Por Leonardo Venta
Ninfa del bosque en la mitología griega, protegida de Ártemis o Diana, mientras se bañaba desnuda en una corriente que pertenecía al dios del río Alfeo, la bella Aretusa, que al igual que Diana había prometido permanecer siempre virgen, despierta una pasión amorosa en Alfeo. La ninfa huye bajo el océano, transformada en corriente, mientras el agitadamente enamorado hijo de Océano y Tetis, metamorfoseado en río, penetra la tierra y viaja hasta Ortigia para unirse a ella.
Después de una prolongada fuga subterránea y submarina, Aretusa vuelve a la luz para notificar a Ceres, la diosa romana de la agricultura, el paradero de su hija Proserpina, diosa de los muertos y de la fertilidad de la tierra, a quien ha visto en su recorrido.
Gracias a Aretusa, Ceres, de cuyo nombre se deriva la palabra cereal, se entera que Proserpina ha sido secuestrada por Plutón y habita cautiva en el Hades. Esta información le facilita a la diosa madre el rescate de su hija. Los griegos, y luego los romanos a partir del siglo V a.C., creían que el reencuentro madre-hija cada primavera hacía que la tierra fructificara copiosamente.
Aretusa no es metamorfoseada como forma de reprensión por sus transgresiones, como usualmente sucede en los mitos grecolatinos (recordar a Nictimene, Acteón, las Minias, Alcione, Ascálafo, y otras figuras), sino más bien su transformación es una especie de protección divina. Diana le concede convertirse en corriente de agua para proporcionarle la escapatoria del dios-río.
El mito de Aretusa sugiere el triunfo del amor y la perseverancia. El río Alfeo, despues de perseguir apasionadamente a la esquiva ninfa, logra conquistarla para fundirse con ella en el jubiloso abrazo del amor. El insuficiente ente racional, a no ser movido por la pasión amorosa, no puede explicar el ignorado modo en que la fuente dirige su carrera.
Por otra parte, el mito de Aretusa sugiere descenso y elevación, oscuridad y luz. El ser humano, en su sed insaciable de conocimiento, muchas veces, al igual que Aretusa, se ve obligado a moverse a través de las oscuras profundidades subterráneas, a ocultarse, al decir de sor Juana Inés de la Cruz en Primero Sueño, “deteniendo en ambages su camino / los horrorosos senos / de Plutón, las cavernas pavorosas”. Atravezamos períodos de lobreguez intelectual y emocional antes de que el conocimiento y la dicha irradien temporalmente nuestros sentidos.
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