Viengsay Valdés rinde honor a la deidad de la danza universal Alicia
Alonso. Foto: Nancy Reyes. Por Leonardo Venta |
Si bien, al momento de escribir esta
nota ya teníamos confirmación del nuevo nombramiento, los pormenores que se le
relacionaban nos seguían resultando vagos y parcialmente inasequibles. Teniendo
en consideración lo antedicho, este sastrecillo del alma –con irremediable vocación
de balletómano– ha preferido soslayar inexactas particularidades sobre la susodicha
designación, obviando los desacertados porqués y cómos para concretarse en el saludable ejercicio de
presentar –como sano objetivo y no como herramienta de inoperantes ideologías–
a la admirable dama que asumirá por ley de sus propios méritos el
nuevo cargo dentro de la institución danzaria que arrancara del afamado crítico
británico Arnold Haskell el calificativo de “milagro cubano".
El 10 de noviembre de 1976, en el
barrio habanero del Vedado nace Viengsay Valdés. En septiembre de 1986, a la
edad de 9 años, comenzó sus estudios en la Escuela Elemental de Ballet Alejo
Carpentier, hasta graduarse en 1991. Ya en el nivel de secundaria básica,
alternaba su aprendizaje artístico en la Alejo Carpentier –en la mañana– con las asignaturas académicas regulares en el plantel Raúl Gómez García –en la tarde–, sólo distantes once
cuadras entre sí. Sobre su férrea
voluntad de superación –rasgo que todos coinciden en atribuirle–, dijo su
profesora de danzas de carácter Valentina Fernández al periodista Carlos
Tablada Pérez, en el 2011: "Hoy es una bailarina que en escena puede
dominar cualquier estilo, que transmite seguridad técnica e interpretativa, y
lo ha logrado gracias a una disciplina de trabajo, a su constancia y su
fuerza".
Viengsay –como prefiero llamarla,
por la unicidad del nombre que significa “victoria” en el idioma laosiano, país
en el que sus padres fueron embajadores y a donde fue a vivir con sólo tres
meses de edad– continuó sus estudios en la Escuela Nacional de Arte (ENA), en
el notorio período especial, una etapa de severa depresión económica en la Isla
que se extendió desde 1991 hasta mediados de la década de los noventa.
Ya en este período sobresale por sus
centrados giros y prolongados balances, pero sobre todo por su singular estilo,
dedicación y genuina sensibilidad escénica. "Cuando ella se paraba en
escena se transformaba, no era la niña, era ya la casi adulta que salía y se
retaba, se retaba en su baile, se retaba en sus asignaciones técnicas y se
retaba a hacer más y mejor", ha dicho de Viengsay Mirtha Hermida, una de
las profesoras que más confianza tuvo en ella desde el principio.
En julio de 1994, se gradúa de la
ENA con una interpretación espléndida del pas de deux del ballet
"Esmeralda". En agosto de ese mismo año, participó en el concurso
"Vignale Danza", en Italia, donde obtuvo medalla de oro. Un mes después, ingresa en la
troupe del Ballet Nacional de Cuba. Luego de sólo un año en la
compañía es promovida a bailarina principal.
En julio de 2001, Alicia Alonso le otorga el rango de prima ballerina. Continúa sobresaliendo por su
perseverancia, disciplina y entrega. "Mi primer encuentro con Viengsay de
hablar de tú a tú, sobre sus cualidades y sobre la historia, en el sentido de
la tradición, de la técnica, fue un día en que me le acerqué después de una
presentación suya, y le dije: 'Te quiero dar las gracias porque has rescatado
una tradición de la técnica del ballet cubano, de una técnica que Alicia Alonso
sentó, y es dar los 32 fouettés en el lugar sin desplazarse'. Eso es el
virtuosismo", comenta el Dr. Miguel Cabrera, historiador del Ballet
Nacional de Cuba y jefe del Centro de Documentación e Investigaciones
Históricas de esta institución.
Viengsay –que el próximo domingo, 3
de febrero cierra las presentaciones de "El lago de los cisnes", que
se vienen efectuando desde el 25 de enero en el Gran Teatro de La Habana Alicia
Alonso– debutó en el exigente rol de Odile, en 1995, por una de
esos imprevistos que acaecen de vez en cuando en el mundo del espectáculo. Las bailarinas que tenían que interpretar el rol protagónico estaban
indispuestas, luego de una extenuante gira por México. La
dirección del BNC tomó la decisión de que Catherine Zuasnábar y Viengsay –que
tenía solo 18 años– interpretaran los personajes de Odette y Odile, en una
misma función.
"Para el público en general, o sea, para
el público que va principalmente a la Sala García Lorca del Gran Teatro de La
Habana, aquel cisne negro fue una revelación; para mí fue la confirmación de lo
que yo había pensado, tres, cuatro años atrás, cuando la vi en 'La llama de
París'. Entonces, se pudiera decir que en aquel momento Viengsay empieza una
gran carrera", comenta el crítico y periodista Ahmed Piñeiro, a quien cita Carlos Tablada Pérez en De acero y nube, un excelente texto biográfico de la bailarina.
Los triunfos de Viengsay –en sus 25
años con el Ballet Nacional de Cuba– son admirables y cuantiosos. Desde
ovaciones de pie en las más renombradas salas de teatro del mundo, presentaciones junto a los mejores partenaires, hasta
cálidas reseñas realizadas por reconocidos críticos de la danza clásica,
que la han ubicado entre las mejores bailarinas de estos tiempos, atesorando loas
que sólo pueden ostentar artistas privilegiados.
En una reseña escrita por mí para el
semanario Las Américas Herald, bajo el pseudónimo de Francisco Sisa, a raíz de una
presentación del llamado Bolshói del Caribe en Tampa, el 24 de octubre de 2003,
dije y sostengo: "Las cuatro joyas del BNC [Mirta Plá, Josefina Méndez, Loipa
Araújo y Aurora Bosch], que nombrara de esta forma Arnold Haskell, instituyeron
pautas para las nuevas generaciones del ballet cubano. Pero…después de ver
bailar a Viengsay hemos tenido que reacomodar nuestras mentes para darle magna
entrada a la heredad de nuestras más preciosas memorias. Podemos afirmar, sin
temor alguno de equivocarnos, que es otra joya del ballet cubano, en otro
tiempo y con un brillo de una magnitud única e indivisible".
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