La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 2 de julio de 2010

Tirano Banderas de Valle-Inclán


Por Leonardo Venta

Tirano Banderas, la novela más elaborada de Ramón María del Valle-Inclán (la escribió a los 60 años de edad), es junto a su pieza teatral Luces de Bohemia el fruto más distintivo del esperpento en España, la primera tentativa en ese país de convertir las dispersas tendencias de lo grotesco en una categoría literaria.

Escrita en 1926, Tirano Banderas rompe los modelos estructurales y conceptuales de la novela realista y naturalista del siglo XIX. Abre una ventana amplia hacia la modernidad.

El narrador deja de ser omnisciente para propiciarle al lector la oportunidad de desarrollar sus propios discernimientos, algo muy propio de la novela contemporánea. Si bien, el estudioso Dru Dougherty en su trabajo “The question of revolution in Tirano Banderas”, sugiere que el narrador de Valle-Inclán varía su postura según la admiración, simpatía o desagrado que desea provocar en el lector.

A través del diálogo, en esta obra en que el teatro y la novela se saludan de cerca, Valle proscribe la grandilocuente narración decimonónica. Es la primera vez que un escritor ibérico emplea extensivamente términos autóctonos americanos, lo que obliga a un glosario al final de la novela, desplazando así la hegemonía acostumbrada del castellano europeo.

El hablante narrativo registra voces de una polifonía sorprendente, dentro de un discurso en que cada personaje se expresa con inconfundible timbre. Por ejemplo, contrasta el lenguaje de Zacarías, un amerindio: “Taitita, querés vos poneros trompeto”; la chispeante manera en que un negro americano recita los versos de Espronceda: “Navega velelo mío, / sin temol, que ni enemigo navío, / ni tormenta ni bonanza, a tonel tu lumbo alcanza, / ni a sujetal tu valol”; y la forma en que Sir Jonnes H. Scott, un Decano del Cuerpo Diplomático, “exprimía sus escrúpulos puritanos en un francés lacio, orquestado de haches aspiradas”.
Sin lugar a duda, Tirano Banderas compendia los diferentes modismos hispanoamericanos, blande espléndidos neologismos, así como esgrime magistralmente el lenguaje jergal.

Por otra parte, numerosos diminutivos se enfrascan en la función de entretejer el sarcasmo. Por ejemplo, Santos Banderas al dirigirse al licenciado Veguillas, a quien le dicta la pena capital, le llama “Licendiatito", antes de preguntarle mordazmente el “por qué le ha sido tan pendejo”.

Captamos sensorialmente la urdimbre del texto; la visualizamos; la olfateamos; incluso la palpamos, como es el caso de la imagen repetida de Zacarías con un saco a cuestas que contiene el cadáver de su hijo.

Después de leer la novela, transcurrido un largo período, quizá olvidemos detalles de la trama, pero siempre recordaremos la imagen de este desdichado indígena acompañado de su maloliente y enigmática carga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario