de inspeccionar el lado oscuro del hombre. Para Jorge Luis Borges, es la forma de ingresar a un cosmos fantástico, hacia adentro, que sus nublados ojos no alcanzan vislumbrar en un mundo manifiesto.

El espejo nos adentra en una realidad tan paradójica como la propia existencia. La verdad, que tanto inquirimos y confesamos anhelar, es objetada y deconstruida en todo espejo enarbolado por pequeñas verdades individuales que reflejan y reclaman su propio espacio, no ideal ni ordenado, mucho menos concreto, necesariamente impuro; pero sí, propio, familiar e íntimo.

En nuestro inconsciente gravitan vivencias a manera de desván, que emergen y desaparecen constantemente en espejos. El real e inverosímil desconcierto de nuestro subconsciente nos convoca a ese aposento desordenado, cálido, introspectivo y complejo, en donde se almacenan los recuerdos, y yacen, según el escritor-filósofo George Bataille, "lazos de silencio, de ocultamiento, de distancia".

Nuestro diálogo interior, inmóvil y dinámico, revisita experiencias vividas; divaga en busca de una libertad regeneradora que sujete nuestra soledad existencial a través de la comunicación con ese interlocutor ideal, álter ego, el yo otro, identidad secreta, que proclama verdades tan reveladoras como ineludibles.

Al mismo tiempo, este interlocutor ideal es directriz de nuestros pensamientos; catalizador de una imperiosa sed de comunicación. Nuestro subconsciente tolera y mima nuestras ambigüedades; las reconoce y valora como ontológicas manifestaciones de nuestro ser.

No le aburren nuestros soliloquios; nos ofrece seguridad y confianza desde una perspectiva indulgente y superior. Es ese amigo que nos invita a sentarnos a departir cuando otros nos desatienden. Es el inapreciable preciso confidente. Disponible siempre.

No obstante, cuando nos miramos en un espejo, ¿buscamos la verdad o sólo lo que nos interesa encontrar? ¿Tememos enfrentar la realidad no deseada, o preferimos una iluminación acondicionada que proyecte una imagen más asequible a nuestros deseos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario