La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

miércoles, 28 de julio de 2010

Nada: Una joya novelística de la postguerra española


Por Leonardo Venta

Nada – ganadora del primer Nadal 1945, uno de los más prestigiosos galardones de las letras hispanas – constituye una pieza clave dentro del contexto de la novelística española.

Fue escrita entre enero y septiembre de 1944, en pleno período de la postguerra, por una hasta entonces desconocida joven de apenas 22 años, Carmen Laforet, quien supo evadir con ingenio y creatividad la censura literaria dictatorial para develar, bajo la apariencia de una novela de trama ligera y superficial, la tenebrosa realidad de la sociedad española bajo el poder del régimen de Francisco Franco.

El temprano y sostenido éxito de esta obra, que no envejece a sus 66 años, contradice ocurrentemente el concepto de cosa mínima o de muy escasa entidad que sugiere su título, término muy común entre los existencialistas de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, como Sören Kierkegaard, primer existencialista reconocido; Friedrich Nietzsche, célebre por su sentencia “Dios está muerto”; hasta llegar a Jean-Paul Sartre, quizás, su mayor difusor y autor de El ser y la nada (1943), una de las obras más significativas para entender este movimiento filosófico.

En Nada, la voz narrativa se expresa en primera persona a través de la protagonista, Andrea, una joven provinciana de 18 años que arriba a Barcelona para establecerse con sus familiares y emprender sus estudios universitarios, pero sobre todo independizarse. La narración, centrada en las circunstancias y experiencias vividas por Andrea, manifiesta el brusco choque de la protagonista con una realidad angustiosa desde su llegada a casa de sus familiares.

La atmósfera oscura y tétrica en la casa de Aribau, nombre de la calle donde está ubicada la misma, así como la suciedad y el desorden que preponderan en ésta, sugieren, asimismo, la angustia existencial y los conflictos que marcarán negativamente la estancia de Andrea en este recinto. “Parecía la buhardilla de un palacio abandonado”, señala refiriéndose a la habitación que se le había asignado. Sin embargo, si hurgamos en el significado de esta expresión, desentrañaremos una gran metáfora, sumamente vasta, que describe la España que Laforet padece.

Los personajes en la novela responden a perfiles anómalos (determinados por la violencia física y verbal), tan crueles como las huellas que dejó la Guerra Civil en sus existencias y la subsiguiente represión del régimen franquista.

Andrea, destinada a romper los espacios restringidos (el mundo rural del que proviene, con sus subsecuentes connotaciones limitantes), expande su perímetro esperanzador hacia un nuevo horizonte urbano, significado por Barcelona, para desencantarse tempranamente. Su amistad con Ena, una audaz joven de espíritu libre, proveerá nuevas esperanzas a sus aspiraciones.

Sin embargo, el final abierto de la novela, aparentemente optimista (no lo relato para incitarlos a leer la obra), no determina si se abre un nuevo horizonte o si se repite el mismo ciclo sombrío para la joven protagonista. Así, la novela, desde mi perspectiva, sugiere el viaje sin salida – encadenado al pasado – de la sociedad española en la era franquista, y, por consiguiente, en un sentido más universal, denuncia la infausta realidad de los pueblos que viven supeditados a regimenes dictatoriales.

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