Nada, de Carmen Laforet, una bocanada de emancipación femenina |
“La literatura la inventó el varón y seguimos empleando el mismo enfoque para las cosas. Yo quisiera intentar una “traición” para dar algo de ese secreto, para que poco a poco vaya dejando de existir esa fuerza de dominio, y hombres y mujeres nos entendamos mejor, sin sometimientos, ni aparentes ni reales, de unos y otros".
Carmen Laforet
Carmen Laforet hubiera cumplido 91 años el pasado 6 de septiembre, motivo suficiente para brindarle aliento en Desde mi Belvedere. Si bien, la honramos no porque requiramos llenar un espacio efemeridico con frívolas impuestas palabras, sino porque es la autora de una obra maestra de la literatura castellana que admiramos hondamente.
A Laforet se le desconoce, a no ser en los reducidos círculos universitarios especializados en literatura española. Hasta su muerte a los 82 años, ocurrida en Madrid el 28 de febrero de 2004, todo alrededor suyo estuvo envuelto en un mutismo sólo comparable al de los errantes personajes de Comala en la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo.
Nada – ganadora del primer Nadal 1945 – fue escrita en pleno período de la postguerra, por una hasta entonces desconocida joven de apenas 23 años, Carmen Laforet, quien supo dragar con maestría, bajo la apariencia de una novela de trama ligera y superficial, en la abismal lobreguez de la sociedad española bajo la dictadura de Francisco Franco.
Andrea, una joven provinciana de 18 años, arriba a Barcelona para establecerse con sus familiares y emprender sus estudios universitarios, pero sobre todo para independizarse. Destinada a romper los espacios restringidos (el mundo rural y patriarcal del que proviene), Andrea expande su radar esperanzador hacia un nuevo horizonte urbano. Si bien, se desengaña tempranamente.
Su amistad con Ena, una joven de espíritu libre, nutrirá sus aspiraciones. ¿Pero hasta que punto? Nada – cénit de una exigua producción literaria, cuya calidad, muy a pesar de Laforet, no tiene paragón con textos posteriores de la autora – propone la necesidad de un espacio propio para la mujer, dentro de un marco íntimo, pero sobre todo un medio donde ésta pueda respirar y expresarse con libertad. En esa búsqueda, paradójica, a la manera del conflicto edípico, Andrea se encamina, sin sospecharlo, a una nueva prisión: la casa de su familia en la calle Aribau.
La habitación que se le asigna, donde pasa hasta hambre, según su primera y definitoria impresión, es “la buhardilla de un palacio abandonado”. Sus esperanzas de autonomía son constantemente socavadas. “Habían colocado sobre el armario [del nuevo cuarto que le fue asignado] una pila de sillas de las que sobraban en todas las partes de la casa”. Como opresivo colofón, la joven encuentra una nota de su tío Juan que le advierte: “Sobrina has el favor de no cerrarte con la llave. En todo momento debe estar libre tu habitación para acudir al teléfono”.
En Nada, la mujer es un objeto, posesión masculina, no sólo corporalmente, sino emocional e intelectualmente. Eh ahí el por qué la resuelta Ena, de rasgos masculinos, deconstruye el estereotipo pasivo que distingue al “segundo sexo”, y encara el reto, obsesivo, de seducir y no ser seducida. En sus dos opciones significadoras – la política (la gran oculta metáfora que denuncia la represión y desenmascara la doble moral de la ideología franquista), así como la individual (la sexualidad de la mujer en sí) –, se concreta la dicotomía sumisión versus rebelión. Lo que explica las fricciones entre Andrea y su tía Angustias; la primera anhela emanciparse, mientras la segunda le recalca los patrones de obediencia que determinan el comportamiento femenino. La emancipación implica desorden para Angustia. Si bien, ella, como exponente de la decadente moral de la dictadura que encarna, amparada en preceptos religiosos, predica una moral que no practica.
La desigualdad económica entre hombres y mujeres transita un entorno en la novela donde las penurias de postguerra no parecen distinguir géneros; no obstante, el desnivel económico entre ambos es irrebatible. El término ‘jefe’, tan aborrecido por las feministas, es pronunciado reiteradamente en el marco familiar para referirse a un hombre: el padre de Ena. A su vez, en el desenlace, la aparente solución al dilema que enfrenta Andrea, es una propuesta de carácter económico, ponderada por el señorío patriarcal: “Hay trabajo para ti en el despacho de mi padre, Andrea”.
Al cerrar este somero recorrido por la colosal Nada, gravitando el universo literario Andrea/Laforet, os invito a arrimaros confiadamente a esta obra de arte excepcional, de lectura fácil, agradable, didáctica y edificante.
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