La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 1 de abril de 2011

Hacia una mente orgánica




Por Leonardo Venta

Tendemos a categorizar a otros. Formulamos “la otredad”, y precisamos lo nuestro, mediante fijas ecuaciones heredadas. En nuestro medio, es imposible mencionar el nombre de alguien sin agregársele, como si fuera un tercer apellido, su lugar de origen.

También se resaltan –o critican– los logros –o errores– de una persona como si fueran los de toda una nación. Es frecuente ponderar a un país por los “éxitos” de alguien natural del mismo, o increparle por las infamias de uno de sus nativos. ¿O es que pretendemos ignorar que los virtuosos e infames (cuyos roles pueden transferirse impredeciblemente) no enarbolan precisadas banderas? El resto es un nauseabundo mito...una falacia...la realidad es que el nacionalismo y el regionalismo se han convertido en esa cola fija que nos recuerda constantemente nuestra condición animal.

Proclamamos públicamente que amamos al prójimo, pero con nuestra conducta frecuentemente contradecimos dicha afirmación. En una ocasión asistí a un sermón religioso en el cual el predicador afirmaba que sus coterráneos eran los más emprendedores del mundo. Según él, la gente de su país sabía pedir mejor a Dios, porque tenía un estándar más elevado de expectativas. Por otra parte, una señora, en falso pavoneo de halago, me comentó alguna vez que “yo hablaba muy bien el castellano para ser cubano”. Todavía al recordar su observación frunzo el ceño.

Somos propensos a generalizar, a discriminar, a establecer y apuntalar estereotipos. Los asiáticos han sido estereotipados como extremadamente ambiciosos, taimados y sectarios. Los afroamericanos, a su vez, son considerados gritones y haraganes. Los hispanos somos vistos como perezosos, promiscuos y, en el caso de los hombres, sumamente “machistas”. No mencionaré aquí los estereotipos más comunes atribuidos a cada grupo nacional de inmigrantes en Estados Unidos para no ser eco-portavoz de una falacia específica.

Los prejuicios son las disposiciones y evaluaciones que se realizan, por lo general desfavorables, acerca de algo que no se conoce bien. Por ejemplo, la señora que afirmaba que “yo hablaba bien el castellano para ser cubano”, no tiene, ni tendrá, la efectiva posibilidad de escuchar a más de una docena de millones de cubanos, en la Isla y fuera de ésta, para emitir un acertado juicio.

De la misma forma, aquellos que llaman “balsero” a cualquier cubano, con el ánimo de mermar el valor de la inmigración cubana en EE.UU. –pasando por alto lo épico de tan grandiosa empresa, y los logros alcanzados por muchos de sus protagonistas– desconocen, o tratan de desconocer, que llegan a Estados Unidos más cubanos por vía aérea que en embarcaciones (20 mil visas anuales son otorgadas sólo a cubanos, además de participar también en el sorteo de otras 50 mil que otorga el gobierno estadounidense cada año a un determinado número de países).

El nacionalismo tiene además una faceta etnocéntrica, es decir, la tendencia emocional que hace de la cultura propia el criterio exclusivo para interpretar los comportamientos de otros grupos, razas o sociedades. La persona etnocentrista piensa que el grupo al que pertenece es superior a cualquier otro, y que todo debe girar alrededor de éste.

Al comentarle a alguien que la cena típica de Nochebuena en mi país de origen incluía los sabrosos frijoles negros, me respondió, con patente tono despectivo: “En el mío, los únicos que comen frijoles ese día son los pobres”, como si ser pobre, cubano, o celebrar con frijoles negros, fuese un grave delito.

No nacemos con estereotipos y prejuicios. Se nos inculcan. Los aprendemos y aprehendemos. Se nos hostiga constantemente con imágenes de sirvientes de tez oscura y soso discurso, de inmigrantes mal vestidos, en contraste con la seductora armonía blanqueada de protagonistas de esta telenovela vida en la que somos coparticipes, cómplices, de roles insanamente programados.

De la misma manera que deseamos proteger el medio ambiente, nutrirnos con productos orgánicos, debemos protegernos de la contaminación del espíritu. Quizá este sea un llamado a mirar más allá de nuestras narices, ¿o por qué no?, a ahondar en nuestro interior.

3 comentarios:

  1. Me ha sorprendido esta realidad en la que expone como somos manipulados desde que nacemos al extremo de no darnos cuenta de porque somos tan vacios de espiritu ,sino' nos dedicamos a cultivar y dar ma's amor...Que realidad tan cruda y compleja en la que nos ha tocado vivir, aunque podemos comenzar a buscar nuestra propia cura y empaparnos de AMOr...Excelente arti'culo.

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  2. Los complejos sociales permiten la muerte de nuestras almas.

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  3. Muchas gracias, Dawan Yojil por visitar mi blog y comentar en este tema.

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