La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

jueves, 15 de julio de 2010

Pierde Cuba una perla


Por Leonardo Venta

La conocí en 1995, en una histórica velada en el Gusman Center de Miami, tan semejante a nuestro Tampa Theatre. Allí estaba, entre el público, hecha aplauso, brindando su bienvenida de exilio a Charín, como es conocida la gran bailarina Rosario Suárez entre los balletómanos cubanos.

Finalizada la función, sobre el escenario, junto a un grupo de admiradores que envolvían al Cisne Negro, o a la Kitri de Don Quijote – titilan mis recuerdos –, la vi escurrirse, llegándose a la bailarina triste de patria – aún con su tutú puesto y con el acentuado maquillaje escénico – para besar su mejilla.

Mi memoria, o tal vez mi imaginación, después de quince años, parece escucharle decir a Charín con sazonada cadencia cubana: “Niña, que bien has bailado”. Ese es el recuerdo que conservo de Olga Guillot.

En la isla roja de mi adolescencia, sólo podía figurármela en las carátulas de acurrucados discos, y en las anécdotas relatadas por mi madre. El tocadiscos de mi hermana, la mayor, estaba irremediablemente roto.

No existían equipos de música en el mercado, ni talleres de reparación donde restituirle la voz a nuestro aquejado platillo giratorio. A Olga, no se le escuchaba en la radio; mucho menos en la televisión. Estaba más que soterrada por un régimen empeñado en esfumarla.

Ya en Estados Unidos, con mi primer salario, compré el añorado tocadiscos; y, con éste, algunos de los discos prohibidos en mi tierra. Entre ellos, uno de Olga Guillot, ya madura, con su voz e interpretación incomparables, grabado en un concierto en vivo en México. Preso ya de mi nostalgia de palmas, cantaba junto a Olga el estribillo “Cuando volveré al bohío”.

El pasado lunes, 12 de julio de 2010, supe a través de una llamada telefónica que Olga había fallecido de un infarto cardiaco, a los 87 años, en el Hospital Mount Sinai de Miami Beach. Con ella volvió a morir mi madre, quien se aficionara al amor con sus canciones, como repetía la bolerista en sus conciertos: “Porque tu padre y tu madre se enamoraron escuchando las canciones de Olga Guillot”.

Cuando muere un famoso, los epítetos le acosan como tenaces sombras. Los títulos de realeza intentan llenar un poco el vacío de lo inexplicable, de consolar nuestras certeras expectativas de muerte. Se rememoran anécdotas, se revive el pasado.

¿Qué no se ha dicho de Olga Guillot en estos días? Cada cubano exiliado impele una Olga adentro. Mi alma recusa, aunque valora, la Olga que compartió escenarios con Frank Sinatra y Edith Piaf, la primera intérprete hispana en presentarse en el Carnegie Hall, la Madre o Reina del Bolero. Mi sed es de otra Olga, menos majestuosa, más íntima, con cuyas canciones se enamoraron mis padres; la que me negaron los gobernantes de mi tierra, y me estaba esperando del otro lado del mar para abrazar mi cubanía.

“Tengo fe en que algún día mi país pueda ser libre y que toda la gente bonita que está allá (Cuba) pueda sentir esa emoción (de libertad) alguna vez. Yo todos los días hablo con Dios y le pido que me dé un poco más para ver si puedo llegar a ese momento”, declaró en 2009. “Rendida ante un altar", Olga le rogaba a Dios que le devolviera “la perla perdida”, su mía Cuba. Murió, como viene sucediéndole a numerosos exiliados de la Mayor de las Antillas, sin una patria que llevarse a los labios.

1 comentario:

  1. Mi querido amigo. Efectivamente, y como bien señalas, “Pierde Cuba una perla” y todos estamos muy consternados por la muerte de nuestra Olguita Guillot. Que Dios la tenga en su Santa Gloria.

    Bendiciones.

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