Por Leonardo Venta
“Así como su aliento y su mano podían arracimar las palabras, su destino lo ocupaba y comprendía con la sencillez resuelta del árbol que se sitúa en su paisaje. Cuando muere lo hace en una batalla para despedirse con misterio y hoy que le celebramos la aparición, rindiéndole las gracias, seguimos tocándolo y reconociéndolo despacio para justificar el surgimiento de su germen, como si lo igualáramos a la semilla que necesita de su tierra”.
José Lezama Lima
No hay rincón del mundo en que resuelle un cubano que le desconozca. Alojado en la virtud más perpetua, desde allí, no cesa de emitirnos entrañables guiños; por eso la dignidad se estremece satisfecha este 28 de enero para celebrar el 158 aniversario de su natalicio.
Se bautizó con sangre al inmolarse en cruenta batalla patria, él, que se mecía en las aspas de la sosegada poesía. Con asombrosa sencillez de genio, derrochó celeridad en sus cualidades políticas y organizativas. Altruista, visionario, escritor – cuya prosa y verso emulan en pulcro fraternal lírico duelo –, escarbó la pared, sin proponerselo, por donde se abrió la brecha en que irrumpe, diáfano, el movimiento modernista en la literatura Hispanoamericana.
Como atestigua su coterráneo Manuel de la Cruz, patriota, literato y cicerón como él: “Su vehemencia vibraba en el timbre de su voz; según los que le oían habitualmente, pocos oradores han dado a su palabra el tono, el calor y la fuerza que imprimía a sus discursos”. Además, cultivó el periodismo, la pedagogía, la diplomacia, la filosofía... y podríamos prolongar esta lista en un espacioso etcétera de funciones y probidades.
Ivan A. Schulman, respetado ensayista y crítico literario estadounidense, afirma: “Raras son las figuras literarias cuya excelencia artística corra pareja con una intachable complexión moral y cuyas cualidades personales, lo mismo que su producción literaria, sean fuente perenne de inspiración. La manifestación de este raro conjunto de características en [él] constituye una justificación más – si es que alguna se necesitaba realmente – de la universal reverencia que se le ha tributado”.
Rubén Darío lo incluyó en su libro Los Raros, no precisamente para honrar sus excepcionales virtudes personales – cosa que el poeta nicaragüense conocía cabalmente –, sino para reconocer su inusual genio literario. En la primera edición de este libro, publicada en 1886, aparecían semblanzas de escritores que el autor de Prosas Profanas admiraba. La mayoría de ellos eran poetas simbolistas franceses. En esta lista sólo están incluidos dos autores hispanoamericanos, habaneros por cierto: Augusto de Armas y por quien tan abiertamente lanzamos salvas de admirado recordatorio.
Su iluminada sombra aún se proyecta sobre las paredes de la humilde casita de sus primeros años en la calle Paula, allá, en el regazo de La Habana Vieja. En el impasible Parque Central neoyorquino, una formidable escultura lo sostiene prodigiosamente sobre la montura de su caballo, en mortal ladeado gesto herido. De la misma forma, en un histórico parque de nuestra Ybor, ciudad igualmente estadounidense donde pronuciara los discursos "Con todos, y para el bien de todos" y "Los pinos nuevos", parece elevarse sobre el pedestal de una estatua, suerte de ferviente elocuente estrado, hacia un todavía inexplorado firmamento libertario.
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